Fernando Chaves Espinach
L a semana pasada, Aimar Arriola llevaba apenas unos días trabajando en la Casa Caníbal, donde el Centro Cultural de España (CCE) abre oficinas a sus investigadores residentes .
Sin embargo, el curador-investigador español se movía por el recinto como si conociera bien dónde estaban mesa, ventana y café: todo lo necesario para largas jornadas de trabajo. “A veces a uno le pasa que va a un lugar y siente que no es la última vez que va a venir”, dice.
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Arriola es el más reciente invitado a la residencia artística del CCE, abierta en el 2015 para fomentar la investigación y tejer redes entre España y la región. La visita se realiza junto con la X Bienal Centroamericana, a cuya curadora, Tamara Díaz-Bringas, conoció hace una década.
No es una residencia que espera un producto al final de los dos meses de duración, sino un espacio para la reflexión y la investigación por sí misma. Crece a su ritmo: algunas de sus ramificaciones pueden verse en línea, en medium.com/@casacanibalcr.
Superficies
“Las exposiciones de la Bienal se inauguran el 30 de agosto, pero se puso en marcha hace tiempo y casi desde el primer esbozo he estado ahí, en conversaciones con Tamara. Algunas sublíneas de la Bienal tocaban de cerca mis intereses e investigaciones actuales. Acepto la invitación porque es una oportunidad única para entablar contacto con la región”, explicó Arriola.
Así, ofrece una suerte de pausa para conectar los puntos que unen sus diversos campos de interés. ‘Eso me interesaba porque, si bien, yo defino como mi lugar de enunciación la práctica de la curaduría, tengo una forma particular de entenderla, que es muy en relación con la investigación. No solo porque desde hace dos años estoy inmerso en mi tesis doctoral, sino porque intento hacer frente a esos tiempos impuestos por demandas externas, todo el aparato institucional. Entiendo que la producción de conocimiento y la articulación de relaciones –que para mí es una de las funciones de la curaduría, en sí, el generar puentes entre experiencias, momentos e ideas–, requiere de otros tiempos’.
Diagonal al Farolito, en la Casa Caníbal, Arriola desarrollará el proyecto Hacer con la superficie , que propone pensar de otra forma la investigación. “Vengo pensando en qué podemos entender por las prácticas superficiales casi como una provocación”, explica.
Empieza por cuestionar palabras “vinculadas al terreno de las profundidades” usadas como metáforas de la investigación: profundizar, penetrar, excavar, ahondar.
En Casa Caníbal, la mesa, las paredes y los jardines empiezan a acumular materiales, posibles formas de hacer. ¿Cuál sería el potencial de trabajar no desde la profundidad, sino desde la superficie? “La superficie es ese primer plano del que cuelgan algunos temas que me interesan: lo animal, el tacto, el jardín y que espero que me ayuden a establecer una nueva relación con la investigación; no olvidar que es necesario repensar continuamente qué es investigación”, explica Arriola.
El tema animal se repite en varios proyectos personales y colectivos previos. “Una forma que el pensamiento occidental ha utilizado para establecer división entre humano y animal es dibujando al animal como ser sin interioridad, como cuerpo superficial, frente al humano, que mira la profundidad de su ser para conocerse, para pensarse, que tiene un alma”, dice. “El animal se caracteriza como pura superficie”.
Lo animal fue uno de los ejes de la exposición Anarchivo sida , expuesta en Tabakalera, un espacio cultural en San Sebastián (España). En su repaso, muestran cómo artistas de América y de España usaron la filiación con lo animal para contrarrestar los discursos sobre el sida comunes en los albores de la epidemia.
“Estamos investigando cuál fue el impacto del VIH y sida fuera de los sospechosos habituales: París, Londres, Berlín, Nueva York. Es decir, qué pasó en otras latitudes en las que el relato canónico sobre la discusión en torno al sida no calza o no da cuenta de experiencias concretas”, dice de un proyecto que desarrolla con colegas de Chile.
Los relatos sobre el sida siempre encuentran su origen en el otro, pero, antes de que fueran otros humanos, eran otros animales (los primeros primates infectados).
Así, la animalidad y el sida se cruzan de forma inusitada y, en la época, grupos como Las Yeguas del Apocalipsis (Chile) y artistas como Miguel Benlloch (España) retomaron lo animal como estrategia crítica.
Una superficie empieza a hablar de las demás: “Otra cuestión que me lleva a pensar en las superficies es un interés en el potencial operativo del tacto, el conocimiento que se produce no a partir de la visión ni de la razón, sino del tacto, la implicación con la piel y las relaciones corporales que se producen a partir de él”, agrega.
En ese sentido, en el contexto del proyecto sobre sida, colaboró con el bailarín Aimar Pérez Galí, quien a través del trabajo en contact improvisation –una técnica en la que se improvisa a partir del contacto con el otro–, habla contra la retórica que, en aquellos primeros años, castigaba el contacto por miedo a la infección.
Otras formas
La enfermedad no ha sido el único mecanismo por el cual se excluye el tacto como forma de conocimiento. “Creo que en la sociedad contemporánea, en el día a día de las sociedades neoliberales, vemos cómo cada vez hay más mecanismos cotidianos dedicados a evitar el contacto con las personas”, opina Arriola.
En Londres, donde reside, el bus se paga con tarjetas contactless; en nuestra cultura digital, la promesa es que ya no tenemos que tocar nada ni estar presente. Renunciar a ello, empero, es excluir una forma de conocimiento. De ahí en adelante, los temas se empiezan a conectar en la mente deambulante de Arriola.
“Me interesa trabajar con la convención de la exposición. Hace poco vi una conferencia de una curadora muy conocida que decía: ‘Asegúrense de que sus exposiciones convoquen el cuerpo; para todo lo demás, ya está Internet’. Hay algo insustituible en el encuentro entre un cuerpo y un artefacto artístico, conocimientos que se dan en lo material que no los sustituye un libro ni Internet, y me interesa cómo trabajo bajo el formato de la exposición para convocar al cuerpo”, dice.
Al llegar a Centroamérica, encontró otra conexión con sus trabajos anteriores: el jardín. Esa figura había estado presente en su trabajo con la artista española Susana Talayero; aquí, la encontró en Nicaragua, con Aparicio Artola, y en Costa Rica, con Rolando Castellón.
“El jardín como yo lo planteo, desde (el filósofo) Gilles Deleuze y estos artistas, no es un jardín enraizado, anclado, sometido a una relación geométrica, sino un jardín de circulación libre”.
El jardín, diseñado para la contemplación, es también asunto de superficies. En la mirada de Arriola, apenas tocarlo despierta inusitadas direcciones: nuevas ramas. En Casa Caníbal, tendrá tiempo de dejarlas crecer.
Proyecto dinámico
La Casa Caníbal del Centro Cultural de España es un espacio de investigación inaugurado el año pasado con la visita de la española Julia Morandeira como primera investigadora en residencia. Siguió un proyecto coordinado por Pablo Hernández, Victoria Marenco y Esteban Piedra, Modelo y situación . El espacio se plantea como un centro para la investigación y experimentos de toda índole, para transformar formas de ver prácticas artísticas.