Seguir la Bienal Centroamericana a lo largo de los últimos meses, conforme ha ido creciendo su décima edición, ha sido ver cada pieza del rompecabezas moviéndose sin cesar para encontrar su sitio.
Las piezas se resisten a quedarse quietas, por supuesto, porque todo panorama de Centroamérica es un signo de pregunta. Del 30 de agosto al 30 de setiembre, en San José y Limón, el encuentro de arte contemporáneo ofrecerá una visión, un paisaje, una captura de lo que han tejido 58 artistas y 12 proyectos colectivos de Honduras, Guatemala, Panamá, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica.
Apoyada por Empresarios por el Arte, ha dado un giro hacia un encuentro regional caracterizado por la pluralidad, los cambios frecuentes y la capacidad para tender puentes.
En el encuentro se reúnen pintura, escultura, fotografía, instalación, performances y otras disciplinas y técnicas, con firmas consagradas como Priscilla Monge, Patricia Belli, Regina Galindo y Federico Herrero. Con ellas dialogan voces emergentes como las de Stephanie Williams, Abigaíl Reyes, Claudia Sevilla y Marton Robinson, entre otros.
La X Bienal ha sido pensada no como un certamen, sino como una red. La lectura es de Tamara Díaz Bringas, curadora cubana cuyas miradas críticas al arte de la región ya han brindado productivas reflexiones y abierto importantes interrogantes en el pasado, en la forma de agudos estudios de artistas.
Su propuesta empezó con la idea de “bordados y desbordes”, y se concretó en la propuesta curatorial titulada Todas las vidas . “¿Cómo podemos definir colectivamente las condiciones de una vida vivible? ¿Qué procesos facilitan la sostenibilidad y expansión de la vida y cuáles, en cambio, suponen una amenaza para los procesos vitales en un sentido subjetivo, ecológico y social? ¿Con qué herramientas podemos cuestionar un sistema que prioriza unas vidas, como dignas de ser cuidadas, mientras convierte otras en residuales? ¿Es posible revertir la desigualdad?”, se pregunta.
Público y privado, individual y colectivo, orgánico y sintético, humano y animal, naturaleza y cultura, son las dicotomías que agitan la vida en Centroamérica y, a la vez, los hilos tensos sobre los que nos sostenemos. De esa tensión hablan los artistas de la Bienal, reunidos por una extensa colaboración entre instituciones costarricenses y de la región.
Para detectar esas otras voces, Díaz Bringas visitó país por país desde julio del 2015, para encontrar a curadores, artistas o “aglutinadores” de energías en el campo artístico y, ahora, agruparlos con el fin de que dialoguen.
La profusión de tendencias hizo necesario “pensar la web como un espacio de intervención” y nutrir el sitio web, desde hace varios meses, con recursos como X Blog (una bitácora de la bienal), X Sonora (espacio de artistas sonoros) y Contextos (escritos sobre prácticas artísticas e institucionales de la región).
De este modo, la Bienal Centroamericana se planteó como una red de puntos de entrada a eso que llamamos arte centroamericano, en su cambiante y robusta voluntad de experimentar.
– ¿Cómo ha sido el proceso de articular una bienal regional que busca tomarle el pulso a lo que está pasando, en vez de buscar artistas específicos?
– Ha sido un proceso bastante arduo porque habíamos tomado la decisión de no plantear desde la curaduría un tema o problema al cual los artistas reaccionaran. Es un modelo que ha sido exitoso en algunos casos y que ha producido proyectos interesantes; un ejemplo cercano es la Bienal de Panamá, que, en algún momento decidió, con la curadora mexicana Magalí Arriola, abordar el canal de Panamá y se produjeron proyectos muy interesantes.
”Es un modelo que respeto, pero prefería hacer el proceso inverso. Es más trabajo, pero, para mí, también es más apasionante, intentar acercarme y hacer visitas a cada uno de los países, que hemos tenido desde julio del año pasado. Decidimos no hacer una lista de artistas previa, sino intentar ver a los artistas y a otros agentes en los contextos en los que normalmente trabajan, se reúnen y exponen”.
–¿Por qué consideró que para esta edición, al menos, el modelo de buscar artistas o temas específicos no funcionaba?
–El encargo de parte de los organizadores era que querían cambiar el modelo, y una de las cosas que me parece que han afectado el modelo de bienal por convocatoria y certamen tiene que ver con un modelo casi reactivo: hay un evento y la gente produce por esa demanda y no por investigaciones propias, que tengan un recorrido de más largo tiempo.
”Para mí es más interesante identificar aquello que ya está ocurriendo; de hecho, no me interesa para nada la novedad o esos criterios de sacar un nuevo nombre para el contexto o mercado del arte. Más bien, intentamos identificar cosas que ya estaban en marcha, que tenían un recorrido o que potencialmente podían tenerlo. A veces, eran líneas de investigación que me parecía interesante potenciar, pero de lo que estuviese ya ahí”.
– Montar una obra para una bienal puede presentar otros problemas. Al obviar los procesos de investigación del pasado y pedir solo que reaccionen ante un tema, se ponía un poco en peligro el futuro. Si solo investigás para esta ocasión, pasa un evento, organizado, específico, en un espacio de 20 metros cuadrados…
–Y se acaba ahí; claro. El problema con lo que algunos han llamado “síndrome bienal” es eso: es algo que aparece y no deja efecto. Aparece y desaparece. Sí que deja efecto siempre: se producen obras en ese momento, debates y relaciones. Es algo que ha sido un acierto de la Bienal Centroamericana: contribuir a esa consolidación de redes y artistas.
”Ha sido muy positivo y todo el mundo lo reconoce; los artistas se han conocido en una bienal tras otra y ese es un efecto a largo plazo. Pero sí, definitivamente, una intención era que la X Bienal no fuera solo una vitrina sino un momento de articulación, ojalá con mayor intensidad, pero de cosas que ya están sucediendo y que ojalá que continúen”.
–En términos metodológicos y prácticos, ¿funcionó este experimento?
–Sí funcionó, pero creo que realmente ha sido muy arduo. Cierta inteligencia del otro modelo es que es mucho más sencillo ( risas ) en términos de producción y organización. Hay un nivel grandísimo de riesgo que se tiene en este caso debido a que son procesos más lentos; estamos trabajando con investigaciones que no están ya articuladas como obras.
–¿Cómo se dio la investigación que lleva de “bordados y desbordes” a la idea de “todas las vidas”?
–“Bordados y desbordes” era como la hoja de ruta, la guía de cómo plantear formatos, metodologías e intenciones la bienal, pero no era algo temático; enunciaba desde la curaduría cómo era (el proceso). Todas las vidas ha sido la lectura; después de la investigación y visitas a cada lugar para configurar esa cartografía de la bienal, es una lectura de eso, desde la curaduría, pero sale de las obras.
– ¿Cómo empezó a identificar esa cuestión que se expone en la bienal de las vidas más o menos valoradas, más o menos en riesgo u olvidadas?
–Es una lectura de las resonancias o insistencias que hay en ciertas obras que seleccionamos. Para mí, es un lema, una consigna que permite pensar varias de las líneas de trabajo importantes. Por un lado, “todas las vidas importan”: hay varias obras que tienen que ver con eso, y varias revisa esos procesos de normalización que pasan por género y sexualidad… Hay muchas poéticas que tienen que ver con procesos biológicos, la vida en el sentido más literal u orgánico está presente, como obras que se están descomponiendo o que trabajan con la idea de plaga. Lo que propone Todas las vidas es un marco bastante amplio que no intenta opacar las obras.