Era inevitable: el gremio de taxistas fue uno de los personajes resonados del año, reflejo de un problema menos superficial que la guerra entre Uber y los servicios de transporte público consolidados. Tras año y medio de operaciones de la aplicación, es prácticamente imposible encontrar a un taxista que trabaje en la GAM que no se sienta afectado por su “competencia desleal”.
Palabras como “manifestación” y “paro nacional” se han convertido en jerga tan común para la marea roja que algunos hasta lo han tatuado en los vidrios de sus taxis, donde también aprovechan para enviar mensajes en contra de Uber y del gobierno. La historia ha sido similar a la lucha contra porteadores y piratas, pero más convulsa y desventajosa que antes, en tanto Uber opera al margen de la ley, pone la tarifa que desee y apuesta por seducir a los clientes con más comodidades y confianza.
Encima, los actos y las manifestaciones violentas de algunos taxistas han entorpecido la discusión, al mismo tiempo que persisten las críticas de clientes sobre sus marías alteradas, su negativa para hacer viajes cortos, su irrespeto y su desconsideración. Ser taxista en el 2016 es como ser un antihéroe, prácticamente. Entre audios de amenazas y declaraciones atropelladas de los voceros del gremio, la popularidad de los carros rojos está en el suelo.
Por su parte, Uber insiste en que es una app , no una empresa de transportes. El Estado no puede detenerlos, aunque ha sugerido que podría hacerlo. Al cierre del convulso año, la situación de Uber permanece igual que al comienzo, mientras que los taxistas que conservan sus trabajos todavía deben salir todos los días a ganarse los cincos, que cada vez son menos, según dicen.
Así las cosas, en aras de que fueran propiamente ellos los que nos contaran sobre su experiencia durante este año en el que fueron protagonistas, a finales de octubre me monté en cinco taxis y entrevisté a sus conductores, todos de contextos y preocupaciones distintas, pero con un lema común: ¡qué año más duro!
Estas son las entrevistas condensadas con cinco taxistas elegidos al azar en San José; en algunas ranuras se revela la humanidad detrás del ruido y el escándalo.
SAN JOSÉ – ZAPOTE
Don Carlos Abarca tiene 66 años, de los cuales 20 ha estado al frente del volante. La cooperativa para la que trabaja se llama Coopesolo, dícese de una en la que solo él trabaja y en la que solo a él le rinde cuentas; eso, después de pagar la cuota del carro que no es suyo, llenar el tanque de gasolina y cancelar el lavado diario.
Abarca vive con una hermana en Calle Fallas y su hijo mayor tiene la vida tan resuelta que ya casi ni lo ve. Cuando le pedí que me llevara a Zapote, a las 7 p. m., tenía poco de haber empezado la jornada. Luego trabajó hasta las 4 a. m., un horario que cada vez está más malo, asegura.
—¿Cómo lo trató este año, don Carlos?
—El problema ha sido la competencia. Ahora, la entrada de Uber se paseó en todo. Antes no costaba hacer ¢20.000; ahora cuesta. A mí antes me quedaban ¢15.000, ¢20.000, que era mucha plata; ahora lo que le queda a uno son ¢10.000. Yo sé qué es irme con ¢500 a la casa y a veces sin nada. Lo que pasa es que uno espera a los diciembres para que le vaya un poquito mejor, pero ya ni eso.
—¿Le iría mejor en otra cosa?
—Yo me tengo que quedar en esto porque no me dan trabajo. Si pudiera trabajar en otra cosa, dejaría esto. Teniendo un salario de ¢250.000 al mes, me quedo con eso. Me iría mejor. Yo no tengo un salario de medio millón de colones. El que dice que saca eso es un rajón.
—¿Se ha manifestado?
—No soy tan pelotero, no me gusta. No opino ni de un lado ni del otro; no me gusta meterme en eso. Aparte de que el carro no es mío y, al final, usted sabe que en eso lo que se reúne es chusma que me pueden meter un garrotazo o una pedrada.
—¿Ha sido el peor año?
—Esto viene desde hace unos años, desde los porteadores y los piratas, a los que nunca los han sacado, ni van a quitarlos. Ahora están en contra de Uber y no los van a sacar tampoco. Cuando empezaron los piratas si no dejaban que se armaran tal vez hubieran hecho algo, pero ahora están más acuerpados que los taxistas. Yo no tengo nada contra ellos porque al final tal vez yo me tengo que dedicar a eso, pero sí los dejaron crecer mucho.
—¿Qué piensa de los actos violentos?
—Por mí que se maten. Yo es que tengo que seguir en esto quiera o no, pero esto está muy desprestigiado, y la culpa la tenemos todos por la competencia. Yo no sé cuánto le va a durar el confite a Uber, pero mucha culpa la tienen los taxis formales que se ponen en carajadas.
—¿Cree que esos taxistas son minoría?
—No hay que generalizar, porque hay gente muy buena en esto y hay otra que uno no sabe cómo les dan el carro. En el futuro tienen que pedir mínimo el bachillerato, papeles, hoja de delincuencia...
—¿Cuál es la parte bonita del trabajo?
—Ahorita, nada. Fue muy bonito al principio pero ahorita todo es feo. Yo me imagino que para el que está empezando sí. Es aburrido. Quisiera estar en la casa acostado, viendo tele. A veces quisiera trabajar solo fines de semana.
INS – PARQUE DE LA PAZ
José Coto me recogió bajo la lluvia, un jueves en la mañana. También de Coopesolo, suele parquearse cerca del Instituto Nacional de Seguros, y trabaja durante la mayor parte del día antes de regresar a casa con su esposa y sus dos hijos, de 14 y 10 años. No tiene seguro de salud y si algo le pasara a él o a sus familiares, tendría que improvisar una decisión.
Hace un tiempo, Coto recogió a un muchacho en San José que venía todo aruñado y después de dejarlo se dio cuenta de que era el autor de un asesinato, así que colaboró con las autoridades para que lo atraparan. Don José cumplió 50 años este año y es taxista desde 1993. Este año dejó de pagar cuota al dueño del taxi, pidió un préstamo y compró su carro.
—¿Qué piensa de Uber?
—Primero comenzaron con el pleito de los piratas, que es un tema que se ha olvidado, pero que siempre afecta, y luego los porteadores, que les legalizaron los carros cuando fue una idea de los mismos políticos –como Otto Guevara, que tiene una flotilla de porteadores. Y después vino Uber–. Algunos del gremio sabemos que es una competencia transnacional. Cuando vino el TLC los taxistas no nos imaginábamos que nos iba a afectar como decían que le afectaría a la empresa privada. Sabemos que eso ya está arreglado con el gobierno; no lo van a quitar.
—¿Qué está arreglado?
—¿Me va a decir que Uber no les puede dar $2 millones y decir “déjenos entrar’? ¿Por qué cuesta tanto quitar algo como una aplicación, entrar a un servidor y bloquearlo? Porque hay otros intereses.
—¿Cómo le va ahora sin cuota?
—Yo antes tenía que tener, poniéndole bajito, una cuota de ¢18.000 todos los días. Levántese a las 5 a. m. y termine a las 9 p. m., y después, échele gasolina al carro y lávelo; es un montón de plata, y al final te quedás con cuatro o cinco rojos en la bolsa. Ahora es diferente porque pago el préstamo, que es menos que la cuota.
—¿Qué dice de la violencia de taxistas?
—Es para hacerle presión al gremio para que por medio de los choferes vayan sintiendo ese ácido y se quiten de la competencia. Es una presión psicológica, no a la empresa, sino a los usuarios y choferes de Uber. De hecho, hay ciertas presiones que si el gobierno no hace nada en diciembre entonces se van a tomar otras medidas, hacer encerronas y decirles que si siguen la próxima vez el carro se le puede hasta quemar. Yo no soy una persona bélica. Yo veo los toros desde la barrera; lo apoyo porque es mi trabajo.
—¿Qué le gusta de su trabajo?
—Lo bonito es la interacción con la gente, conocer gente, que uno es independiente, que uno es el jefe y uno se pone las horas y las metas. Uno habla con la gente de diferentes temas y uno siente que el taxista es como un termómetro de la situación del país porque todo mundo le habla de todo: el clima, la política, el deporte, de todo lo tiene informado la gente a uno, y uno opina y lo escuchan, ¿me entiende? Uno todos los días tiene que ser un poquito sociable.
PARQUE DE LA PAZ – LA SABANA
Los tiempos eran diferentes cuando Gerardo Fallas, de 58 años, empezó a manejar taxi. Tal vez iba pasando por el Parque de la Paz, con un viaje a Desamparados, y podía ver a un cliente esperando un taxi en una esquina, completar su servicio pendiente y volver a esa esquina para encontrar al cliente todavía esperando. “Ahora son demasiados taxis, ¡más la competencia!”, comenta.
De igual manera, todos los días se dispone a manejar por esas calles poquito después de despierto el Sol, y hasta después de caída la noche. Otro taxista que se siente mejor fuera de una cooperativa, Fallas es dueño de taxi hace 20 años, tras trabajar con carro prestado durante un lapso, haber sido mensajero y haberse ido a probar suerte a Estados Unidos.
— ¿Cuál ha sido la “salvada” este año?
—Yo por dicha tengo clientes; son los que le ayudan a uno bastante, no solo para viajes sino que también hago mandados. Pero uno antes podía hacer uno ¢35.000 en un día; ahora hace unos ¢25.000.
—¿Qué es lo más cansado del trabajo?
—A mí me cuesta mucho cansarme porque me gusta el trabajo. Me gusta conversar con la gente, conocer. Yo estudié y saqué el bachillerato y me metí a estudiar aviación y todo cuando tenía como 28 años, pero no terminé. Sí es cansado a veces, pero me gusta manejar y nunca pongo excusas. Este trabajo es diferente siempre; uno va y viene. Cuando a uno le gusta algo yo creo que no hay cansancio.
— ¿Qué le ha dejado tener un contacto diario con desconocidos?
—Uno aprende mucho. A mí me gusta leer bastante y empaparme de todo lo que pueda porque uno sabe que en cualquier momento se le monta un diputado o un doctor, y lo que más me gusta es poder conversar con la gente, saber contestarles, no como otras personas que no saben qué decir. Aparte de que puedo conversar con la persona, aprendo también.
—¿Vale la pena pelear contra Uber?
—El chofer no tiene la culpa, el que tiene la culpa es el gobierno por haber dejado entrar a Uber. Uber ha engañado a la gente; dice que los choferes ganan ¢1,2 millones, pero es mentira, si no, yo dejaría el taxi. La violencia no va a solucionar nada. Ya nos tienen en la mira y así es peor.
—Se habla mucho de las cosas molestas que hacen los taxistas. ¿Qué hacen los clientes que es molesto para ustedes?
—Mucha gente que viene de mal humor y nos trata mal. Un señor un día me trató de ladrón; me dijo que era un ladrón y yo le dije que no podía llevarlo con esa actitud y me pidió perdón y me dijo que en el trabajo tenía problemas pero que perdón. Deberíamos de dejar los problemas en casa y en el trabajo. Así ha pasado muchas veces, que la gente viene de mal humor y le dice a uno algo feo, o que van a un kilómetro con un billete de ¢10.000 y tal vez uno no tiene, y mucha gente lo hace a propósito para no pagar el viaje.
LA SABANA – MERCADO CENTRAL
Desde que me monté al carro de Gerardo Hidalgo y le conté que lo quería entrevistar para La Nación , me dijo que no es nada nuevo que exista un prejuicio contra los taxistas, pero que en los últimos años se ha exacerbado. “Siempre hemos sido la escoria de la sociedad, como nos ha llamado más de uno”, comentó.
Con más de la mitad de sus 55 años de vida dedicados a transportar gente, Hidalgo es uno de los que sigue trabajando con una cooperativa (Coopeirazú), a pesar de que para muchos ya no vale la pena porque en el último año han entrado muy pocas llamadas. Su cuota diaria para usar el carro es de ¢13.000, más otros gastos fijos, por lo que dice que a veces tiene que trabajar ocho días a las semana.
—¿Usted ha ido a las manifestaciones?
—Yo voy pero de lejos. Mejor a veces ni va uno. En la cooperativa nos piden que vayamos a las manifestaciones. Con la violencia no voy, le soy honesto. Sea como sea todos tenemos derecho a trabajar, a pulsearla. Lo que me molesta de Uber es que, ¿por qué no lo hacen a derecho?
—¿Qué es lo bueno de ser taxista?
—Es un aprendizaje para uno todos los días: personas que le comentan anécdotas, problemas personales; usted habla con la gente y le cuentan un problema y le piden consejos. Uno aprende de las otras personas y trata de darles consejos sanos. Esa es la parte bonita del taxi: que se puede conectar con otras personas.
—¿Cuál es la parte más fea?
—Las personas que le echan el carro a uno encima, que lo tratan mal. En el caso mío ya mi madre murió y todos los días la pasan insultando. Uno se siente muy mal por eso porque uno anda en la calle muchas horas entonces uno agarra confianza, pero hay personas que creen que uno les echa el carro encima, o pongo el intermitente y me echan el carro cuando voy a recoger a un cliente.
—¿En qué pueden mejorar los taxistas para ganarse la confianza del público?
—Tenemos que dar un mejor servicio, usar uniforme, no usar chanclas, shorts , aretes o andar mal vestidos. Yo hago viajes cortos, aunque sea de 600 metros, y pongo la maría. A veces le va bien a uno porque más bien le dan ¢1.000.
—¿Le gustaría trabajar en otra cosa?
—Por mi edad nadie me va a dar trabajo en una empresa privada, ¿entonces qué me queda? Quedarme manejando taxi.
PARQUE CENTRAL – BARRIO ARANJUEZ
Cuando le pregunté a Lili si la podía entrevistar me pidió mis credenciales de periodista y se me quedó viendo en silencio, no muy convencida. “Parece más un chapulín que periodista”, dijo, parqueada a un costado del parque central. Fue difícil ganarse la confianza de esta carismática conductora, pero sucedió mientras atravesábamos por el corazón las presas josefinas de después de las 5 p. m.
Claro, la confianza no fue suficiente como para que quisiera darme su apellido, aunque al menos me dijo su nombre –algo que al principio no estaba dispuesta a hacer–. Lili empezó a manejar taxi hace 12 años, cuando quedó viuda y pasó de ser una mujer casada que “ponía la mano para recibir dinero” a ser una mujer soltera a la que sus hijos le ponían la mano para que les diera dinero. Hoy, a sus 57 años, sabe encontrar el equilibrio entre lo bueno y lo malo de su trabajo.
—¿Qué tan diferente es el taxi ahora?
—Al principio era un negociazo. Este no ha sido el peor año pero sí el más difícil, el más duro. Antes lo de las ganancias variaba: a veces se llevaba uno a la casa ¢15.000, a veces ¢10.000. Ahora se lleva ¢5.000, ¢4.000, ¢3.000 o nada. Yo no soy dueña del carro, entonces tengo que pagar ¢13.000 de cuota más ¢10.000 de combustible, más ¢1.500 de la lavada. Esa es plata que uno debe desde que se monta aquí, entonces, en 12 horas, ¿cuánto cree usted que se puede llevar uno?
— ¿Qué es lo que más le gusta de esto?
—Lo más bonito es la experiencia que tiene uno, las amistades, el trabajo, el dialogar con alguien, conocer a alguien, poder ayudarle a alguien porque a veces uno aquí es doctor, psicólogo, abogado y maestro, nada más que sin título. A mí me encanta porque así se me olvidan mis problemas; escucho los de los demás y trato de solucionarlos pero se me olvidan los míos. ¿Por qué puedo ayudarles a ellos y no puedo ayudarme con el mío? Bueno, porque el mío es monetario.
—¿Cuáles son sus mejores recuerdos?
—Le digo la verdad, de corazón, hablando en serio: aquí son todos muy lindos porque uno los sabe tratar. A como pueden venir estresados o peleando con otro taxista, uno los trata bien porque así como soy con usted soy con todo mundo. Este es un trabajo que no es rutinario, no es estresante, uno se olvida de los problemas cuando dialoga. En un momento los clientes se sueltan y le dicen algo a uno, y uno les dice “si quiere me cuenta y si puedo ayudarle con mucho gusto le ayudo”.
—¿Qué piensa de las manifestaciones?
—No participo porque nada gana uno con eso, más bien se mete en problemas y luego no le quieren ayudar. Que mis compañeros me disculpen pero yo no participo porque se vuelve muy violento y yo no soy ni machorra ni trato de jugar de hombre, sino que soy una señora, abuelita y madre.
—¿Cómo se siente sobre Uber?
—Uber nos ha lastimado mucho. ¿Qué necesidad tiene Uber de meterse en un país pequeño a llevarse todo si están en todo el mundo? Tienen todo el dinero que quieren, tienen todas las posibilidades, todas las monedas... Yo digo que lo hagan legal, o que nos bajen la maría a nosotros o que les suban la tarifa a ellos; ahí sí sería una competencia de verdad. ¿Cómo es posible que el gobierno nos haga esa injusticia? Aceptamos a los porteadores y a los piratas, aunque no los queríamos pero los aceptamos; ahora vienen los Uber y ya no podemos hacer nada, no podemos ir (sonido de disparos) a cada uno porque jamás, eso no está en mi mente ni en mi consciencia. Pero el gobierno tiene que darnos la razón.
—¿Se siente identificada con los líderes de los taxistas, los que salen en tele?
—Yo ni los escucho porque ni cuenta me doy, solo en las paradas que los compañeros hablan. Me alejo por ser mujer y porque a veces no estoy de acuerdo con ellos porque como todo “hombre” empiezan bien y terminan mal. Empiezan con las cosas bien, les dicen algo y se ponen violentos. No lo hemos solucionado con palabras, menos con agresión. Hay taxistas que hacen daño, unos roban y venden drogas. No todos tienen que hacer lo que yo hago pero por ellos yo me estoy viendo castigada; justos por pecadores pagan y yo estoy pagando por algo que no debo. Usted ha escuchado que a los viejitos no los llevan, que tienen las marías alteradas, que entre los mismos taxistas andan vendiendo las cosas que les han quitado, y yo no comparto eso. Si una carrera es de ¢1.000, cobrar ¢2.000 es robar. Así jamás van a salir de dónde están. ¡Más bien se están hundiendo más!