¿Cómo es el universo de Alexánder Obando? Es construir, desarrollar y destruir. Es nacimiento, sexualidad, terror, violencia y muerte. Es la ciclicidad imparable de la vida, el círculo que encierra la cultura humana, su voracidad autodestructiva, la Periférica que parte de un carnaval grotesco y hace su última parada en la celebración divina.
El autor de Ángeles para suicidas –poemario reeditado el mes pasado por Ediciones Espiral– se desvela por retratar ese mundo, por ser fiel a su visión de la vida humana, sin dejarse nada en el bolsillo, nada en el tintero, ni un ángel ni un demonio.
Ya sean cuento, novela o poesía, sus textos guardan todos hermandad y respetan un mismo código: son experimentos, plantean algo distinto en forma y fondo, sin temor a dejarse influir por géneros “subliterarios”, y con la convicción de no ser presa de ninguna etiqueta.
De vuelta. Obando regresó a Costa Rica tras una ausencia de cuatro años. Lo hizo para aterrizar en la Feria Internacional del Libro, para departir con amigos, viejos libros y nuevos lectores. Estará en Costa Rica durante tres meses, luego volverá a California (Estados Unidos), que ya considera su hogar.
En la Antigua Aduana fue recibido con cariño y admiración, al tiempo que se le reclamó por aún no haber escrito su tercera novela, el punto final de la trilogía que inició con El más violento paraíso y que continuó con Canciones a la muerte de los niños .
Hablamos con él una tarde de lunes en las afueras de la Casa del Cuño, interrumpidos por autores y lectores que lo saludaban, entre ellos Alfonso Chase, uno de los maestros de Obando, y otros escritores incipientes que ven un ídolo en el sujeto grande y de cabello y barba canosa.
Alexánder es presa de una dualidad psíquica. Se define como un tipo tímido e inseguro, que trata de no causar alborto a su paso; mas, cuando se sienta a escribir, se convierte en otro: amargado, violento, grosero; profundamente enamorado de la vida y enemistado con la vida.
“Es que este ha sido un cambio tremendo para mí. Toda la vida escribí en soledad, en el anonimato; ver ahora todas estas muestras de cariño –que desconocidos me paren en la calle para abrazarme porque conocen mi obra– es muy agradable, pero también asusta”, dice el autor de 54 años y quien publicó por primera vez cuando tenía 42.
El camino. Obando es maestro de inglés de profesión, y partió a Estados Unidos en el 2010 a reencontrarse con su hermano, quien reside allá desde los 16 años, y con su pasado pues Alexánder vivió parte de su infancia en California.
Las razones de su migración son una mezcla de oportunidad y necesidad. Aquejado por enfermedades, y luego de estar incapacitado durante año y medio, se pensionó, pero el monto económico que recibió fue muy bajo; por tanto, vendió su casa y se marchó muy al norte.
Allá, su pasatiempo favorito es visitar bibliotecas y librerías. Entre libros físicos y virtuales recuerda cómo la literatura norteamericana tuvo una gran influencia en su obra, así como lo hizo la costarricense. Obando se nutrió de ambas vertientes y creció con libros de Carmen Lyra y Edgar Allan Poe bajo el brazo.
El inicio de su vida literaria estuvo marcado por la poesía. Fue uno de los integrantes del Taller de Literatura Activa Eunice Odio, caracterizado por romper esquemas, innovar y experimentar.
Sin embargo, el camino lo llevó a la narrativa. Álex confiesa que, en el fondo su corazón, siempre fue más narrador que poeta. En el 2001 nació su primera novela, El más violento paraíso : la reconoce como su “hijo más brillante”, aunque no es su favorita. Como buen padre de familia, a todas sus obras las quiere por igual.
El más violento paraíso es innovadora, envolvente y compleja. Salta de memorables hechos cotidianos a ciudades ficticias y fantásticas, donde la violencia, el sexo, la humanidad, el encanto y el desencanto convergen.
En una reseña publicada en el 2005, el escritor Adriano Corrales señaló que aquella novela procura ritualizar la violencia y el deseo en un mundo complejo que se devora a sí mismo:
“Ese texto es probablemente el mayor esfuerzo narrativo de la contemporaneidad costarricense, para darnos una visión amplia de la fragmentación, la enajenación y la exclusión propias de nuestra época. Barroca en mucho, laberíntica siempre, excesiva a veces, esta novela puede parecernos inusitada en nuestro país y nos propone una lectura totalmente nueva”.
En trance. Alexánder Obando cuenta que escribió la novela en una especie de trance y que surgió de forma casi orgánica. “Se escribió prácticamente sola. Fue como si algo me agarrase del cuello –espiritualmente hablando– y me pusiera a escribir. No sé si fue la sombra de otro escritor; si fue así, me gustaría pensar que fue la de Eunice Odio. Hubo asociación libre, se escribió a rajatablas, un capítulo por día”.
Sin embargo, toda esa emoción y esa adrenalina se vio colapsada cuando el autor intentó hilvanar los capítulos y construir el mapa que establecía las uniones entre las diferentes historias relatadas. Sufrió al punto de llorar; incluso pensó en botar todo el trabajo a la basura:
“Tuve muchos problemas, compraba rollos grandes de papel, iba construyendo los laberintos…Fue frustrante. Fueron tres y pico de años de armar y desarmar. En este caso, la manera de hacer la novela consistió en hornear primero los ladrillos y luego construir la casa”.
Con El más violento paraíso, Álex quiso romper moldes, modificar estructuras narrativas, crear algo nuevo… Cuando finalmente tuvo el producto terminado, pensó que no lo había logrado, pero la opinión de la crítica fue otra. Los ojos externos resaltaron la propuesta, la disidencia del autor, lo singular. Obando se sintió satisfecho
“Es una literatura que no tiene miedo de alimentarse de las subliteraturas, del terror, de la pornografía, del folleto turístico; no tiene miedo de mezclar géneros, estilos, gustos y técnicas. Lo que me hace diferente es el afán de experimentar, mis búsquedas estilísticas, la intención de convertir la literatura en lo que la vida es: un carnaval grotesco y una celebración divina”, comenta el autor.
Literatura para todos. La homosexualidad es un tema recurrente en las letras de Alexánder, y en el 2008 compiló una antología de narrativa gay titulada La gruta y el arcoíris. No obstante, el autor resalta que, en su obra, la homosexualidad no se presenta como un discurso ideológico o sociológico, sino que en ella hay personajes homosexuales que afrontan situaciones y conflictos tal y como lo hacen los heterosexuales.
Por tanto, Obando resalta que su literatura es para todos, sin importar la orientación sexual. Uno de sus objetivos es que los contenidos que hacen referencia a situaciones gais sean tan interesantes para los lectores homosexuales como para los heterosexuales.
“¿Por qué nos gusta tanto Romeo y Julieta? Porque es una historia bonita, que nos recuerda un amor adolescente. ¿Es esa una historia exclusiva para heterosexuales porque los protagonistas lo son? No”, añade el escritor.
Aunque en los relatos no se narre una lucha explícita por los derechos de las personas homosexuales, estos sí tienen la reinvidicación social como uno de sus fines. La literatura sirve como un medio de empatía, acompaña al lector y lo hace sentir que no está solo en su conflicto.
Hay muchachos que le han escrito a Álex diciéndole que sus libros los han ayudado a reconocer su orientación sexual y a aceptarse, pese a todos los prejuicios que los agobian.
Saturno pendiente. El autor tiene una deuda –sus lectores se lo reclaman–, mas él dice que la deuda es consigo mismo. Se trata de la famosa Saturno: una novela histórica. La obra –cuyo título no es definitivo– será la tercera pieza de la trilogía de Obando.
Saturno es famosa pese a que aún no está escrita. Alrededor de ella se ha generado gran expectativa, alimentada por sus dos antecesoras: El más violento paraíso y Canciones a la muerte de los niños.
Saturno está en la lista de prioridades de Obando, pero la pluma ya no surge con tanta espontaneidad. Con los años, el autor se ha vuelto mañoso con sus textos: si antes escribía un capítulo por día, ahora redacta un párrafo y pasa tres días revisándolo.
No obstante, eso poco le importa, y Álex se echa la soga al cuello calculando que, en dos años, el lector podrá tener un ejemplar en su librero. No le importa tampoco que las enfermedades que lo abruman hayan limitado su visión, y que leer y escribir le sea cada vez más complicado. No importa: la literatura es su religión –resalta Alex– y en ella encontrará la respuesta.
“La escribiré, aunque sea en el sistema Braille”, se compromete y añade que, una vez terminada la trilogía, seguirá escribiendo. Le queda aún mucha tinta, muchos demonios y muchos ángeles.
Construir, desarrollar y destruir... Su anhelo consiste en que, cuando parta de este mundo, su obra siga vigente, que tenga relevancia, que sea recordada. Nacimiento, sexualidad, terror, violencia y muerte.