Cultura

Bob Dylan, la estatua de un dios con cabeza

Los héroes modernos están llenos de contradicciones. Bob Dylan no escapa a esta imagen. Un mito contemporáneo, considerado por muchos como el artista más importante de las últimas décadas, el Bardo de nuestros días

Histórico. Dylan, de 75 años, es el primer cantautor en ganar el Nobel de Literatura, en los 115 años de historia del premio. (TORSTEN BLACKWOOD)

A finales de los años 70, Bob Dylan, de origen judío, se convirtió al cristianismo. En dos discos y durante los años 80 fue su credo. Por ello, no dejo de recordar que mi primer acercamiento con su música se dio gracias a ese tema que se cantaba en misa, cuyo estribillo quizá recuerden: “Saber que vendrás, / saber que estarás / partiendo a los pobres tu pan”. La letra es de Jesús García Torralba. El tema original, ustedes lo saben, es Blowin’ in the Wind , una de las primeras canciones de Dylan que se transformó en un himno de las luchas sociales y de la contracultura hippie . Como otras canciones folk de Estados Unidos de los años 60 esta sirvió para catequizar a varias generaciones. Eran los tiempos de la teología de la liberación.

Lo anterior me permite empezar a comprender el impacto de la obra de Dylan en la cultura occidental, un artista que surge de la tradición y se engarza con la vanguardia, un poeta que ha sabido interpretar el signo de los tiempos y, a la vez, ha escapado de esos tiempos que siempre están cambiando. Por ello, a pesar de la sorpresa, no debería extrañar en lo absoluto que este año se la haya otorgado el Nobel de Literatura.

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Sin embargo, la noticia ha despertado el enojo de muchos sectores de la sociedad, especialmente de los escritores, quienes sienten que les han usurpado su sacrosanto espacio. Nada más lejos de la realidad, pues por primera vez en años estamos frente a un Nobel que puede ser relevante en la esfera pública. El premio permite discutir acerca del papel de la poesía y de los poetas en nuestra sociedad, de su importancia o falta de esta, de su relación con la gente.

Bob Dylan, la estatua de un dios con cabeza (JONATHAN NACKSTRAND)

Por más de 150 años, la poesía moderna ha venido transformándose. Mucho se ha dicho de su debacle, de su irrelevancia para los lectores actuales, en parte achacada al verso libre. Por ello, este reconocimiento enfatiza que desde hace décadas no ha habido en lengua inglesa un autor que les hable a tantas personas (no en balde le dicen el Bardo, en alusión a William Shakespeare).

En el 2006, ya sugería el poeta chileno Raúl Zurita que Dylan hace que autores consagrados como Brodsky o Szymborska parezcan mausoleos. Como dijo alguna vez Leonard Cohen, “Dylan puso de vuelta la palabra en la rocola, que es a donde pertenece”.

En esa tónica, no deja de ser llamativo que cada año nos quejemos porque no tenemos idea de esa autora desconocida de las Filipinas que ganó el Nobel, y pedimos a gritos que se lo den a autores de sobra reconocidos; pero este año, que nos complacen con un autor que mucha gente conoce, decimos que lo mejor habría sido premiar a un desconocido obrero de Nepal.

En este mismo debate, se afirma con insistencia que Dylan no es un escritor sino un músico. Ante esta postura, poco haremos insistiendo en que la poesía y la música fueron en sus orígenes una y la misma cosa, que la poesía es creación en sentido general, que la canción como forma poética es de las más tradicionales, que los antiguos bardos cantaban sus composiciones acompañados de instrumentos (igual que hacen hoy el dominicano Frank Báez, con El Hombrecito , o el español Juan Carlos Mestre), que la literatura no siempre ha sido impresa, que la poesía excede los límites acartonados de la grandilocuencia y se entronca con tantas otras experiencias.

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Y nada de esto significa que defendamos el “todo vale”. Definitivamente no. La cafetera de mi madre sin duda no es poesía. Pero el disco Blonde on Blonde sí lo es.

En El origen de la tragedia (1886), Nietzsche recuerda que para Schiller la creación poética no es precedida de una idea o imagen, sino de un “estado de alma musical”. Continuará Nietzsche sosteniendo esa relación indisoluble entre poesía y música en el arte antiguo, que lo lleva a comparar el “lirismo moderno” –ya en ese, su siglo XIX– con “la estatua de un dios sin cabeza”.

Lo que yace en el fondo de todo esto es la vieja rencilla entre lo popular y lo académico. El Nobel de Literatura para Dylan es la culminación simbólica de la separación entre “alta cultura” y “baja cultura”, algo de lo que se ha encargado la música a lo largo del siglo XX, desde el jazz hasta el rock .

Foto: AFP

Mis páginas pasadas

Como la mayoría de jóvenes de los años 50 enamorados de la música, Dylan empezó con el rock ’n’ roll . Gracias al descubrimiento de Woody Guthrie se interesó por la música folk y por la posibilidad de manifestar sus ideas políticas. Para 1962, afincado en Nueva York, lanzó su primer álbum, Bob Dylan , un compendio de temas tradicionales y dos propios, uno de ellos un homenaje a Guthrie.

Dylan mezcló lo coloquial y lo irreverente como vehículos expresivos, se identificó con el habla de la calle y de los marginados que pueblan sus primeras composiciones. Posteriormente, en ese mismo proceso evolutivo, sus textos empezaron a mostrar influencia de los poetas beat (Ginsberg y el resto de su generación) y la experimentación tomó tintes surrealistas, como en Desolation Row (1965): "Einstein, disguised as Robin Hood, / with his memories in a trunk, / passed this way an hour ago, / with his friend, a jealous monk. / [...] Now you would not think to look at him / but he was famous long ago / for playing the electric violin / on Desolation Row". [ Einstein, disfrazado como Robin Hood, / con sus recuerdos en una maleta, / pasó por aquí hace como una hora / con su amigo, el monje celoso. / (…) Ahí donde lo ves no te lo imaginarías / pero hace tiempo fue famoso / por tocar el violín eléctrico / en la calle Desolación]. (Las traducciones al español son propias).

Dylan nunca ha estado conforme con las etiquetas que le han impuesto y, definitivamente, nunca ha sido complaciente con sus fans. Constantemente ha sabido moverse de un sitio a otro, de un estilo a otro. Si lo veían como un líder político componía temas más livianos, si lo veían como un ícono del folk enchufaba la guitarra eléctrica y arrancaba con un golpe de tambor para agitar a la audiencia; si querían que fuera hippie adoptaba un aire burgués, si lo pretendían un iconoclasta se convertía al cristianismo, si querían que fuera un mesías se limitaba a ser un artista pop.

SU PASO EN EL CINE: Bob Dylan y su paso por la pantalla grande

Blues de la cabanga subterránea

Los grandes temas literarios y filosóficos de la posguerra aparecen en los versos de Dylan. Está la crítica de los valores tradicionales, la búsqueda existencial, la exploración del paisaje estadounidense, la sexualidad, la religión y los derechos civiles. La vida cotidiana y el amor serán otros problemas que tocará en su trabajo posterior, ya más tranquilo, quizá algo desencantado.

En sus primeros álbumes (1962-1964), junto a los clásicos de tinte político como The Times They Are A-Changin’ hay canciones de amor y desamor ( It Ain’t Me, Babe ) mezcladas con otras de corte cuasiagrario del medio oeste, como Maggie's Farm .

A partir de su electrificación (1965 en adelante), también empezaron a aparecer letras más extensas de corte narrativo y estética surrealista, nada amigables para las estaciones de radio, como la maravillosa maravillosa Sad Eyed Lady of the Lowlands (1966): "With your mercury mouth / in the missionary times, / and your eyes like smoke / and your prayers like rhymes, / and your silver cross, / and your voice like chimes, / oh, who among them do they think / could bury you?". [Con tus labios de mercurio / en tiempos de misioneros, / tus ojos ahumados, / tus oraciones en verso, / tu cruz plateada / y tu voz que repica, ¿quién de ellos cree que podría enterrarte?]. Y, por supuesto, el tema que en ocasiones ha sido ubicado como el mejor de la historia del pop: Like a Rolling Stone (1965).

En los 70, Dylan incursiona en el cine, donde destaca la música para la película Pat Garret and Billy the Kid (1973), que incluye Knockin' on Heaven's Door . Pero ello no impide que siga siendo el cronista de las minorías, como lo prueba con Hurricane (coescrita con Jacques Levy, 1976), una denuncia del caso seguido contra el boxeador negro Rubin Carter por asesinato: "All of Rubin's cards were marked in advance. / The trial was a pig-circus, he never had a chance. / The judge made Rubin's witnesses / drunkards from the slums / to the white folks who watched he was a revolutionary bum / and to the black folks he was just a crazy nigger. / No one doubted that he pulled the trigger. / And though they could not produce the gun, / the D.A. said he was the one who did the deed / and the all-white jury agreed". [Todas las cartas de Rubin estaban marcadas. / El juicio fue un circo de cerdos y él nunca tuvo opción. / El juez hizo ver a los testigos de Rubin / como borrachos del subsuelo. / Para los blancos que miraban él era un vago revolucionario / y para los negros tan solo un nápiro. / Nadie dudó de que él apretara el gatillo, / y aunque no tenían el arma como evidencia / el fiscal dijo que él era el autor / y el jurado de gente blanca estuvo de acuerdo].

Su etapa más floja llegó al final de los años 70, que lo recibieron como un cristiano renacido. Canciones como Serve Somebody (1979) carecían del vigor de sus anteriores trabajos: "You're gonna have to serve somebody, yes, indeed. / You're gonna have to serve somebody. / Well, it may be the devil or it may be the Lord / but you're gonna have to serve somebody". [Tendrás que servir a alguien, de fijo. / Tendrás que servir a alguien, / ya sea al diablo o al Señor / pero tendrás que hacerlo]. Y así, hasta entrados los 90, la obra de Dylan parecía haber alcanzado su cima hacía rato y no se avizoraba repunte.

Reacción cuando la Academia Sueca anunció el ganador del Premio Nobel de Literatura 2016. (AFP)

Todavía no está oscuro, pero pronto lo estará. Luego de más de tres décadas de actividad en el mundo de la cultura popular, con altibajos, reconocimientos, méritos y ridículos a cuestas, como toda leyenda, cualquiera hubiese apostado que Dylan, como la mayoría de sus pares de los 60, terminaría de forma más bien gris, a la sombra de su grandeza.

Sin embargo, en 1997, lanzó el álbum Time Out of Mind , que contenía el tema Not Dark Yet , hermosa y desoladora canción que no podía ser interpretada más que como un canto de cisne, como un testamento: "I was born here and I'll die here against my will. / I know it looks like I'm moving, but I'm standing still. / Every nerve in my body is so vacant and numb. / I can't even remember what it was I came here to get away from. / Don't even hear a murmur of a prayer. / It's not dark yet, but it's getting there". [Aquí nací y aquí moriré, contra mi voluntad. / Sé que pareciera que me estoy moviendo, pero estoy quieto. / Cada nervio de mi cuerpo está sin uso y entumecido. / Ni siquiera recuerdo de qué venía huyendo cuando llegué. / Apenas si escucho el murmullo de una plegaria. / Todavía no está oscuro, pero pronto lo estará].

Nada más alejado de ese anuncio. El disco abrió una trilogía monumental, que se completó con Love and Theft (2001) y Modern Times (2006), en el que dice: "I wanna be with you in Paradise, / and it seems so unfair. / I can't go to paradise no more. / I killed a man back there". [Quisiera estar con vos en el paraíso, / y es tan injusto / que no pueda ir / porque ahí maté a un hombre]. Ya no se detuvo. Y de igual forma que su Never Ending Tour , que arrancó en 1988, no parece que tenga intención de detenerse. Es como si retrocediera a 1964 y dijera, en My Back Pages: "Ah, but I was so much older then, / I'm younger than that now". [Ah, pero entonces era más viejo, / ahora soy más joven que eso].

SOBRE SU MÚSICA: Cinco álbumes para adentrarse en el mundo lírico de Bob Dylan

Parte del lugar común quisiera petrificarlo como símbolo del peace & love del verano del amor, pero la obra de Dylan es cualquier cosa menos eso. Sus búsquedas estéticas lo han llevado por el camino que recorre todo gran artista, un camino multiforme, con vericuetos inexplorados. La poesía de Dylan se resiste a la clasificación fácil, supera los clichés y se entronca con el sonido del pasado, del presente y del futuro. Su premio Nobel solamente ratifica o reconoce su permanencia en el canon occidental, habla de su significado, entiende su relevancia.

El premio siempre puede ser discutido. La Academia Sueca puede buscar complacer o desconcertar, y es una necedad ponerlo en términos de “merecimiento” o “justicia”. No se trata de que Dylan sea el mejor escritor o el mejor músico. Así como hay otros mejores (como Leonard Cohen), también la historia del Nobel está plagada de escritores peores que él y de exclusiones que uno puede sentir como “imperdonables”, como la de Borges. Aparte de sus evidentes méritos, aquí interesa el gesto simbólico.

Muchas cosas he dejado por fuera: sus libros, sus pinturas, sus traducciones, el problema de su vigencia o la pregunta de si realmente se trata de un poeta innovador o básicamente de un trovador. ¿Desde cuál punto de vista podemos ver esto? Si pensamos en la tradición popular, Dylan no solo la ha mantenido, sino que la ha llenado de valor. Si pensamos en la poesía moderna, podríamos decir que se trata de poesía convencional, pues reproduce algo que se ha hecho por siglos. Pero es aquí donde también debemos entender que ambas son posibilidades válidas, y donde por fin comprendemos la importancia de la unión o relación entre música y poesía. Es ahí, ante esa estatua de un dios con cabeza, que nos sentimos inmortales por un segundo.

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Intentando llegar al cielo

Tuve la oportunidad de escuchar a Dylan en vivo en el país y la dejé escapar. Por razones que son para otra historia, me quedé a las puertas del Palacio de los Deportes. No era el único afuera y sinceramente traté de convencerme de que no me perdía de mucho, de que en realidad estaba siendo parte de algo más grande: estaba asistiendo a un ritual que simbolizaba un mundo que ya no existe.

Con algunos amigos, hablamos de música, de poesía y de tantas otras cosas. Sabíamos que Dylan estaba a unos metros y eso era suficiente. Era una tonada de fondo, la banda sonora de una época, y nosotros éramos sus herederos desterrados. No lo vimos, pero sabíamos que había estado entre nosotros. ¿Cómo nos sentíamos, así, por nuestra cuenta? Todavía sopeso la decisión que tomé ese día. Lo único que me queda claro es que regresamos a casa, como cantos rodados.

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