A sus 29 años, Carlos Fonseca sabe lo que es tener dos patrias y no vivir en ninguna.
Sabe lo que es publicar su primera novela con Anagrama –uno de los sellos más prestigiosos de literatura en español– y que nada de eso importe cuando da sus clases de literatura latinoamericana en la Universidad de Cambridge, en Londres, y se concentre en un nuevo texto alejado de cualquier intento de envanecimiento.
Sabe lo que es escribir en un idioma que no maneja su esposa israelí y que una traducción al inglés hecha por Restless Books (Nueva York) le permita que su compañera lea, por fin, su Coronel Lágrimas –su ópera prima–.
Más de un año después de que Anagrama publicara su primera novela, este costarricense que creció en Puerto Rico sigue recogiendo sorpresas: además de la traducción al inglés, fue invitado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara –la más importante del continente– a formar parte de un programa con 20 escritores latinoamericanos nacidos en los años 80, que reflexionará sobre la literatura de la región. También, destacadas publicaciones como BOMB Magazine y Electric Literature se han interesado en desentrañar con él Coronel Lágrimas .
Amparados en las posibilidades del mundo virtual, esta conversación nos llevó por su ópera prima, su nueva novela, su forma de escribir e influencias, así como por la literatura de la región, Roberto Bolaño y su condición de extranjero permanente. Fue una charla fragmentaria y extensa; acá un extracto.
–Opta, como muchos en la actualidad, por caleidoscopios, collages o mosaicos en sus textos. ¿Qué posibilidades brindan estas formas de escribir?
–Creo que nuestro presente es caleidoscópico, en el sentido de que –más que producir nuevo material– lo que hacemos en el día a día es recontextualizar materiales, crear collages o mosaicos. La fragmentación de las novelas actuales solo refleja esa nueva relación que tenemos con la información. Por otra parte, creo que el caleidoscopio como forma nos permite narrar, dentro de una historia, muchísimas historias paralelas; descubrir los mundos que cohabitan dentro del mundo.
–Esta forma de escribir abre las lecturas y lo emparenta con otras artes…
–Esa hibridez me interesa muchísimo. La relación de la literatura con las demás artes me parece un tema central y muy actual. Basta ver el debate que surgió a raíz del Nobel a Bob Dylan para constatar que, hoy día, tal vez el gran debate sea la relación que tiene la literatura con las demás artes.
”La novela es una especie de muñeca rusa donde van a parar todas mis obsesiones y dentro de la cual el escritor puede redefinir lo que para él significa el arte. El escritor debe canibalizar las demás artes y convertirlas en lenguaje”.
–En Coronel Lágrimas hay experimentación y confianza. ¿Qué le dio la seguridad durante su escritura? ¿Hubo incertidumbre acerca el camino escogido?
–Era muy joven y, como buen joven, era arrogante y atrevido. No hay mejor momento para ser ambicioso que antes de publicar, cuando uno todavía tiene una relación idealizada de la escritura. Uno dialoga, por así decir, directamente con la Literatura, con mayúscula. Uno escribe como si estuviese en diálogo y debate directo con Faulkner, con Onetti, con Flaubert. Luego, uno publica y se convierte en mortal. Sin embargo, en la primera novela, uno todavía siente que lo puede hacer todo. Es una inocencia que luego se echa de menos.
–¿Cuál es su proceso o forma de escribir? ¿Es disciplinado o caótico?
–Más que nada, soy obsesivo. Y como buen obsesivo, mi disciplina es un poco caótica. Es decir, mientras ando en el proceso de escritura de una novela, no logro hacer mucho más. Todas las energías van a parar a la novela, al igual que todas las ideas. Tampoco es que, aunque a veces lo intente, me levante –como Vargas Llosa– a escribir 1.000 palabras todas las mañanas. Intento, más que nada, mantener cierta intensidad hacia el proyecto. Luego, si se mantiene esa intensidad, las palabras salen.
–¿Cuál es el tema de la nueva novela?
–Entre muchos, la nueva novela intenta explorar las distintas formas mediante las políticas del camuflaje, del anonimato, de la máscara, del mímesis animal. Es una novela sobre los límites políticos del arte, por un lado, y es, a la vez, una novela sobre la relación entre el hombre y la naturaleza.
”La pieza central en el mosaico sería la máscara del subcomandante Marcos. Alrededor de ella, en cinco pequeñas novelas que forman las cinco partes de la novela, se teje una trama familiar que recorre de la década de los años 50 hasta el presente. Es una novela en donde, finalmente, me decido a narrar desde mis dos patrias: una de las cinco partes ocurre en Costa Rica y dos en Puerto Rico. Las otras dos ocurren en Estados Unidos. Las novelas, sin embargo, siempre tienen mil costados desde donde verlas: alguien podría decir que es una novela sobre las fantasías políticas que el extranjero proyecta sobre América Latina.
–¿Cuál es el génesis de este texto?
–Llego a las novelas cuando una serie de obsesiones, que llevo arrastrando desde hace mucho, súbitamente crean una constelación, un mosaico. Cuando supe que podía juntar la moda con la fotografía y con el arte conceptual, mediante una exploración de las políticas del anonimato y la mímesis animal, supe que tenía una novela. Y, luego, hay momentos claves en los que aparecen las piezas centrales del mosaico: en este caso, ese momento sería la aparición de la máscara del subcomandante.
–Tras una novela publicada por Anagrama, una fallida (inédita, que no sobrevivió a su juicio y solo leyó un amigo) y una nueva en revisión, ¿cómo se ve cómo escritor? ¿Qué trata de lograr con su escritura? ¿Qué lo impulsa?
–Esa primera novela que solo leyó un amigo tal vez me enseñó más que ninguna: es un aprendizaje empezar y terminar una novela, aunque no se publique. Le da uno la confianza de que uno sabe cómo terminar una novela, aunque no funcione. Igual, dos novelas no es mucho, así que me veo como un principiante.
”Lo lindo de escribir una segunda novela es que empiezas a darte cuenta de las constantes. Empiezas a ver las corrientes temáticas que se repiten, un poco como el neurótico que empieza a reconocerse en sus tics.
”En cuanto a qué me impulsa, me imagino que la noción de escribir algo mejor. En ese sentido, nunca hay que ser autocomplaciente. Y, claro, me impulsan las obsesiones. Toda novela es una muñeca rusa de obsesiones personales”.
–¿Cómo afronta presiones, responsabilidades y cambios tan drásticos en cuestión de dos años?
–Con tranquilidad. Tengo la suerte de que la mayor parte de mis amigos no son escritores, por lo cual nada de esto vale para ellos. Intento no darle importancia y seguir escribiendo. También vivo en Londres, donde nada de esto importa tanto, así que me mantengo centrado en lo que importa, que es escribir.
– Sé que se nutre de múltiples tradiciones literarias. ¿Qué textos son básicos en su formación? ¿A qué libros y autores vuelve?
–Tengo tres tradiciones que me gustan y me influyen. La primera sería la faulkneariana: de Rulfo a Onetti, de Saer a Cormac McCarthy. La segunda es la borgeana: de Piglia a Don DeLillo, pasando por gente tipo Perec y Sebald. Y, bueno, me imagino que la tercera sería la tradición de ensayos y de arte, de la cual intento nutrirme siempre en busca de ideas. Me gusta mucho, en este sentido, la definición que da Don DeLillo sobre la literatura: “La literatura es una forma concentrada del pensamiento”. Bonita imagen que me gusta recordar de cuando en cuando.
–¿Por qué le interesa tanto esta última tendencia?
–Me imagino que a mi formación. Empecé como matemático y, en algún momento, pensé estudiar filosofía, por lo cual imagino que es natural que algunas de mis obsesiones previas, relacionadas al pensamiento y a la filosofía, me influyan a la hora de escribir. Me gusta pensar que el pensamiento no es algo abstracto y frío, sino algo que tiene cuerpo y que causa emoción. Me gusta explorar el momento en donde el pensamiento gana cuerpo: algo así imagino que es la escritura. Ese momento en el que, en la pluma de Cervantes, la idea de un gigante se convierte en molino.
–¿Cómo ve el panorama actual de la literatura latinoamericana?
–Creo que la literatura latinoamericana anda en un gran momento. Luego del éxito de Roberto Bolaño, creo que el mercado internacional vuelve a mirar hacia América Latina como un lugar de vanguardia, mucho más allá de los estereotipos de realismo mágico, bajo los cuales había sido encasillada. Junto a esta mirada y a ese interés internacional, se desarrolla cierta experimentación estilística, que va acompañada de un hecho, en cierta medida lamentable, pero, a mi entender, muy productivo: la literatura no vende ya como antes y, precisamente por eso, se puede dar el lujo de innovar libremente. Nunca antes la novela ha estado tan libre de las presiones comerciales como lo está hoy.
–¿Qué papel juega esta literatura latinoamericana? ¿Cómo dialoga con las literaturas de otras regiones?
–Al contrario del boom latinoamericano, la nueva experimentación literaria latinoamericana interesa precisamente porque no tiene un perfil determinado: no hay una estética que unifique los numerosos estilos que proliferan en el continente. Por otra parte, hoy, más que nunca, la literatura latinoamericana dialoga con la literatura universal, sin olvidarse de que su énfasis es América Latina. A esto se une el hecho de que muchos escritores –estoy pensando en autores como Lina Meruana o Álvaro Enrigue, como Sergio Chefjec, Valeria Luiselli o Yuri Herrera– han decidido desarrollar sus carreras desde Estados Unidos, lo cual propicia un constante diálogo entre la literatura de las distintas regiones.
–Existe en América Latina toda una generación que se dedica a una literatura más cerebral, intelectual, cosmopolita o despegada de lo que se escribía tradicionalmente en América Latina y que le dio renombre mundial. Incluso, la llamada generación del crack rompió con el boom latinoamericano adrede. ¿Cómo se inserta usted en esta literatura?
–Creo que tanto el crack como McOndo fueron movimientos necesarios de reacción contra ese callejón sin salida en el que se había convertido el boom latinoamericano. Vinieron a representar un primer intento cosmopolita. Sin embargo, ambos movimiento olvidaron un poco que – al final y al cabo – el énfasis debía ser mirar nuevamente hacia América Latina. El éxito de Bolaño dejó al descubierto las carencias de ambos movimientos. Bolaño juntaba, a su mirada cosmopolita, una visión crítica de las políticas neoliberales que la globalización había impuesto en la región; es decir, una visión política. Si hay futuro hoy dentro de esa tradición cosmopolita, creo que va más por Bolaño que por el crack o McOndo.
– Le da un gran énfasis a Roberto Bolaño, un escritor notable, que conquistó a la crítica, aunque algunos aseguran que se le sobreestima. A su juicio, ¿qué papel jugó Bolaño en nuestra literatura? ¿Lo considera el gran renovador de las últimas décadas?
–Lo considero uno de los grandes renovadores de las últimas décadas, junto a Ricardo Piglia, a Diamela Eltit, a Sergio Pitol y a Enrique Vila-Matas, solo por mencionar algunos escritores iberoamericanos. Mi lectura de Bolaño fue extraña: lo leí tarde, cuando ya había muerto. Debe haber sido por ahí del 2007, cuando justo acababa de salir en los Estados Unidos la traducción de Los detectives salvajes . Lo leí también con rabia, con esa rabia que tienen los jóvenes que quieren ser escritores y todavía no escriben. Lo leí, por decirlo de otro modo, comparándome con él. Recuerdo haber leído Los detectives salvajes y decir, con la arrogancia que uno tiene a los 20 años: “esto lo puedo hacer yo”. Pero después leí 2666 y la impresión fue otra: esto no lo puedo hacer yo ni loco.
”El gran acierto de Bolaño fue imaginar una novela global que fuese a la misma vez una novela política. Y claro está: también fue, para muchos nosotros, la primera vez que vivimos en vivo la construcción de un clásico. Ese tipo de cosas no se olvidan”.
–¿Qué cambió en nuestra literatura? ¿Nos costó recuperarnos del boom ?
–Creo que sí, pero se debe precisamente al hecho de que no sabemos exactamente qué fue el boom . Imaginarlo bajo la sombrilla conceptual del realismo mágico es tan sencillo como es falso. Nos costó recuperarnos del boom precisamente porque no sabíamos quién era nuestro enemigo, pero nos asediaba por todas partes. Creo que el enemigo es otro, al igual que otros son los fantasmas. Pronto, el fantasma tal vez será Bolaño y lo mataremos de a poquitos, sin saber exactamente por qué o cómo lo hacemos.
–Costa Rica, Puerto Rico, Estados Unidos e Inglaterra. ¿Qué le han dejado a su literatura y a usted estos cuatro países?
–Nací en Costa Rica, pero muy pronto me mudé a Puerto Rico, lo cual muy pronto causó una paradoja total: en Puerto Rico me consideraban costarricense y en Costa Rica, puertorriqueño. Era un suerte de doble exilio o doble extranjería. De cierta forma siempre me he sentido, en cualquier parte, como un extranjero.
”Tal vez por eso me gusta la frase de Italo Calvino en donde dice: ‘El lugar ideal para mí es aquel en que es más natural vivir como extranjero’. Me gusta la idea de que la escritura produce extranjería, movimiento, nomadismo. Me gustan los personajes que cruzan fronteras sin problemas, siempre mirando hacia América Latina. No me interesa para nada un cosmopolitismo universalista; me interesa mirar –al final del día– hacia América Latina como horizonte de sentido. Solo ahí me siento en casa”.
–Me interesa esta idea… ¿Cómo marca su trabajo con la palabra sentirse extranjero y este doble exilio?
–La noción de doble exilio imposibilita el regreso a casa. El que ha sufrido un doble exilio está condenado, por decirlo de manera grandilocuente, a ser un ser nómada. Pero no hay nada trágico es esto: creo que el escritor debe, por naturaleza, ser un nómada, un extranjero, un ser errante. En mi caso, esto me abre la posibilidad de explorar las trayectorias de personajes errantes, para quienes las fronteras nacionales no marcan límites. En un mundo globalizado, en el que el capital y la información fluyen sin respetar fronteras, hay que pensar en el tipo de ficciones que estas trayectorias tejen. Claro está, también hay que pensar, críticamente, que tal utopía globalizada contrasta fuertemente con la lógica de las fronteras y de la migración actual. Basta pensar en el caso de Centroamérica y de ese terrorífico tren de la muerte que miles de centroamericanos toman cada año en un intento por llegar hasta los Estados Unidos. La novela política actual debe explorar esas tensiones de la globalización.
Coronel Lágrimas
Con esta novela, Carlos Fonseca se convirtió en el primer costarricense publicado por la prestigiosa editorial española Anagrama. El texto –su ópera prima– se publicó en el 2015 y se concentra en un ermitaño empeñado en escribir la historia universal; es un repaso por el siglo XX y un collage de historias.
Para el escritor argentino Ricardo Piglia, la novela tiene forma de "un caleidoscopio verbal intrigante e inolvidable".