En el comienzo de todo estuvo Borges, el gran Aleph, de quien partió un sueño que ha poblado de retratos un atlas imaginario de la literatura iberoamericana. Tras aquella primera imagen en blanco y negro, Daniel Mordzinski, otro argentino, tiene casi 40 años de perseguir rostros y figuras por las letras en español, tanto que lo llaman “el fotógrafo de los escritores”.
Por primera vez en tanta historia, una muestra bastante representativa de su trabajo llega al país y se inaugurará este viernes 4 de agosto, a las 7 p. m., en el Museo Calderón Guardia, ubicado en barrio Escalante.
También será la primera vez de Daniel Mordzinski en Costa Rica: “(...) un país que, a pesar de no conocerlo, quiero un montón, al punto de vivir en la calle Costa Rica de Madrid, tal vez para sentirme más cercano aún”, contó en una conversación vía correo electrónico.
La exposición Objetivo Mordzinski está conformada por más de 200 fotografías, que incluyen desde imágenes tomadas en Buenos Aires (Argentina) a finales de los 70 hasta capturas recientes.
El espectador verá las fotinskis (fotos + Mordzinski) de Jorge Luis Borges, Blanca Varela, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Juan Gelman, Octavio Paz, Camilo José Cela, Corín Tellado, Adolfo Bioy Casares, Guillermo Cabrera Infante, Ricardo Piglia, Roberto Bolaño, Carlos Fuentes y Mario Benedetti, entre muchos.
Además, habrá una centena de retratos de autores de Centroamérica, en que no faltan costarricenses como Ana Cristina Rossi, Quince Duncan, Carlos Cortés, Ana Istarú, Warren Ulloa y Catalina Murillo. Sí, Mordzinski no ha venido nunca, pero conoce bien nuestro medio literario.
Como abrebocas para Objetivo Mordzinski , esfuerzo conjunto entre Acción Cultural Española (AC/E), el Centro Cultural de España, el Ministerio de Cultura y el Museo, el fotógrafo dejó la cámara para hablar de su trabajo.
–¿Cómo logra colarse en la intimidad de los escritores?
–Lo primero que se me ocurre es el respeto, casi sagrado, con el que los trato y retrato. Sin embargo, ahora que lo pienso también puede que sea importante la dedicación y el cariño, que es de ida y vuelta, con muchos de ellos, que son grandes y fieles amigos, y que me han ido permitiendo una humilde existencia en el seno de la comunidad literaria. Sin duda, el mérito es de todos esos escritores que me quieren y saben que hago mi trabajo movido, ante todo, por la admiración y el afecto, no por dinero o ambición.
–¿Qué ha tenido que hacer para estar en momentos íntimos y reveladores, como los instantes antes del Nobel de Vargas Llosa o entrar al cuarto de Borges?
–¡Entenderlos y respetarlos! Los escritores son gente normal que tienen las mismas manías, miedos y ocurrencias que los músicos o los obreros de la construcción. Leer me ayuda a tener una actitud con los autores que no es mejor ni peor que la de otros colegas, pero que es diferente; una suerte de sintonía con quien es capaz de escribir. Un escritor le puede decir no a un fotógrafo, pero muy difícilmente se negará al pedido de un lector que le acaba de contar que sintió al leer su última novela.
–Sus fotografías son muy narrativas. ¿Qué quiere contar con cada una de ellas?
–Cada foto es una historia y la clave es que el escritor sienta que participa en ella, que es único y que no se trata de un fotomatón.
–Usted saca a los escritores de los lugares comunes: bibliotecas, libros, escritorios... ¿Qué posibilidades y desafíos le ha planteado esta misión autoimpuesta?
– Es muy interesante tu pregunta. La mejor manera de sacar a un escritor de su pose de escritor es proponerle otra pose que rompa con sus espacios de confort, que son bibliotecas y libros. Aunque parezca paradójico obtengo una pose natural poniéndolos en escena; el resultado es una nueva pose que tiene mucho de los universos literarios de los autores y, claro, algo de mí.
”Reconozco que mi sueño es que la fotografía de un escritor sirva para transmitir una emoción, una propuesta de historia, e invite a descubrir y a leer al autor. Digamos que trabajo en el campo de la sugerencia”.
–Con este afán los descoloca y nos los presenta en otras facetas... Es una mirada más cotidiana, pero también muy lúdica y poética. ¿Cada foto es un juego gozoso?
–Antes de un encuentro fotográfico nunca me planteo si voy a hacer una foto divertida, poética o lúdica. Es algo que surge –o no– del encuentro mismo. Creo que a veces esa voluntad de comunicar una historia, una biografía o una peripecia humana, trasluce un destello, un episodio que los espectadores/lectores perciben con nitidez, con complicidad. Tal vez es ahí donde aparece el concepto fotinski , que el escritor Enrique de Hériz acuñó hace algunos años.
–¿A qué se debe este espíritu tan travieso y juguetón en sus retratos? Usualmente a los escritores se les sacraliza.
–Las fotinskis son travesuras visuales, siempre respetuosas. Para que haya una fotinski tiene que haber intimidad (emocional, no necesariamente física), una suerte de diálogo, aunque sea inaudible, pero no invisible a los ojos del espectador de la fotografía. Para mí, la única frontera clara es el respeto.
”Los escritores aceptan mis propuestas porque se divierten y porque saben que nunca los traicionaré”.
–Entonces, ¿la fotinski es un acuerdo, un pacto entre cómplices?
–Un pacto entre personas que se respetan, se quieren y saben o intuyen que estamos del mismo bando, en mi caso buscando una bonita historia en forma de foto.
–En algunos casos opta por el desenfoque, poner al sujeto al margen, ocultarle la cara... ¿A qué se debe esto?
–Cortázar decía, a propósito del cuento, que lo más importante es lo que está fuera del marco. Yo aplico este concepto y por eso me gusta situar al escritor rodeado de otras personas desconocidas A veces un reflejo en una ventana o retratarlo rodeado de un grupo de jóvenes de su barrio basta para resaltar el trabajo de un autor como Ernesto Sábato; otras veces caminas con Sergio Ramírez por el volcán de Masaya y, de repente, cuando ya has hecho decenas de fotos, se te ocurre hacer una última foto, casi como un juego, y funciona.
–¿Cuáles han sido las experiencias más importantes, cuáles las más ácidas? ¿Quiénes lo han intimidado?
–No se trata de que haya escritores difíciles de fotografiar, es que hay días y hasta momentos en que el retratado –y el fotógrafo, que también es humano– no encuentran ese momento de diálogo, invisible y creativo, que es una buena fotografía. Por eso hay que tener mucha paciencia en este oficio: trabajamos con un material muy sensible, que es la vida real y los sentimientos más íntimos del alma humana.
–Es más, de sus sesiones fotográficas han surgido amistades que sobreviven hasta ahora...
–Son muchos y no quiero parecer tacaño en elogios. Literaria y humanamente, mi vida no se explica sin el apoyo de mis amigos. Son mi gran tesoro y mi fortuna, y muchos son escritores. La amistad es un factor esencial en mi trabajo y en mi vida. La obligación del fotógrafo es hacerlo lo mejor posible, pero si hay empatía y amistad es mucho mejor y más fácil todo.
–Desde hace casi 40 años, su norte ha sido conformar este atlas humano de la literatura iberoamericana. Exposiciones y libros demuestran que lo ha logrado. ¿Qué se propone ahora en este camino que emprendió hace décadas?
–Todo comenzó con Borges en 1978 y, desde entonces, no paro. Un verso de Machado dice “hoy es siempre todavía”… Mi pasión por los libros me llevó a emprender un viaje hacia los rostros de la literatura; comencé a retratar a los autores que admiro a los 18 años y, ahora, con casi… (dejemos los datos biográficos de lado), me pregunto de dónde viene esa pasión y por qué esa obsesión de seguir y seguir. Y la verdad es muy simple: lo hago porque me gusta y porque los libros y los escritores ocupan un lugar muy importante en mi vida.
–¿Qué oportunidades le ha posibilitado en este trabajo ser un buen lector?
–La literatura alimenta mis sueños y mi vida. Soy un enamorado de la ficción, un lector empedernido que además imagina paisajes rectangulares a los que se asoma un autor que, antes y después, crea esos mundos en los uno se pierde cuando lee. Ser lector te permite visitar ciudades imaginarias como Macondo, Santa María o Colonia Vela, y hace que el mundo sea más grande, más hermoso y mejor.
–La memoria es un tema fundamental en su obra. ¿Por qué?
–Es central. Objetivo Mordzinski es, al mismo tiempo, una mirada al futuro y un objetivo que reivindica y reclama memoria, la de los escritores que retrato, la de sus libros y la mía también .
–Hablemos de las historias detrás de sus imágenes más célebres: Borges, Cortázar, Gabriel García Márquez, Vargas Llosa... ¿Agregaría alguna otra?–Necesitaría escribir un libro…han sido muchísimas. Pienso en Santiago Gamboa en el Metro de París parado, mientras yo subo la escalera para fotografiarlo desde el andén y, de repente, una avalancha de gente sale y nos perdemos. O en Luis Sepúlveda: lo conocí hace más de 20 años, él atravesaba un periodo nefasto, estaba enfermo, con muletas, y no quería fotos, pero insistí y aceptó; cuando se las envié por correo (entonces no había mails), en su carta me pedía que no las utilizase porque eran «radiografías» y no fotografías. A cambio me invitaba a su casa en la Selva Negra a hacer unas nuevas y, desde entonces, somos inseparables. Recorrimos juntos la Patagonia, cruzamos el estrecho de Magallanes, buscamos al Golem en Praga, visitamos la tumba de Vladímir Mayakovski en el cementerio Novodiévichi de Moscú, hemos visto a nuestros respectivos hijos crecer y juntos publicamos un libro: Últimas noticias del Sur.
–Acerca del episodio de su archivo y negativos que desechó Le Monde en una mudanza y que despertó tanta solidaridad del gremio cultural. ¿Qué pudo recuperar? ¿Cómo recuerda esa pérdida fundamental de parte de su memoria fotográfica?
–Quedarse sin una parte importante de mis archivos fue como si me borraran una parte de mi vida y de mi memoria. Me di cuenta de que el arte podría ayudarme a recuperar recuerdos y sentimientos. Todo lo bueno pervive, basta con seguir fotografiando: retratar es volver a tratar y en eso estoy. La fotografía, como decía Susan Sontag, ha sido y es mi mejor pasaporte. Así nació la instalación que podrán ver en la exposición y que llamé Cómo mirar lo que ya no existe , una suerte de baúl de los recuerdos lleno de objetos de mi pasado, desde mi primera cámara fotográfica, fotos amarillentas de mis antepasados, hasta fotografías recuperadas gracias a una iniciativa del exministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Hernán Lombardi. Los escritores me prestan las copias que les regalé a lo largo de décadas, se digitalizan y se devuelven. Nunca imaginé que al regalar una foto la estaba poniendo a salvo también . Cada foto recuperada me ayudó a renacer. La solidaridad del mundo de la cultura ha sido increíble. Me siento infinitamente agradecido.
–Tras hacer tantos retratos, ¿quien lo retrata a usted? ¿Cuál es su autorretrato hablado?
–Ja, ja, buena pregunta, Borges decía que escribir es escribirse; seguramente, fotografiar es fotografiarse y cada vez que retrato a un autor me retrato a mí mismo. Y aunque en esos “autorretratos” (afortunadamente) no se me vea, estoy presente en todas las fotos que hago. El español Víctor Andresco dice que los escritores quieren ser retratados por mí para que los quieran más. Tal vez yo fotografíe escritores para compartir parte de tanto afecto.