Costa Rica, descrita como de gente descalza y sin dientes a mediados de siglo, es un país con un desarrollo singular en el conjunto de la región centroamericana. Su crecimiento económico estuvo acompañado por la estabilidad política y por un significativo avance social, gracias al prolongado esfuerzo de inversión en su gente. En menos de 60 años, Costa Rica ha reducido la pobreza, ha podido llevar la esperanza de vida al nacer a casi el doble, multiplicar su población por cinco, acoger migraciones significativas, incrementar más de cuatro veces su producto real por persona, construir un Estado democrático de derecho y transitar en paz y acentuada tolerancia, aún en las décadas de enfrentamientos agudos y guerra en la región.
Además, en algunos campos seguimos mostrando ingenio: un origen de las desigualdades del futuro, el acceso al ciberespacio, está neutralizado por un programa de informática educativa que cubre a más del 50 por ciento de la niñez que asiste a centros educativos.
Una jugosa herencia
Sin embargo, nuestra nación enfrenta desafíos elementales, algunos heredados y otros productos de una realidad caracterizada por la rapidez de los cambios. Veamos algunos que habrán configurado la situación en el 2015 y que por eso son estratégicos:
Somos un país alfabetizado, no educado. La población analfabeta es un 5 por ciento. No obstante, cerca del 60 por ciento de las jefaturas de los hogares del país tienen educación primaria completa o menos; la mitad de nuestra adolescencia está fuera del sistema educativo.
Se ha atenuado la pobreza. Pero sectores importantes de la población aún la padecen (cerca de uno de cada cinco hogares) y un 30 por ciento adicional de los hogares es vulnerable, pues tiene ingresos cercanos a la pobreza.
El crecimiento del producto interno bruto está aumentando. No obstante, las muy dinámicas exportaciones no arrastran tras de sí al resto de la economía y los encadenamientos con la pequeña y mediana empresa son débiles; no se logra acelerar el mercado interno. Tenemos atrasos en infraestructura y productividad.
Cierta equidad es un valor compartido. Sin embargo, no hemos removido los obstáculos a la igualdad de oportunidades de género, etnia o regionales.
La conciencia sobre el derecho a un ambiente sano crece. Pero hemos violentado nuestro entorno y aún no logramos consolidar relaciones duraderas con la naturaleza.
Somos un país que cree en las salidas negociadas y la paz. Empero, aumentan las manifestaciones de violencia y de inseguridad ciudadana.
Además, aunque conservamos las virtudes civilistas y de apego al ideal democrático y a ciertos valores de equidad, los costarricenses dudamos sobre los mecanismos, instituciones y resultados de nuestra democracia.
Tenemos un marco regional más democrático y en relativa paz. No obstante, el entorno geográfico, visto con un poco de mayor amplitud, no está exento de conflictos y en algunos casos es posible prever severas complicaciones.
¿Estamos marchando?
En Costa Rica, en el pasado, ha predominado un estilo de hacer reformas cauteloso y gradual. Excepcionalmente se ha recurrido a cambios institucionales abruptos, aunque algunos, como las garantías sociales, la abolición del ejército y de la pena de muerte, fueron exitosos. También, en muchos casos, las respuestas un tanto inesperadas y muy propias han sido frecuentes, además de inteligentes. A pesar de un cierto espíritu emprendedor y positivamente abierto al mundo en materia comercial, este estilo nos ha hecho reforzar percepciones muy centradas en nosotros mismos.
Sin embargo, en estas dos décadas pasadas, ante cambios vertiginosos, lo que quizá estamos sacrificando es nuestra capacidad de adaptar las instituciones en forma consciente, ingeniosa y, además, con nuestro estilo.
Quizá repetir la metáfora de aplicar freno y acelerador simultáneamente ayude a describir nuestra situación.
Las décadas pasadas fueron ocasión para que recrudecieran percepciones de agotamiento del sistema, desde muy variados sectores. Algunos abogaron por ajustes estructurales, otros por procesos revolucionarios. Todos por reformas profundas y cambios, de signo diferente.
Pudimos salir de la década perdida sin graves traumas y derrotas, pero con hábitos arraigados y reflejos profundamente condicionados.
Construimos una sociedad frenada y con olor a quemado. Nadie tuvo la fuerza para imponer su programa. Freno y acelerador aplicados por diferentes actores, dependiendo del tema. Si el tema es privatización, fulanito frena y perencejo acelera, si el tema es libertades sindicales, los papeles se invierten. En general, la gente que observa desde afuera ha aprendido a desconfiar y no quiere montarse en el carro: duda de la política, de las instituciones, hasta de que exista un destino común como nación.
No tenemos aún el acuerdo necesario, la concertación indispensable para avanzar, a pesar de buenos y valiosos intentos, que merecen tener desenlaces más felices y efectivos. No podrá contarse como tal en el tanto no se conviertan en políticas públicas, legislación o resultados tangibles para la población.
¿... y es bueno el camino?
El profesor Stiglitz, académico norteamericano muy connotado, hasta hace poco jefe de los economistas del Banco Mundial, en abril de 1998, acá en Costa Rica, hacía una afirmación provocadora sobre la situación de las reformas del país: las reformas ciertamente no avanzaron con celeridad, pero esto podría ser una oportunidad para no cometer los graves errores de otros países. Después de todo, en las palabras de Stiglitz, "... las políticas propuestas por el Consenso de Washington no son completas y a veces están mal orientadas&...;" Metafóricamente yo diría que la frenada no fue puro desperdicio... la acelerada tampoco.
Así, la posibilidad y necesidad de combinar transformaciones económicas, sociales y políticas nos coloca en posición de repensar el país y de construir alternativas que redunden en interés y beneficio de la gente. Después de todo podríamos lograr combinar más bienestar con más democracia y más reformas.
Ciertamente, son muchos los obstáculos por vencer, hay que remover los reflejos condicionados y las prácticas de desconfianza. Freno, acelerador y dirección seguirán siendo indispensables para avanzar, usados con mayor sensatez y en lo que se pueda y se quiera, por supuesto que en relación con nuestros grandes desafíos.
También es indispensable retomar un estilo, si se quiere prudente, pues no juega al doble o nada a cada paso, pero con sagacidad e imaginación, de esa que solo puede surgir y ser reconocida cuando hay confianza.
En estos días de cielo azul es fácil acordarse de que no todo es montaña, nube gris o quizá bello pero cercano celaje. Muchas de las nuevas oportunidades surgen de nuestro entorno... y también algunas de las amenazas que hay que conjurar.
Pero las oportunidades y amenazas tornan indispensable formular preguntas y buscar nuevas respuestas. Por supuesto que hay que precisar nuestro rumbo.
No hace falta ser profeta para hacerlo. Basta con sentir alguna nostalgia del futuro de nuestra nación y la de nuestros descendientes, algo de orgullo y ciertamente responsabilidad.
(*) Director del proyecto Estado de la Nación