Ernesto Calvo
S iempre me ha llamado la atención el contrapunto que el fotógrafo y diseñador José Alberto Hernández ofrece en sus propuestas gráficas, alegres, coloridas, lúdicas, refrescantes, y su obra fotográfica, intensa, angustiante, por momentos depresiva, vinculada a temas que van de la morgue y la muerte, a los espacios hospitalarios y carcelarios.
En su más reciente exposición, Capturas , el fotógrafo ha decidido poner a dialogar tres series interconectadas ( Inventario , RIP – Retratos inconclusos policiales –, Gráfica de encierro ), como parte de una investigación que ha realizado desde el 2005 sobre temáticas que se acercan a los documentos judiciales, las armas, el retrato y, en general, el entorno carcelario.
Espacio idóneo y metáforas
El espacio donde ha puesto a interactuar estas tres series fotográficas no puede ser más propicio, no solo desde el aspecto museográfico, sino también por sus connotaciones metafóricas: los calabozos del antiguo Cuartel Bellavista (actual sede del Museo Nacional), donde resuenan aún, entre su laberíntico recorrido, sus desdibujados grafitis, sus habitaciones diminutas y su humedad, algunos de los lejanos ecos de lo que se vivió en un pasado.
Quizá por eso las fotos que interactúan en ese entorno antiguamente carcelario, ganan en intensidades y lecturas, las cuales son imposibles de lograr en los espacios más bien asépticos de un museo convencional.
Por otro lado, tanto en Inventario como en RIP – Retratos inconclusos policiales – como en Gráficas de encierro , hay una engañosa condición de lo “documental” dentro de la fotografía. Archivos judiciales, armas decomisadas, retratos policiales y fotos realizadas por los reclusos son, de alguna manera, “apropiadas” por el investigador-fotógrafo, que las interviene y transforma: desde los detalles de las actas y los fragmentos de las armas, a la difuminación de los rostros retratados o las pequeñas imágenes de reclusos.
Neutralidad cuestionada
Lo que se pone en cuestión aquí es el estatus de la fotografía misma como posibilidad de archivo neutro y documento fidedigno o, al menos, la ingenuidad de pensar que esas imágenes nos permiten conocer la “realidad” de esos crímenes cometidos y su documentación veraz por medio de ellas.
En ese sentido, cada vez que me acerco a la investigación de este fotógrafo, no puedo dejar de pensar en el modo en que Michel Foucault elaboró sus agudas reflexiones sobre los vínculos entre delito, castigo y aislamiento en el régimen jurídico moderno ( Vigilar y castigar ); y también en la manera en que tanto Foucault ( La arqueología del saber ) como Roland Barthes ( La cámara lúcida ), desde perspectivas diferentes aunque en sorprendente sintonía, advertían sobre la necesidad de poner en entredicho y cuestionar nuestra racional fe en los documentos, los archivos y la fotografía como objetivas fuentes de “verdad”.
Así, lo que parecen proponer estos tres momentos fotográficos interconectados de Hernández es llevar a planos especulares lo que, de hecho, es ya una difusa “realidad” suspendida en el tiempo y confinada en el espacio: la cárcel.
Para lograrlo, explota los dispositivos técnicos y expresivos que le ofrece la fotografía, sobre todo la análoga que potencia lo fortuito y lo accidental y también lo buscado y manipulado. Esto es parte esencial de sus intencionalidades y significaciones: desde la ampliación abstracta a la fragmentación de la representación; del preciosismo del blanco y negro o la explotación del grano, a la sobreexposición o el velado de la película vencida; de la precisión profesional en la toma de un arma y su escenografía recreada in situ, a la espontaneidad técnica y vital en la toma aficionada de un preso.
Capturas de los presos
Ahora bien, lo que más me llamó la atención en las actuales interacciones entre archivo, documento y ficción de estas series fotográficas en esos antiguos recintos carcelarios, fueron justamente esas pequeñas “capturas” fotográficas de los presos semianónimos (solo podemos intuir sus nombres por sus iniciales), que expone el fotógrafo en un sutil gesto de reconocimiento y visibilización de esas personas e imágenes.
En ningún momento, ese “dar la voz” apela a la explotación efectista de esos espacios y los sujetos en las difíciles condiciones que lo habitan, sino que prioriza los cotidianos y pequeños detalles que captaron sus protagonistas-fotógrafos: de una cama tendida a un techo que ofrece luz, de un viejo televisor a un desdibujado grafiti, de las abstractas rejas en una ventana a un árbol talado o unas flores.
Es en ese gesto de ceder la cámara –y la autoría– al “otro”, de convertir a esos presos en hacedores de imágenes en sus propios espacios vitales de confinamiento, de proponernos a través de un montaje poco convencional que hagamos un esfuerzo por detenernos a mirarlas y procesar las implicaciones de lo que vemos, donde se hace evidente el modo en que el fotógrafo establece su empatía y compromiso con los temas que aborda.
Una conexión y cercanía asumidas en medio de esas resbaladizas fronteras –estéticas y éticas– de la fotografía, donde colisionan lo documental y lo ficcional, lo poético y lo humano; donde podríamos cuestionarnos, además, cómo nos apropiamos de esas imágenes y reconocemos sus evidencias y veladuras, sus ambigüedades y paradojas.
Céntrica exhibición
La exposición de fotografías Capturas , de José Alberto Hernández, es una colaboración entre el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo y el Museo Nacional de Costa Rica. La curaduría es de Adriana Collado.
La muestra estará abierta en el Museo Nacional hasta el 21 de agosto. Se puede visitar de martes a sábado, de 8:30 a. m. a 4:30 p. m. y los domingos de 9 a. m. a 4:30 p. m.