¿Todavía recuerdan cuando eran niños y se encerraban en el cuarto para jugar con pinturas, y el olor quedaba impregnado en las paredes junto a dibujos de árboles y casas? y ¿recuerdan cuando entraba la mamá con el ceño fruncido y la faja lista en la mano?
De pequeños esa era la fantasía, la desobediencia. Así se resume en pocas palabras el festival Life in Color, una franquicia estadounidense que se caracteriza por los sets de música electrónica y por rociar galones de pintura a los que se atrevan acercarse al escenario.
Esta vez se realizó en ‘El Tajo’ del Parque Diversiones, un sitio aislado de la carretera, rodeado por paredes de piedra y de vegetación seca es el escenario ideal para que la fantasía perdure toda la noche.
A las 4:00 p. m. salieron sonidos desde la tarima a través de la boca de un león gigante. Los rugidos provenían del DJ nacional Jürgen Dorsam, quien se encargó de aglomerar a un grupo grande de personas ansiosas de tomarse selfies, junto a quienes serán por el resto de la noche, sus compañeros de travesuras.
Le siguió el dúo Javier Portilla y Sotela, quienes se enfrentaron a una masa muy pegajosa, que imploraba entre bit y bit por el drenaje masivo de pintura fosforescente, que finalmente llegó a las 7:00 p. m.
Una vez que la tela blanca cambió de color, Jurgen Dorsam regresó al escenario junto al DJ Tocuma para dar un set que Dorsam describió como “más movido, con las canciones que todos quieren bailar y cantar, esas que todos se saben y provocan que la gente se emocione”.
No mintió. En la zona VIP de Jogo, las canciones de Justin Bieber hicieron que todos corearan la tonada, cerraran los ojos, se apretaran al del lado, o al del frente, o al que tuvieran más cerca.
Esa zona decorada con luces rojas se asemeja a un santuario íntimo, capaz de albergar cualquier tipo de rito adolecente.
Según el gerente de Jogo Adrián Gutiérrez, hasta el momento (8:24 p. m.) habían ingresado a ‘El Tajo’ 12.000 personas.
Firebeatz fue el quinto acto de la velada y el primero internacional, y resultó ser uno que todos esperaban con ansias.
El dúo compuesto por Tim Benjamin Smulders y Jurre van Doeselaar, reconocido por tocar junto a Calvin Harris, fueron la dosis de energía que el público necesitaba para continuar de pie, bailando y cantando Small Town Girl de Journey, un himno que todos alabaron a gritos.
Afuera del grupo sólido pero líquido de gente, estaba Mario Soto, el “fan número uno del festival”, según él.
Soto me dice, mientras se limpia la frente llena de pintura verde y rosada, que no puede perderse esta fiesta.
“Lo que más me gusta es que es al aire libre, y hay mucho espacio para disfrutar, no hay forma de no pasarla bien, pero bueno ya me tengo que ir”.
Y Soto sale corriendo para adherirse como imán al resto de sus amigos, porque en la tarima suena: “Dale a tu cuerpo alegría Macarena Que tu cuerpo es pa' darle alegría cosa buena”.
A las 8:40 p. m. la fiesta seguía por la mitad, faltaba más pintura, más baile, y que los niños traviesos siguieran desvelados, ensuciándose la ropa sin permiso de la mamá.