A cinco minutos de arribar al centro de Palmares –en medio de una curva sobre la carretera que viene desde San José–, una valla publicitaria de una compañía de telecomunicaciones anuncia: “¡En Palmares disfrutamos de la mejor red!”. Es viernes, a las 3 p. m.; 24 horas antes, y durante el 75% de la jornada del jueves, quienes utilizaron la red celular de dicha compañía en el lugar intentaron (cientos de veces) ingresar a Internet, enviar mensajes o llamar a sus conocidos, con un margen de fracaso del 99%, aproximadamente. Aquí, la ironía es ley.
Sobre esa misma carretera, hay un tramo de tres kilómetros en el que prácticamente todas las empresas del país aconsejan a conductores y pasajeros en distintos temas, de cara a los tradicionales festejos del cantón alajuelense. Más pequeñas que los logos de las compañías, las leyendas lanzan pensamientos sabios: ‘utilice el cinturón’, ‘disfrute con medida’, ‘no maneje borracho’ e, implícitamente, ‘compre todos nuestros productos’. Metros después, una gran valla roja de una marca de refrescos tiene, en una esquina, una calcomanía que lee ‘Otto Guevara’. Aquí, todos buscan un poco de atención.
El jueves 16 de enero se celebró el tradicional y siempre multitudinario tope de las Fiestas de Palmares. A las 4 p. m., Mauricio Rojas vestía un sombrero de vaquero con una cinta que tiene impreso –repetidas veces– el logo de una marca de atún en lata. Nadie estaba vendiendo atún ni siquiera él, quien más bien vende a quien pueda chips prepago de teléfono celular. “El consumismo acá es exagerado, pero solo para el guaro”, asegura, antes de ofrecer el producto a una pareja que, sin asco, lo ignora. Cuando pasa un carrito de helados, compra el más barato y corre hacia la multitud para intentar venderlo a un mayor precio antes de que se derrita.
Rojas es de Naranjo y forma parte de una legión de vendedores ambulantes y trabajadores informales que buscan una tajada de Palmares durante los 13 días de las fiestas cívicas. Al lado del tope había vendedores de cerveza, pinchos, sombreros y bloqueador, entre otros productos, y el panorama se completaba con una multitud en las aceras que causaba un desplazamiento peatonal de dos cuadras por hora, mientras los caballos se mostraban confundidos y disgustados por el hedor de sus propias heces, algo que parecía resbalarle a los humanos allí presentes.
La Asociación Cívica Palmareña (ACP), ente organizador de los festejos, calcula que 25.000 personas asistieron a Palmares el día del tope, y que compartieron terreno con más de 3.000 caballos. Desde los toldos y las aceras que se colocan a ambos lados de la calle, el ambiente era homogéneo: mujeres en minifalda y escote, hombres con el dorso pelado –o con camisa de cuadros– y sombrero, cerveza en mano, bailando al ritmo de tres canciones que vienen de distintos frentes y que pelean entre sí. Algunos varones disparan comentarios homofóbicos y misóginos, los cuales, en algunos casos, ascienden a manoseos a cualquier mujer que esté en el lugar y momento equivocados.
Bienvenidos a Palmares.
Campo ferial. 80.000 metros cuadrados albergan una parranda legendaria que solo sucede dos semanas al año. El área principal de las Fiestas de Palmares es resguardada este año por más de 1.000 oficiales de seguridad privada y unos 500 de la Fuerza Pública. Entre las atracciones disponibles, los visitantes pueden sacar provecho de un redondel de toros, dos megabares, tres cantinas, un bar de reggae , juegos mecánicos, paintball , una galería artística y 68 restaurantes.
La gran variedad en materia de comida es asombrosa y es uno de los avances de los cuales se vanagloria la ACP para esta edición. Las opciones sobran: hay pollo, pizza, choripán, pupusa, costilla, arroz cantonés, chop suey, parrillada argentina de res, vigorón, churros, mangos, chuzos de carne, elotes, chorreadas, crepas, arepas, emparedados y hasta sushi. Los precios oscilan entre ¢2.500 y ¢6.000.
Los megabares (Barra Imperial y Bar People) son grandes estructuras móviles con capacidad para más de 3.000 personas, con grandes entarimados y espacios para que se arme el bailongo. Los usuarios deben pagar la entrada al lugar, cuyo precio depende del día y de la demanda. Por dentro, ambos bares se perciben como islas dentro de Palmares, con un sonido tan potente que rápidamente los presentes olvidan que existe un mundo afuera.
La noche del jueves, ambas barras estaban a más no poder, pero la del viernes se tornó difícil: se empezaron a ver llenas hasta pasadas las 10 p. m., dado que el campo ferial permaneció casi vacío durante todo el día. La Barra Imperial se colmó de acreedores de motocicletas pandilleras, quienes fueron invitados por el bar, con música en vivo de la banda Charlie XX-27, que tocó covers de grandes clásicos del rock para una legión de enchaquetados de cuero que bailaban y brindaban sin descanso. People, por otro lado, recibió a un poco más de gente, gracias a sus precios más asequibles.
Las billeteras tienen mucho movimiento en el campo ferial, y eso aplica a cualquier necesidad humana: no existe un solo baño público en las fiestas que se pueda utilizar de forma gratuita. Para ir al orinal hay que desembolsar ¢200, y para un servicio sanitario hay que pagar entre ¢300 y ¢400. Los baños se limpian con periodicidad, y el dinero recolectado se dona a escuelas y guarderías palmareñas. Aquí, orinar es ayudar a la educación.
Kingston es el nombre del bar de reggae y roots que se estrenó en esta edición de los festejos. “Estamos cubriendo la necesidad de un nicho”, afirmó Martín Blanco, propietario de Tierra de Gigantes, empresa madre de Kingston y People, presentes no solo en Palmares, sino también en las fiestas de Zapote, Liberia y Pérez Zeledón.
“Palmares está resurgiendo, y con eso supera las expectativas de Zapote por más de la mitad”, alegó Blanco, quien cuenta con 15 años de experiencia en este tipo de comercio móvil.
Para todos. Las cantinas son algunos de los epicentros de diversión más importantes de estos festejos. En su mayoría, ofrecen entretenimiento universal: karaoke y cantantes que le entran a todo tipo de música, como es el caso de José Jiménez, alias el Indio.
Nativo de Nicoya y residente de Cartago, Jiménez rota por los festejos de todo el país, imitando las voces de Bob Marley, Pandora, Scorpions, Tigres del Norte, Bronco, Ana Gabriel, Alejandra Guzmán y Pedrito Fernández, su artista favorito para interpretar. El Indio tiene permanencia en el bar El Corral de Oro de Morales durante los 13 días de las fiestas, y cuenta que su gran satisfacción y propósito es que “el público quede como loco”.
En las afueras del campo ferial, existen los pulseadores de otra estirpe. Fabián Soto cuida carros en una cuadra cercana, y así lo hará todos los días hasta que termine el festín. “Un compa me prestó el patio del chante para la tienda de acampar”, comentó, aunque no utiliza mucho la propiedad: llega al campo ferial a las 7 a. m. y se va después de la 1 a. m. Terminadas las fiestas, se irá a alguna playa a vender artesanías. “A como está de cara la situación, uno no puede darse el lujo de irse de vacaciones”, dijo.
Paradójicamente, quienes visitan las fiestas en papel de público están de vacaciones o recién vienen saliendo de la resaca decembrina. Cuando cae la noche, la diversión se torna exclusiva para mayores de edad. Luego de cierta hora, las personas caminan tambaleándose entre el tumulto, cuidando que no se derrame ni una gota de cerveza.
Asisten personas de todo el país, y hasta extranjeros. Elizabeth y Neil llegaron a Costa Rica hace dos semanas, desde Minnesota, para estudiar en el INCAE, y sus compañeros les recomendaron ir a Palmares. “Nos dijeron que era un lugar divertido”, dijeron, antes de visitar varios de los bares disponibles y hasta subir a compartir micrófono con el Indio en una canción.
Al igual que ellos, la actitud de la mayoría de personas que van a Palmares es una propia de la libertad: aquí no existe la vergüenza, y todos disfrutan su vida sin pensar en un mañana. Sin embargo, aunque pueda parecer que el fin de las fiestas es la pachanga en todas sus expresiones, eso sería minimizar a la otra gran cantidad de personas que escogen entretenimiento familiar y sano durante las fiestas.
Palmares es una versión a escala de lo que sucede en el spring break estadounidense, y representa el concepto de la juventud, algo que no es del todo negativo. Además, lo loable: las ganancias de las fiestas han ayudado a construir y desarrollar todo tipo de proyectos educativos, culturales, deportivos y de salud en la comunidad.
La fórmula de las fiestas es clara y apela a un tipo de espectador muy masivo. Es lo que es: usted es público meta de Palmares en tanto esté cómodo con la idea de ser parte de una fiesta mayúscula, y todo –lo bueno y lo malo– que ello representa. A final de cuentas, en ese campo ferial hay representación de todo el país, tanto entre los que se divierten como entre los que trabajan.