Las estrechísimas calles de Escazú por donde a duras penas circulan automóviles, son herencia directa de una tradición muy costarricense: el boyeo .
Las que hoy son alfombras de asfalto, fueron caminos polvorientos y maltrechos por donde se movían lentamente las carretas jaladas por bueyes.
Este rudimentario medio de transporte fue por muchos años el motor de Costa Rica, y el Día Nacional del Boyero –que se celebra el segundo domingo del mes de marzo– les recuerda a los ticos que esta tradición sigue viva.
Entre yuntas, yugos y chuzos. La mañana de ayer, el sol escazuceño amenazaba con rostizar cuerpos, que la cerveza y la música refrescaban por igual.
De cuando en cuando, la nariz se confundía al recibir un bombardeo de olores mezclados: boñiga, carne asada, licor y algún perfume.
Los boyeros caminaban con sus bestias, cuidadosamente ataviados para la ocasión, como si se tratara de un desfile de modas de dos kilómetros entre la Municipalidad de Escazú y la iglesia de San Antonio, también en ese cantón.
“Un chuzo no es un carrazo de último modelo; un chuzo es esto”, bromeó Manuel Fernández mientras levantaba una especie de lanza o pincho con el que los boyeros tratan de dominar a los animales.
Un total de 212 yuntas provenientes de diversas zonas del país –como Cartago, Guápiles, Aserrí, Puriscal y San Carlos– se reunieron en Escazú para mostrarle al mundo el orgullo de esta tradición.
Daniel Sandí, boyero oriundo de San Antonio de Escazú, interrumpió su recorrido en múltiples ocasiones para posar junto a las personas que querían llevarse un recuerdo fotográfico al lado de sus dos animales, llamados Bonitos.
“Lo que más me gusta de ser boyero es trabajar con los bueyes. Antes se hacían muchas cosas con ayuda de ellos, como jalar caña, leña y café, pero ahora ya casi no se usan, y uno los mantiene por lujo y porque les tiene cariño”, declaró.
La fama que tienen los bueyes de ser animales muy trabajadores no es gratuita. En algunos momentos, las bestias bufaban, amenazaban con su cornamenta o tomaban gran impulso para subir la empinada cuesta hacia San Antonio.
“Se ponen así por falta de trabajo. Ellos están acostumbrados a moverse rápido y a caminar mucho; entonces en un desfile que va tan lento, se aburren”, explicó Régulo Araya, boyero puriscaleño de 74 años, que observaba con detenimiento una yunta en particular. “En una buena yunta los cachos, el tajo (parte trasera), el lomo y la giba tienen que ver idénticos”, opinó.
Unos metros más adelante, el boyero Daniel Alvarado sudó más de la cuenta al intentar controlar una yunta rebelde que incluso fue a dar con sus kilos al suelo.
El calor inclemente atizaba la sed, pero a más de uno se le abrió también el apetito: “Vos creés que saldrá un bisteccillo de esa nalga, gordo”?, le comentó una mujer a su esposo mientras señalaba a un buey de carnes macizas.
Mientras tanto, los vendedores de sombreros buscaban sacarle provecho al clima, pero no tuvieron mucha suerte. “Lleve un sombrerito, mamita, para que no se me queme”, gritó uno.
Los entusiastas espectadores se acomodaron para disfrutar el desfile: colmaron aceras y caños, y muchas familias improvisaron parrilladas en los garajes.
Fernando Quirós y Ana Morales, pareja de adultos mayores vecinos de San Antonio, acostumbran sentarse en su propio palco: la cajuela de un pick-up, equipada con sillas, una sombrilla para el sol y refrescos. “Siempre venimos a buscar un campo para ver el desfile. Nos encanta porque es una tradición de Escazú y de todo el país”, dijo Quirós.
A paso lento pero seguro, los boyeros se enrumbaron hasta la plaza frente a la iglesia de San Antonio, donde se celebró una ceremonia de premiación.
En el 2005, la tradición del boyeo y la carreta costarricense fue declarada obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad por la Unesco.