Leila Guerriero es alta y flaca. De repente, alguien reconoce la talla de la reportera y, con ese detalle inocuo, ella se asoma brevemente en la casa de una escritora o la sala de una cantante que está entrevistando. Las apariciones son breves: en sus crónicas, Guerriero es vehículo de la vida de los otros.
“Dueña de un cabello admirable”, asegura la biografía de una cuenta de Twitter a su nombre, que manejan sus fans porque ella no usa redes sociales.
“Yo tengo un teléfono inteligente pero lo uso como si fuera idiota”, escribió en su columna del diario español El País .
Su vocación es la crónica narrativa, el periodismo “de largo aliento” que ha escrito por casi 26 años, desde que comenzó a publicar en Buenos Aires, Argentina.
Allí mismo, estudió turismo y nunca lo ejerció. Tras ingresar a la revista Página/30 en 1992, ha escrito para La Nación y la Rolling Stone de Argentina; El Malpensante y SoHo de Colombia; la revista Paula y el diario El Mercurio de Chile; el diario El Universal y la revista Gatopardo de México. En esa última ejerce como editora para América Latina.
Su primer libro, Los suicidas del fin del mundo , lo publicó en el 2005 y, desde entonces, ha escrito otros cuatro textos largos y editado dos antologías –la última compilación, la presentó la semana pasada con el título de Un mundo lleno de futuro (Planeta)–.
En el 2010, su crónica El rastro en los huesos –publicada en El País de España y en Gatopardo – recibió el último Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI (ahora se llama Premio Gabriel García Márquez de Periodismo).
Lectora aguerrida, estudiante autodidacta y docente rigurosa, impartió su más reciente taller de periodismo narrativo durante el encuentro literaria Centroamérica Cuenta en Nicaragua.
Guerriero trabajó con 16 periodistas latinoamericanos durante cinco días en Managua. En esa ciudad, concedió esta entrevista.
–¿Por qué empezó a escribir?
–Empecé a escribir porque empecé a leer. En mi caso, lo que me plantó la semilla de la escritura fue, claramente, la lectura. Uno, cuando empieza a escribir, empieza a escribir porque quiere hacer lo mismo que hacen otros. Me imagino que a los niños que juegan al fútbol les debe pasar lo mismo: ves jugar a alguien y te parece increíble lo que hace Lionel Messi en la cancha y decís, “quiero hacer lo mismo”. A mí la lectura me llevó a querer escribir. De hecho, cuando empecé, yo escribía como cuentitos, ficción, y escribía imitando desembozadamente el estilo de los autores que más me gustaba leer: Ray Bradbury, Horacio Quiroga. A mí me impresionaba, en todo el sentido de la palabra, Quiroga; es un autor que me gusta mucho, pero es una bestia en estos cuentos de El almohadón de plumas o La gallina degollada.
–¿Había alguna inquietud temática en sus cuentos?
–Aprendí a escribir y a leer, y muy rápidamente empecé a escribir. Lo primero serían redacciones para el colegio, pero las primeras cosas que escribía eran cuentos medio fantásticos. Luego empecé a escribir algo de más largo aliento, como una novelita de ciencia ficción tomada de esta idea de Bradbury. Cuando pasó el tiempo, los cuentos que escribía eran sobre vínculos: parejas, amigos. Hasta que empecé a ser periodista, yo escribía ficción.
–Ingresó al mundo periodístico publicando un cuento. Ese acceso es un camino raro: ¿es posible para un periodista sin academia entrar a publicar?
–Creo que los periodistas que llevan más años en medios han tenido formas de ingresar muy diversas. Como editora sí estoy atenta, todo el tiempo, a encontrar; me gusta la idea de encontrar talentos en lugares extraños. Estoy buscando gente que escriba bien y, de pronto, descubro gente a la que le leo textos cortitos en un diario o un cuento que tiene tanto registro realista que, antes de proponerle alguna cosa, trato de ver si ha escrito algo de no ficción. Editores con ganas de encontrar gente, siempre hay. Pero, es verdad, se ha armado una cadena, una forma de acceder a los medios que tiene que ver con la academia: estudiar, hacer una pasantía en un diario y ya me quedo. Si no tenés eso es como si nadie te fuera a mirar nunca. La forma en la que empecé a trabajar, en 1991, ni siquiera en ese momento, era normal. No entrabas por estudiar periodismo porque la carrera estaba en la Universidad de Buenos Aires recién iniciando. No estaba tan aceitado el sistema de la pasantía, la maestría. La gente llegaba por contacto, tenían familia de periodistas... El mío es un caso bastante raro, pero es verdad: en aquella época había más escritores de ficción que se ganaban la vida haciendo periodismo. Como sabían escribir muy bien, porque eran escritores, un editor no tenía que lidiar con cuestiones de la redacción.
–En Zona de obras escribe sobre el empirismo y la academia periodística; escribe también sobre su experiencia autodidacta. ¿Cómo aprende un periodista a escribir bien ?
–Leyendo. Hay una gran carencia de lectura. En este taller que estamos haciendo, apuesto que si traigo una lista de 25 autores contemporáneos no los van a haber leído. Los conocerán, pero no los habrán leído. Hay un déficit grande de lectura. La gente espera ser iluminada por el semen bendito de la buena escritura. Eso no pasa. Así como no conozco a ningún cineasta que no vaya al cine si quiere ser cineasta, me cuesta pensar en un buen escritor (que no lea). Los escritores de ficción leen. Un escritor de ficción lee a sus colegas, aunque sea por competencia, para hacerlo mejor. Los periodistas como que se leen entre ellos y leen el diario y ya. La escritura se aprende, más que tomando talleres, leyendo.
– Es enfática en que hay que leer mucho y que hay que leer a quienes escriben bien. ¿A quiénes debemos leer?
–Yo te puedo decir a quienes leo y a quienes me gusta leer. Leo mucha poesía y leo mucha ficción. Leo mucho periodismo y, además, lo leo por una cuestión de responsabilidad profesional y docente. Antes que nada, leo porque me interesa. Te puedo decir mi podio de autores, en este momento. El Atlas de ese podio, absoluto, es David Foster Wallace. Su vida me conmueve, su literatura me conmueve, su no ficción me parece lo mejor que se escribió de no ficción en siglos a la redonda. Otro autor que me parece entrañable y lo sigo hasta cuando no me gusta es John Irving. Una autora, Lorrie Moore. Me gusta una tipa norteamericana que se llama Amy Hempel. Si debo pensar en clásicos: F. Scott Fitzgerald, Truman Capote. De Capote me gusta la no ficción y la ficción. También Tobias Wolff. Me gusta mucho Jean Echenoz. Me gusta un tipo francés, muy raro, que se llama Pierre Michon. Richard Ford es uno de los autores que más me gustan. David Gates. Me parece interesante Ann Beattie, la exmujer de David Gates. Lydia Davis. Me interesa muchísimo Rodolfo Walsh. Dentro del periodismo, Martín Caparrós que para mí es inspirador. Joan Didion. Si tengo que mencionar a quién leer, te diría Vladimir Nabokov, Fiodor Dostoievski. De pronto, hay autores que a todo el mundo le encantan y no me mueven mucho.
– ¿Es de quienes leen autores que no la mueven?
–¡Por supuesto! Si no, ¿cómo voy a saberlo? Sé que no me mueve mucho John Cheever porque lo he leído y mucho. Sé que no resueno con eso. Así y todo, sé que es un gran autor. Entonces, no abandono la idea de que, en algún momento, me debe gustar. Reconozco que es un tipo que tiene un procedimiento narrativo increíble y todo, pero no conecto con él. Me gusta Michael Chabon. El amigo de David Foster Wallace y el archienemigo de quienes adoran a David Foster Wallace, Jonathan Franzen. Lo siento, a mí me gusta mucho. Me interesa esa narrativa norteamericana contemporánea que es muy rica y diversa.
– ¿Cómo fue plantearse su propio método de reporteo?
–Me lo inventé. Me lo tuve que hacer a los golpes. Pensá que, cuando entré a Página/30, yo no era periodista. El otro día, un chico se fue a la hemeroteca y encontró la primera nota que publiqué en la revista. Se llamaba Los agentes del kaos . Era una nota larguísima, como de ocho páginas. Lo primero que me dijeron fue que querían una nota del caos de tránsito en Buenos Aires y mi editor fue muy generoso, sabía que no era periodista y que estaba de paracaidista. Me dijo que era interesante que hablara con el Ministerio de Transportes, con los taxistas, y que abarcara el fenómeno desde el usuario. Me dijo que leyera sobre las personas que trabajan en un centro científico y que comparara (el tráfico) con otras ciudades. Me dijo que lo primero era irme al archivo y pedir carpetas relacionadas con el tránsito. Eso fue iluminador, en 10 minutos me dijo cómo trabaja un periodista. Fui al archivo, ahí me fueron dando carpetas relacionadas. Eso fue como ¡claro! No tengo que mirar solo esto, tengo que abrirme. En media hora, dos personas fueron divinas y me dijeron cómo se hacía. Después, me compré un grabador ( risas ) y empecé a armarme mi método.
– ¿Qué edad tenía?
–Fue en 1992; yo nací en 1967. Veinti y algo (tenía 25 años).
– ¿Ahora tiene una metodología definida?
–No me aparto mucho de lo que les muestro a los estudiantes (en el taller). Creo que lo único que uno tiene es el método.
– Pasa por varias revisiones. Es un método ordenado.
–Yo soy una persona muy ordenada. Con algunas cosas soy como muy rígida, pero no intento imponerle esa rigidez a nadie. Tampoco soy tan rígida. Soy muy disciplinada pero en mí, evidentemente, hay algo muy flexible porque si no no podría hacer este oficio ni dedicarme a escribir.
– ¿Cómo funciona su tiempo libre?
–(Esta semana) terminamos el taller a las 6 p. m. y yo luego tengo que hacer algunas cuestiones de mis trabajos habituales: escribir mi columna semanal para el diario ( El País ), editar alguna cosa.
Aquí, me estoy levantando a las 7 a. m. Es poco habitual, yo me levanto a las 8:30 o 9 de la mañana. Las siete son un madrugonazo. (...) Soy responsable con mis responsabilidades. Vine a Managua y sé que no vengo a conocer, ni a acostarme borracha todas las noches. Cuando me voy de vacaciones es un mes o mes y medio que mi marido sabe que no miro una computadora. Me niego a viajar con computadora o teléfono celular. Hemos tenido que comprar un pasaje y hay que revisarlo en un business center o un locutorio. Yo me niego. El mundo que me gusta es desconectado y sin computadora. El mundo en el que trabajo es un mundo hiperconectado todo el tiempo.
– ¿Cómo ha sido conciliar esos mundos?
–Cuando no había Internet, era más fácil escribir. Yo me siento ahora y, para lograr la concentración que antes lograba, necesito mucho más empeño. Estoy a un clic del mouse de meterme en el diario o chequear el mail compulsivamente. Eso me jode, me molesta mucho. Soy incapaz de no estar conectada, soy incapaz de apagarle el Wi-Fi a la computadora. Además, porque cuando uno está escribiendo está todo el tiempo consultado cosas en la web. Creo que a todo el mundo (le pasa), pero me provoca una ansiedad que me disgusta mucho. Si me voy al campo por un trabajo, estoy dos días sin conectarme y siento culpa, ansiedad de que alguien no me ubica. Yo no soy mucho de teléfono celular, de él no estoy nada pendiente.
– ¿Qué lugar ocupan sus textos en una época de lectura rápida y visual?
–Veo mucha avidez de gente que quiere aprender a hacerlo. Esa gente que quiere aprender es un público lector. Hay un mundo de lectores que me leen que son periodistas, son colegas. Hay otro universo de lectores que es el tipo que se compraría un buen libro de cualquier autor de buena narrativa de ficción. Me da la sensación de que el lector del periodismo narrativo no es el lector del best seller . Es el tipo que tiene un rato para sentarse y leer y le gusta. Le gusta sentarse a leer una revista con una nota de ocho o diez páginas, no que sea de dos. Tengo esa sensación. No la saco de cualquier cosa sino de la gente que me va a ver a la Feria del Libro y me dice que es un abogado, un ingeniero, que tienen un club de lectura y leen mis libros. No es alguien que está buscando entretenerse un rato. El lugar (para escribir periodismo narrativo) son las pocas revistas que se siguen dedicando a esto y los libros. Me parece que los periódicos no son el lugar de este tipo de textos.
– Con la crisis de lectura, ¿quién forma a un lector?
–Múltiples cosas. Me llama la atención cuando descubro a un lector que viene de una familia no lectora. Siempre me pregunto eso, ¿de dónde habrá salido esto? Hay que pensar en otras cosas, la familia, la curiosidad innata. Es un milagro. Para mí era tan normal que en mi casa hubiera biblioteca que el día que me di cuenta que en casa de mis compañeros no había fue una revelación. ¡Qué loco! Yo de chica jugaba un montón pero la experiencia de lectura no la podía compartir con nadie que no fueran mis viejos. Eran muy lectores. La verdad es que responderte esa pregunta sería hacer un poco de sociología barata. ¡Un lector es un misterio tan raro! En mi caso fue mi familia, claramente. Tengo amigos que vienen de familias no lectoras. Hay escritores que vienen de familias que no tenían un libro en la casa, de situaciones casi marginales. Conozco chicos que viven en situaciones marginales, son lectores y en la casa no hay plata ni para comprar polenta. La escuela tiene que ver. Por suerte, tuve muy buenas profesoras de literatura. Pero, así como me encantaba esa hora, estaban mis compañeros que puteaban en arameo porque les parecía una embolia, un aburrimiento. Discuto un poco la idea de que ahora la gente lee y escribe más que nunca. El problema es ver qué leen y qué escriben. Escribir un mensaje de WhatsApp con errores de ortografía, es escribir eso. No estás escribiendo La guerra y la paz . No tenés la ambición de escribir.
– En los periódicos, ¿es una pelea perdida pedir espacio para el periodismo narrativo?
–No creo que sea una pelea perdida, sino estaría haciendo algo en lo que no creo. Lo que pasa es que el periódico nunca ha sido el espacio de las notas largas, ese espacio lo han cubierto las revistas. Ahí hay que dar la batalla. El periódico no es el lugar de la crónica de 40 páginas. Los medios tienen que dejar caer en que esta idea de que siempre se puede hacer más corto, más rápido y más sintético. No se puede ser bueno en 300 palabras para contar una cosa compleja. Hay cosas que necesitan de su espacio. Hay que dar batalla por algunas cosas y ahorrarse los proyectiles para las cosas que valen la pena. Yo no creo que se vayan a quedar sin espacio estos periodistas. Hay mucha gente los lee y, en los periódicos, hay algunas señales de que hay registro de que en estos textos reposados y más largos está pasando algo más interesante.
– ¿Sirven las reuniones internacionales del gremio para darse cuenta de que, en países pequeños, no existen espacios para la crónica?
– El fenómeno hay que mirarlo de manera continental, sin esa frontera de países pequeños. Tenés Gatopardo en México. México es gigante, pero no hay tantas revistas como esa. Tenés El Malpensante y Soho , en Colombia. En Argentina tenés a Rolling Stone y Anfibia . En Chile tenés Paula . Es un continente enorme y repleto de países, pero no hay tantas revistas. Diez revistas habrá que te darán diez páginas para que publiqués. No se trata de la crisis de los pequeños o grandes países. En todos lados hay pocos espacios para la crónica. Sin embargo, veo que los talleres de crónica se repletan de gente. Mi sensación es que, en algún momento, eso va a estallar por su propia presión. Hay proyectos que surgen y se hunden como Buensalvaje en Costa Rica o Pie izquierdo en Bolivia. Sin embargo, algunos persisten como Anfibia en Argentina. Esa tiene una universidad detrás y tienen más presupuesto. Pero ahí hay un grupo de gente que se unió y tenía plata para hacer algo. Si lo mirás a nivel paramericano, ese es el punto. Realmente las revistas han borrado las fronteras de los países.
– Se lo han preguntado varias veces, pero ¿qué lugar tiene usted en sus historias? ¿Cómo maneja la cercanía con la que reportea a sus sujetos y la distancia con la que escribe de ellos?
–A mí me sale natural. Es como preguntarse cómo manejo ser flaca. Es verdad que soy cercana a la gente. La gente me cuenta cosas que no le cuenta a otros. Creo que tiene que ver con que estoy muy interesada en la gente, no les miento. Ahora estoy entrevistando una persona y lo extraño. No lo extraño de manera personal, quiero seguir sabiendo, quiero seguir estando. Me da avidez, voracidad. A la hora de escribir, es entre la máquina y yo, mi computadora y yo, el texto y yo. Ese ser queda fuera de la ecuación. No tengo nunca la sensación de estar traicionando ni cosa por el estilo. Quizá depende de cómo aprenda uno a hacer el trabajo. Con los primeros editores que tuve, no recuerdo que haya habido señalamientos en ese sentido. Por ahí, de Homero Alsina Thevenet, el uruguayo, saqué esta cosa de que, salvo que sea para contar una experiencia intransferible, no me meto en el texto, escribo en tercera persona. La tercera persona pone un poco más de distancia. Creo que esa distancia me sale de manera fluida, no la siento impostada.
– ¿Hay algún problema en su escritura que haya resuelto con el tiempo?
–Hay una línea que es bastante coherente en la forma de mi trabajo. Sin duda, debo haber aprendido algo después de tantos años de estar trabajando. Me pasa con la escritura que cuando miro mis textos más viejos digo, ¿cómo fui capaz? He corregido que, en algunas ocasiones, había una mirada demasiado irónica. Eso ya no me gusta, no disfruto del sarcasmo ni la ironía. Lo uso mucho en las crónicas de viaje pero casi que nada más. Algunos textos ahora los leo y me resultan sobones con los entrevistados, demasiado laudatorios. No es que diga que es un genio, pero subyacía un elogio desembozado. Entrevistaba a una actriz que me gustaba mucho, me encantaba la entrevista que tuve y en el texto se notaba demasiado. Ahora trato que, en esa distancia, yo esté casi retirada. Eso lo veo como un error. Eso que yo hacía, estaba mal. Hubiera preferido tener un editor que no me alabara tanto y me lo dijera.
– De su tiempo con estudiantes, ¿son impacientes por crecer como escritores?
– Mi sensación es que mucha gente está buscando la fórmula para escribir bien, como si se pudiera apretar un botón. Veo falta de disciplina para poner el culo en la silla y escribir 100 veces un texto que no sale, disciplina para trabajar una frase. Falta insistencia con el texto. No les sale y se conforman. En verdad, el trabajo de escritura es un trabajo de insistencia, de corrección. Piensan que escribir bien es algo que va a venir del cielo. La escritura implica cierto tipo de entrega y no veo que la gente esté tan dispuesta a esa entrega que tienen todos los periodistas que yo admiro: trabajan mucho, escriben mucho, leen mucho. La gente está poco dispuesta a vivir en el estado de la escritura.
– Si no hubiera sido periodista, ¿qué habría hecho? ¿Habría seguido la carrera de turismo?
–Jamás hubiera hecho eso. Sería alguien que escribe, claramente. No hay ninguna posibilidad de que mi vida se fuera por otro rumbo. Me las hubiera arreglado para vivir de escribir, de uno u otra manera. Hubiera llegado a hacer esto de todas maneras. Me conozco, me sé una persona fuerte, decidida y encaradora. Hubiera hecho lo que fuera para vivir de este vivir.