Desplegado a lo largo de más de seis décadas de historia, el mapa global de la Feria del Libro de Fráncfort adolecía de un agujero en el centro de América. De Guatemala a Panamá, el vacío se daba por sentado, pero, a fuerza de palabra, el recinto ha conocido otra forma de ver al istmo.
En este año, por primera vez, Centroamérica contó con un puesto para exhibir su literatura en el encuentro de la industria editorial más grande del mundo. En los pasillos de una feria que este año atrajo a más de 280.000 personas, una docena de editoriales y tres escritores de la región compartieron sus últimos títulos y buscaron negocios que permitan seguir creciendo a la industria local del libro.
El país que tendió el puente entre nuestras literaturas dispersas fue Alemania. Desde el año pasado, el Instituto Goethe de México genera una colaboración que ha incluido jornadas de reflexión en Alemania, colaboración con el proyecto Centroamérica Cuenta (de Sergio Ramírez) y la invitación a participar en foros en Berlín y Fráncfort.
Los editores invitados por el gobierno alemán participaron en encuentros con profesionales alemanes para comprender a Centroamérica como una región integrada en la industria editorial, con aspiraciones a profesionalizarse más y a crecer.
Como dice el editor y traductor Lutz Kliche, coordinador del proyecto de la institución alemana, el editor ya no puede ser solo alguien que imprime libros, como ha sido tradicionalmente en Centroamérica. El editor debe ser un agente cultural: uno que fabrique el producto, lo comprenda y sepa hallarle un espacio en el mercado.
Aparte de los editores, tres escritores conversaron sobre su trabajo con el público de Berlín y de Fráncfort. El costarricense Warren Ulloa, la salvadoreña Vanessa Núñez Handal y la guatemalteca Denise Phé-Funchal ofrecieron lecturas y conversatorios sobre sus cuentos, incluidos en la antología Un espejo roto. Antología del nuevo cuento centroamericano y dominicano (libro editado por Sergio Ramírez).
La antología se tradujo al alemán gracias al apoyo de la República Dominicana, y la publicó la editorial suiza Unionsverlag como Zwischen Süd und Nord: Neue Erzhäler aus Mittelamerika .
Tránsito interrumpido. Vanessa Núñez lo dice de forma clara: “Debemos navegar como región”. ¿Por qué? ¿Para qué impulsar una unión de este tipo? El silencio es mal espejo y peor consejero. En soledad, cada país ha tratado de entenderse sin su vecino.
El resultado ha sido una escasa comprensión de lo propio y lo ajeno –la prueba la aportan las relaciones diplomáticas entre nuestros países–. “En general, nos leemos muy poco. Al resto de autores de Centroamérica los conozco por sus blogs, y más por una cuestión personal que por un pensamiento de grupo”, confiesa Phé-Funchal.
Su experiencia es la de una generación de escritores que no ve una fuente común con sus pares en la región. Núñez sostiene la tesis de que, si alguna vez tuvimos vínculos fuertes entre los centroamericanos, estos fueron intelectuales (con ejemplos desde la época colonial).
Con las décadas de violencia, ese tejido de diálogo y conocimiento se degradó sin remedio. “Si 'Centroamérica' existe, existe intelectualmente. El problema es que, históricamente, los intelectuales han sido un peligro para los gobiernos”, señala Núñez.
La salvadoreña Elena Salamanca escribe en el blog Cuenta Centroamérica (del Instituto Goethe): “Pensar históricamente un país, una región, incluso una ruina, requiere poner a prueba el lenguaje mismo. Hay que activar las narraciones cotidianas y extraordinarias que guarda el archivo y que por perspectivas historiográficas ha olvidado el historiador”.
Una vez reactivado el espejo , se pondrá en movimiento el cambio. Es así como la búsqueda identitaria y la definición de rasgos comunes entre nuestros países han sido temas de reflexión por décadas. Cada país ha trazado su propia ruta –diferente y específica–, pero considerar las características de su producción de forma aislada podría cegarnos a nuevas posibilidades.
“En nuestros países es muy difícil vivir de la literatura. Si decís que sos escritor, todo el mundo te pregunta qué otra cosa hacés; se ve como un hobby”, señala Warren Ulloa. Así las cosas, una integración requeriría, además, de una profesionalización más profunda. “Debe empezarse a crear una industria editorial, de publicidad y de distribución”, opina Núñez.
La progresiva formalización del libro y sus condiciones de producción no puede dejar de lado las características propias de lo literario. Como otros productos humanos, hablan de lo que somos y lo que deseamos ser. Escribir en Centroamérica, en el contexto que una antología como Un espejo roto propone, es preguntarse cómo nos vemos como región y cómo se forman imágenes de la región entre sus habitantes.
Redes vivas. Si usted deseara buscar libros centroamericanos en las librerías josefinas, apenas hallaría un puñado de títulos que se han colado en sellos españoles. Por unos cuantos días, fue más fácil elegir un título de cada país en un puesto en Fráncfort que en cualquiera de nuestras capitales.
¿Cuáles son los retos que afronta una industria editorial disgregada como la centroamericana? En primer lugar está el problema de la distribución. No pocos editores centroamericanos se quedan con sus libros en cajas, y no necesariamente por falta de lectores. Editoriales de cada país tienen experiencias específicas –muchas de ellas, muy diferentes de lo propuesto por el Instituto Goethe–. Empero, todas adolecen del problema de la circulación interrumpida.
Por otra parte, se pone en riesgo la entrada de la literatura centroamericana en otros mercados –su posibilidad de llegar a más lectores–. Muchas veces, el costo de traducir un libro supera el de la compra de sus derechos.
Para poder financiar un libro traducido en Alemania, Kliche calcula que deben producirse entre 5.000 y 10.000 ejemplares. Sin apoyo institucional de todo tipo, sería difícil para autores desconocidos descollar así.
Desde otras latitudes, esta interrupción conlleva silencio. “En los años 80, sabíamos mucho de Centroamérica por la cobertura que hacían los medios internacionales de las guerras; hoy, de los jóvenes se sabe muy poco”, señaló Kliche en una charla con los autores en el Instituto Iberoamericano de Berlín.
Sin embargo, en países como Alemania existe una red de instituciones que abre puertas a diálogos sobre la región. Así, los escritores participantes en este viaje compartieron su trabajo en sitios como el Instituto Cervantes de Fráncfort, la Librería Rayuela de Berlín, y un salón de la feria. La forma en la cual editoriales y autores centroamericanos las aprovechen dependerá de esfuerzos institucionales, pero también particulares.
En los pasillos de la feria se escucha albanés y turco, italiano y árabe; se habla de turismo y de revistas de moda; se firman contratos de cientos de miles de euros, y se concreta la primera traducción de la nueva promesa de la literatura búlgara. Debería ser una certeza toparse con un centroamericano allí.
Casas invitadas
Las editoriales participantes fueron Uruk Editores y la Editorial Costa Rica (Costa Rica); Anamá Ediciones y Libros Para Niños (Nicaragua); Clásicos Roxsil e Índole Editores (El Salvador); Editorial Guaymuras (Honduras); Exedra Books (Panamá), y Editorial Piedra Santa y F&G Editores (Guatemala). A ellas se sumaron la guatemalteca Catafixia y la tica La Jirafa y Yo, también invitadas por el gobierno alemán, con un puesto aparte.