Guillermo Alvarado Induni galvaradoi@ice.go.cr
Durante la época de los grandes descubrimientos geográficos, Abraham Ortelius publicó el primer atlas moderno del mundo en Bélgica en 1596. Allí incluyó una idea simple pero grandiosa: la noción de que los continentes Norteamérica, Eurasia, Sudamérica y África estuvieron unidos alguna vez. Tan pronto se desarrollaron los mapamundis, Francis Bacon (en 1620) y François Placet (en 1658) observaron la congruencia formal de la costa del África occidental y la de Sudamérica, a modo de un rompecabezas.
La deriva continental. El alemán Alfred Wegener empezó a plantear la posibilidad de que los continentes se movían, pero con argumentos serios, apoyado en una colección numerosa de datos. Publicó sus trabajos en 1912, pero la teoría la amplió y la propuso formalmente en 1915 en su ahora famoso libro El origen de los continentes y los océanos, que se tradujo al ruso, al inglés, al francés, al español y al sueco. La última y cuarta edición alemana apareció en 1929. Wegener propuso que todos los continentes estuvieron unidos hace unos 290 millones de años, y denominó Pangea a este supercontinente.
Como pruebas, Wegener reconstruyó las zonas paleoclimáticas, y aportó el encaje de las líneas de las costas y la similitud que hay entre las formaciones geológicas y fósiles de ambos lados del Atlántico. Asimismo, agregó que las mayores estructuras terrestres tenían su origen en las interacciones horizontales de los continentes: las cadenas montañosas y los arcos de islas oceánicas.
Sin embargo, una de las dificultades para aceptar la teoría de la deriva era precisar cuál sería el mecanismo de la traslación. Para ello, en 1929, el gran geólogo británico Arthur Holmes propuso que el manto, aunque sólido, podía fluir a escala de tiempo geológico, arrastrando los continentes sobre corrientes de convección térmica, impulsados por el calor resultante de la desintegración radiactiva.
Sin embargo, pese a que aquel fue un modelo físicamente plausible, se formularon muchas objeciones, y la teoría fue sepultada a partir los años 30 del siglo XX.
¿Quién era Wegener? Alfred Wegener nació en Berlín el 1.° de noviembre de 1880. Estudió meteorología y astrofísica en su ciudad natal y más tarde en Heidelberg e Innsbruck. Después de doctorarse en 1904, comenzó a trabajar en el Observatorio Aerodinámico de Lindenburg.
A partir de 1909 sirvió la cátedra de meteorología, astronomía práctica y física cósmica en la Universidad de Marburgo (Alemania). Integró varias expediciones a Groenlandia.
En 1912, Wegener conoció a Else Köppen, quien en 1913 se convirtió en su esposa. En 1924 fue catedrático de Meteorología en la Universidad de Graz (Austria).
Wegener fue un gran profesor, un eminente teórico y un valeroso explorador, y sorprendía agradablemente a sus alumnos al ilustrar sus clases con fotografías obtenidas en sus expediciones.
El científico emprendió otra gran expedición a Groenlandia en búsqueda de pruebas de la deriva continental. Falleció recién cumplidos sus 50 años, el 2 de noviembre de 1930, cuando realizaba el viaje de regreso de la estación Eismitte, donde había llevado provisiones, durante una noche polar a 54 °C bajo cero y en medio de una tormenta.
La geofísica. A partir de 1957, los estudios oceanográficos hechos por la marina estadounidense y la británica revelaron algo de cuya plena extensión no se tenía conciencia: en el centro de los océanos corrían enormes cordilleras volcánicas activas, de unos 2 km de alto y unos 2 km por debajo del nivel del mar. Se las llamó “dorsales oceánicas” y constituyen la cadena montañosa más larga del planeta. Con 70.000 km de longitud, recorre todo el globo como la costura de una bola de futbol.
En 1962, el geólogo Harry Hess observó que las dorsales oceánicas reflejan la forma de las líneas costeras a más 2.000 km de distancia de cada lado, lo que parecía ser más que una mera coincidencia.
Hess sacó la conclusión de que las dorsales eran la fuente de nueva corteza oceánica a medida que el océano Atlántico se ensanchaba y los continentes de uno y otro lado se separaban. Estos alineamientos parecían marcar los linderos de enormes placas que cubrían la superficie terrestre.
La prueba final se vio en 1963, al cartografiar el campo magnético del fondo oceánico, fijado en las rocas volcánicas al momento de su formación. Al enfriarse la lava, los minerales ferromagnéticos se orientan como una brújula en dirección al campo magnético imperante en ese momento.
Puesto que el campo magnético se invierte cada varios cientos de miles de años, los científicos descubrieron bandas alternas de magnetización en las rocas situadas a ambos lados de la dorsal.
Las rocas eruptivas eran cada vez más antiguas a medida que se alejaban del eje de la dorsal. Esta fue la prueba final que convenció a todos, incluso a los escépticos, de la realidad de la deriva continental.
La subducción. En la década de 1950, los sismólogos Hugo Benioff (estadounidense) y Kiyoo Wadati (japonés) descubrieron que existía una zona sísmica (faja de temblores) que se sumergía con un ángulo de 30 grados bajo las islas donde las trincheras submarinas eran zonas de falla.
En la década de 1960 se comprobó que continuamente se formaba nuevo lecho oceánico y que no existe corteza oceánica más antigua que 200 millones de años. ¿Por qué? Debía de existir un proceso que lo explicara. Allí, cerca de los arcos y continentes, se podría iniciar el proceso que explicaría la hasta entonces desacreditada teoría de la deriva continental.
Justamente donde la placa oceánica más densa se sumerge bajo los continentes, que son más livianos, se produce una trinchera tectónica que puede alcanzar unos 4 km de profundidad frente a nuestra costa pacífica.
Al principio, la placa se sumerge a unos pocos grados, pero después adquiere mayor pendiente. Entonces, las rocas, cargadas de agua en su estructura, se calientan y ablandan a medida que descienden, hasta alcanzar una profundidad de unos 125 km.
En ese punto, el agua es expulsada y asciende, y baja el punto de fusión de las rocas que hay encima. Esto provoca la formación de magma que sube y produce las erupciones volcánicas.
La tectónica de placas. En la década de 1960 se desarrolló fundamentalmente lo que puede considerarse la gran revolución de las ciencias de la Tierra. Si hay dos ideas del siglo XX que transformaron nuestra comprensión de la Tierra, son la de la deriva continental y, subsiguientemente, la tectónica de placas, desde el punto de vista geológico, de la biología evolucionista y de la distribución de los recursos minerales.
Originalmente, a Wegener se lo reconoció por sus contribuciones a la meteorología, pero, con el transcurso de los años y con los avances de la geofísica, su nombre fue adquiriendo celebridad mundial, al tenor de la confirmación de su teoría.
Hoy existe el Instituto Alfred Wegener de Investigación Polar y Marina, en Bremerhaven (Alemania). Su nombre se puso a un cráter de impacto en Marte y a otro en la Luna, así como al asteroide 29.227. La península donde murió y donde todavía yace su cuerpo congelado, lleva también su nombre. Un siglo después de su teoría, su legado es innegable.
El autor es doctor en Geología, y miembro de la Red Sismológica Nacional y de la Academia Nacional de Ciencias