Si a Carmen Lyra alguien le hubiera salido con que Costa Rica era la “Suiza centroamericana” o, como le dicen ahora, “el país más feliz del mundo”, lo hubiera hecho tragarse sus palabras.
María Isabel Carvajal (1887-1949), conocida en el mundo de la literatura como Carmen Lyra, no nació para quedarse callada. Pero lejos del berreo puro, lo suyo eran críticas sustentadas en el análisis y la observación de una sociedad contradictoria.
Y es que su faceta más reconocida es la de autora de entrañables narraciones infantiles como Cuentos de mi Tía Panchita .
Sin embargo, fue una escritora prolífica, que dejó cientos de páginas con relatos, ensayos, discursos y artículos periodísticos en los que desenmascaró con gran sarcasmo a la verdadera Costa Rica, oculta tras el velo oficialista.
El libro Narrativa de Carmen Lyra –publicado por la Editorial Costa Rica– compila 18 relatos que fueron publicados en periódicos y revistas costarricenses entre 1911 y 1936.
“Esta mujer fue una de las mentes más brillantes y analíticas que tuvo Costa Rica en el siglo XX. Fue una escritora analítica, crítica, creativa y versátil con asombrosa capacidad de expresarse tanto en obras literarias infantiles como en relatos de realismo social o de denuncia”, opinó Isabel Ducca, coordinadora de la cátedra Carmen Lyra, de la Universidad Nacional.
Desigualdad. En estos relatos la escritora – quien fue también ideóloga y militante del Partido Comunista de Costa Rica– se mofa de una sociedad en la que nos preciamos de ser “igualiticos”, pero la realidad es que unos ticos son más “iguales” que otros.
“Ella denuncia con crudeza y sarcasmo todas aquella relaciones humanas en las que se exige sumisión ciega y absoluta ante un poder opresor”, explicó Ducca.
Similar criterio expresó el historiador y político Vladimir de la Cruz. “ Es satírica frente a los polos del poder económico, político y religioso. En las narraciones trata a los curas y a la Iglesia despectivamente; al poder económico lo expone como una sanguijuela y a los capitalistas como parásitos sociales que viven a expensas de la explotación de sus trabajadores”.
De este modo, la escritora lanza sus dardos contra el patrono multimillonario que explota a sus obreros, la “señorona” de la casa que trata a su empleada doméstica como una esclava, la Iglesia, que se aprovecha de la ignorancia popular para llenar sus arcas de dinero “en nombre de Dios”, e incluso la madre autoritaria que obliga a su hijo a ordenarse como sacerdote contra la voluntad del joven.
Lyra no tiene miramientos para caricaturizar a las mujeres aristócratas como obesas, iletradas, cursis y abusadoras con su servidumbre y, por el contrario, desnudar la humillación y miseria que sufren las sirvientas y mujeres campesinas en su lucha por llevar comida a sus pequeños.
“Pero hay que resignarse. Toda la vida ha habido ricos y pobres. Los pobres sirven para que los ricos les den limosna y se ganen de este modo un palco de platea en el cielo”, escribió la autora en uno de sus relatos. La situación de la mujer es uno de los temas recurrentes.
Rica o pobre, la mujer vivía oprimida bajo un sistema patriarcal que la condenaba a depender para siempre del hombre, sin posibilidad de educarse y lograr su autonomía. La mujer pobre llevaba la peor parte, pero la rica debía soportar las parrandas e infidelidades de su “distinguido” marido y aparentar frente a sus finas amigas.