Son las 8:14 p. m. Solo falta un minuto para que la primera modelo del desfile dé ese primer paso sobre la pasarela que presentará Consuelo Melo, de la marca Muss-Muss. Afuera, frente a las cortinas que dividen el escenario del backstage, todo es tranquilidad.
Sin embargo, una imagen completamente distinta se vive detrás de ese manto negro que separa al público de las y los modelos (protagonistas de la noche). El espacio de unos 20 metros cuadrados es algo pequeño para albergar a 70 modelos y más de 30 personas de la producción que velan con ojos atentos para que todo salga como se planeó.
A primera vista parece un caos. No obstante, en aquel recinto lleno de modelos, zapatos, maquillistas, estilistas, ropa y accesorios, todo fluye como una coreografía de baile bien ensayada.
La música afuera comienza a sonar; las tonadas de las mezclas electrónicas van contagiando a todos tras bambalinas y, de paso, los ayudan a relajarse.
Son las 8:15 p. m. El momento de la verdad. Bajo las órdenes de Nancy Rojo, coordinadora de moda del evento, y con la mirada y revisión constante de Consuelo, la diseñadora, comienza el desfile.
La fila de bellas mujeres es larga. Al final se ve a Nala Diagouraga, experimentada modelo de Senegal, tomándose un momento para sí misma antes de salir a escena. “Trato de concentrarme y sentir que estoy disfrutando lo que hago. Ese también es mi consejo para las demás”, dijo moviéndose al ritmo de la música.
En la salida a escena, hay un monitor a la vista de quienes lo necesiten. Allí se cuida el paso de los modelos y es la ayuda perfecta para que la coreografía sea impecable. Todos pasan por ahí y le echan un vistazo a las imágenes antes de seguir corriendo de un lado para otro.
Una a una, las modelos superan el susto del primer paso; aquello queda en segundo plano cuando regresan de la pasarela para cambiarse de vestuario . En una explosión de adrenalina, seis encargados las desvisten y las mudan de nuevo. Tardan cerca de 30 segundos, ya que son 12 manos trabajando en equipo: unas quitan la blusa, otras ponen los aretes y otras se encargan de los zapatos. ¡Es una locura! Y el look encaja a la perfección. La modelo vuelve a la fila y espera su siguiente salida como si nada hubiera pasado.
Termina la primera colección. El aplauso del público se escucha atrás y alegra a los protagonistas: modelos, diseñadora y producción. Salió bien, qué emoción, pero no hay tiempo para disfrutarlo porque falta más.
Sin descanso. Pasan apenas unos segundos entre una y otra colección. La fila de caballeros bien vestidos con los trajes de Fabrizzio Berrocal está lista.
En medio de ellos se ve a las vestuaristas (conocidas como dressers ) ajustar los últimos detalles para que no se vea nada desaliñado. Fabrizzio encabeza la hilera y vuelve a revisar su producto, su obra de arte.
“Emocionado y enfocado en el desfile”, con esas palabras resumió el diseñador el momento previo a que diera comienzo su presentación. Todo era concentración y tranquilidad.
Uno a uno pasó por la última revisión y, tras el visto bueno del creador, dieron su gran paso. “Antes de salir la primera vez, hay una gran ansiedad, pero esa energía hay que canalizarla para salir a la pasarela con mucha seguridad”, explicó Gary Bravo, un viejo conocido de las pasarelas costarricenses.
En perfecta conjunción, la producción, la música y el animador no permiten que pase un momento de desorganización; cual si fuera una orquesta, los participantes se complementan y el espectáculo frente al público es una mezcla de constancia y ritmo.
Con cada cierre se dan el lujo de escuchar el aplauso en reconocimiento a los diseñadores y al trabajo tras bastidores, pero, de nuevo, el show debe continuar y las manos no paran de trabajar.