Sentada en unas gradas, dentro de la propiedad que alberga su casa, estaba a la espera de que pasara una vecina con la que necesitaba conversar; así encontramos a Julia Simons. A punta de trabajo y cariño por Cahuita, ella se ganó el título de personaje del pueblo.
Sus ojos son testigos de torrentes de anécdotas, sus pies han recorrido cada sendero de las montañas durante las mejores épocas del cultivo de cacao y su voz fluye pausada, como suele pasar entre aquellos que no tienen la urgencia de vivir a toda velocidad.
¿Cómo llegó hasta Cahuita? A sus 19 años tenía ganas de conocer Costa Rica y no lo pensó dos veces. Tomó algunas prendas, a sus dos hijos y dejó atrás su natal Bluefields, Nicaragua.
A este paradisíaco pueblo del Caribe sur de Costa Rica, ella llegó solo de paso, a visitar a una conocida. Aunque su idea inicial no era quedarse, el destino le tenía otros planes.
“La señora que vine a visitar me dijo que podía ganar plata quebrando cacao; pensaba quedarme unos días y luego me iba para Estados Unidos. Luego de ver como trataron a uno de mis hijos, mejor me quedé”, comentó Simons.
En esas épocas, en la década de 1950, recibía dos colones por cada caja de cacao quebrado. También lavó ropa a domicilio y vendió lotería clandestina, entre otras tareas, con el fin de llevar el sustento a los hijos que fueron creciendo hasta alcanzar un total de 13.
Anécdotas. De esos primeros años en Cahuita, recuerda que las calles eran de zacate, los caballos eran el principal medio de transporte y los automóviles aún no arruinaban la tranquilidad del lugar.
“En ese tiempo no había llegado la luz (electricidad) ni el teléfono; usábamos lámparas de canfín, tampoco había drogas. Uno podía irse a Limón, dejar la casa abierta; ahora, no se puede dejar nada abierto”, agregó.
Lo que sí existía, añadió, era un centro educativo, dos iglesias y la autoridad de Carlos Mora. Este último era el policía del pueblo; eran tiempos en los que la gente respetaba mucho a la autoridad.
En su labor como vecina destacada, Simons pasó a la historia como la primera presidente de la Asociación de Desarrollo Integral de Cahuita.
“Nadie quería aceptar la responsabilidad y yo dije que sí. Era una asociación para ayudar al pueblo; arreglábamos lo que había que arreglar. La gente habló mal de mí, pero si se hacen las cosas bien, hablan, y si se hacen mal, también hablan”, aseveró doña Julia.
Actualmente, sigue con su labor; si hay un enfermo y ella puede ayudar, entonces lo visita para que esté acompañado. De igual manera, participa activamente en el foro del Caribe sur , donde comparte sus experiencias con nuevas generaciones. Gracias a este grupo, ha contado sus anécdotas en lugares como Puerto Viejo y Limón.
A sus 87 años, también es activa integrante de un grupo de adultos mayores; juntos practican deportes, comparten comidas y, ante todo, la pasan bien.
En sus planes no está detener su estilo de vida; por el contrario, quiere vivir mucho más para seguir disfrutando con sus nietos y bisnietos.
“Le estoy pidiendo a Dios llegar a los 100 años. Siempre voy a colaborar, hasta que Dios me llame y diga que mi trabajo está terminado”, finalizó esta activa vecina de Cahuita.