¿Qué es una gran voz? En primerísimo lugar, una voz memorable, una voz que no se olvida, que se nos queda enredada en el oscuro laberinto del oído y la conciencia. No tiene que ser bella en el sentido clásico del término: después de someterse a una dieta brutal que cambió de manera dramática su cuerpo, y con un diafragma flácido que ya no sostenía su columna de aire, María Callas empezó a producir un sonido metálico que quizás no era hermoso de manera convencional, pero tenía un color distintivo, peculiar, que solo a ella pertenecía.
Ella Fitzgerald, cuyo centenario celebramos este año, fue una de las voces egregias de su siglo.
De nuevo, su voz era singular, inconfundible: corría por la sala –como toda onda sonora, un fantasma en el límite del no ser– y nos penetraba, la respirábamos y bajaba hasta nuestros pulmones, nos atravesaba y contenía como una especie de líquido amniótico, se resobaba contra nuestros cuerpos –¡deliciosa promiscuidad!–, y por último, se quedaba a residir por siempre en nuestra memoria.
Cantar para vivir
La “gran dama del jazz ” y “primera dama del swing ”, ganadora de 13 premios Emmy, nació el 25 de abril de 1917 en New-port News, Virginia, hija de una lavandera y de un padre ausente desde el despuntar mismo de su vida.
Comenzó a cantar en el Teatro Apollo de Harlem, Nueva York, a los 16 años, pero la muerte de su madre la obligó a posponer su carrera artística. Ella es, además, víctima de la segregación racial. La Fitzgerald pertenece tanto a la historia de la música, como a la de las conquistas civiles de la población negra estadounidense. Ella, Duke Ellington, Louis Armstrong y Nat King Cole en la música, los boxeadores Jack Johnson y Joe Louis, y el atleta olímpico Jesse Owens en el campo del deporte, son los grandes heraldos de los negros estadounidenses. Los ciudadanos afroamericanos encontrarían en la música y el deporte espacios privilegiados para integrarse a la sociedad y, más aún, para ser percibidos como héroes culturales.
El gesto de Marilyn
Marilyn Monroe fue determinante en la carrera de Ella. La rubia de los ojos entornados llamó varias veces al patrón del prestigioso club Mogambo de Los Ángeles, para que le diesen una oportunidad a Ella. Como nada despreciable “bono”, la Monroe se comprometió a reservar una silla en primera línea cada vez que Ella se presentara… era una oferta imposible de declinar: la gente iba por ver a la diosa sexual, pero se quedaba oyendo a la cantante, que los hipnotizaba de manera más irremediable que con la propia Marilyn.
Catapultada a la fama, Ella recorre Norteamérica y Europa con la orquesta de Duke Ellington. Canta con figuras de la prosapia de Oscar Peterson, Count Basie, Roy Eldridge, Joe Pass, Dizzy Gillespie, Nat King Cole, Frank Sinatra y Louis Armstrong. Con este último lanza el disco Ella y Louis , que tendrá resonancia universal. El éxito es tal que pronto grabó una segunda parte titulada Ella y Louis de nuevo.
Aparece en varios filmes hollywoodenses, en cuenta una comedia de –en aquel entonces celebérrimos– Abbot y Costello. Ciega y amputada de las dos piernas a causa de la diabetes, Ella muere de una crisis cardiaca el 15 de junio de 1996 en Beverly Hills, a los 79 años. Cantó hasta el final de su vida.
Su arte
Ella se describía como una “instrumentista de la voz”, no como una cantante. La distinción es importante: nuestra artista cinceló su voz con el esmero con que un lutier de Cremona hubiera torneado un Stradivarius. He aquí, de manera muy puntual, las particularidades del privilegiado “instrumento” de Ella.
1. Tenía un registro de más de tres octavas. Era una mezzosoprano absoluta ( sfogata , la hubieran llamado, si hubiese cultivado el repertorio belcantista).
2. Tenía graves hondos y cavernosos, un registro medio notable por su calidez y agudos luminosos, iridiscentes. Su voz era policromática: tenía la paleta tímbrica de una orquesta sinfónica. Nunca sonaba “forzada”, “apretada”: en su fenomenal tesitura los graves como los agudos eran siempre solventes, naturales.
3. Existía perfecta homogeneidad sonora entre sus registros. Esto significa que su timbre, su color, su emisión del sonido no variaba al pasar de los graves a los agudos. Era la misma voz, que viajaba de las profundidades oceánicas a la exosfera en un continuum tímbrico terso y uniforme.
4. Impostaba los agudos con absoluta honestidad: no llegaba a ellos “desde abajo”, sino que los atacaba directamente. Una vez instalada en el agudo, coloreaba el sonido con su inconfundible vibrato : era relativamente lento, regular, y en ciertas ocasiones podía casi alcanzar la oscilación de un semitono. Al comenzar el vibrato , su voz se “abría”.
5. Utilizaba prolijamente los portamenti (“resbalar” hacia arriba o hacia abajo, pasando por todos los microtonos de la escala: eso que logran los instrumentos de cuerda o de viento, pero no el piano, que no puede “deslizarse” entre los microtonos de dos teclas adyacentes.
6. Le gustaba emitir graves raucos, rasposos, como los de Louis Armstrong.
7. Era incomparable en el uso del scat (fonemas carentes de significación, cuyo valor es puramente musical: “bap bi du dam”), un recurso que le permitía improvisar “texto” y música durante larguísimos periodos.
8. Propendía a los tempos lentos, hacía música con delicioso abandono, gozando, en particular, de la voluptuosidad de la melancolía. La tristeza asumía en su canto un cariz sensual, carnal: Ella degustaba su nostalgia, ese sentimiento de homesickness frecuente en la música negra del sur de los Estados Unidos.
9. A menudo cantaba a dúo con Armstrong ( Dream a Little Dream of Me y Cheek to Cheek ), a la tercera o la sexta de distancia, enunciando la melodía principal o, bien, adornándola con vagarosas filigranas melódicas.
10. Cantaba a dúo con el saxofón, la trompeta con sordina o la armónica. En estos casos, los instrumentos no actuaban como “acompañantes”: su papel era estrictamente equipotencial al de la voz humana.
Alma hecha música
El arte de Ella nos permite sentir todo lo que de carne tiene el espíritu, y todo lo que de espíritu tiene la carne. Es sensual, voluptuosa, aun en la expresión de las “pasiones tristes” (Spinoza). Se diría que, a fin de conjurar la tristeza, hubiese aprendido el arte de saborearla, de poetizarla, de hacerle el amor. Y la tristeza está ahí… sucede, simplemente, que la artista sabe saborearla. Aun una canción de cuna como Summertime , de Gerswhin, rezuma sensualidad en su interpretación. Y una pieza relativamente alegre como One note samba , adquiere algo de lánguido y dulcemente melancólico.
Ella Fitzgerald disfrutaba de la música con exquisita glotonería. Era una catadora de las emociones humanas, y tenía el secreto de transformar el dolor en gozo. Su voz, caudalosa y balsámica, es de los más puros milagros de la cultura universal.