Al ver las acuarelas de Juan Carlos Camacho, los colores parecen llegarnos antes que las figuras: hay tanto color entusiasta, tanto afán del mundo por pintarse solo, que –parece– el agua de la acuarela nunca termina de enfriarse aquí: la calidez de los colores aún la abriga.
El mundo lucífero de Juan Carlos visita hoy a los espectadores y les ofrece Algo de aquí y mucho de allá, exhibición de 22 recientes acuarelas de formatos pequeño, mediano y grande; nos brindan paisajes: ríos, esteros, playas de mar, casas de madera y vistas de pueblos rurales. La muestra se ha abierto en la galería de Studio Metallo.
“Son escenas que encontré en Guanacaste, Puntarenas, el Valle Central y la zona atlántica”, enumera el artista y caminante. A su lado vibra Tarde de enero: un estero de Puntarenas donde el agua se ondula con relumbres de azul cobalto; sobre ella, dos botes que esperan a viajeros.
Los botes son amigos fieles del artista: botes-Carontes que aún llevan pescadores dentro de sus costillares de madera, y botes a los que ya se les ha muerto su vida navegante, como en El turbio fundadero , estero de marea baja y melancolía.
Los botes de Juan Carlos fueron caminantes del mar que hoy se escoran sobre la arena, pensativos, como marineros que, con los años, se entregan a la filosofía.
En la acuarela Sombras –la playa de Cuajiniquil, en Guanacaste–, los colores se han cansado de sí mismos y se cambian por otros. Así, las sombras de unas ramas, que iban a ser negras, logran ser moradas.
Ímpetu y riesgo. ¿Cómo logra el artista el relumbre cromático? “Empleo acuarela, pero con recargos de acrílico diluido para resaltar algunos trazos”, explica Camacho y señala San Juan , el retrato de un pueblo rural cercano a San Ramón de Alajuela: muchos verdes hay aquí, como un canto de colores.
“Hago los tonos con veladuras; es decir, aplico capas: un tono sobre otro hasta lograr el color deseado”, detalla el pintor.
Un ejemplo de sutiles veladuras son los verdes, viridianos, de –precisamente– Entre verde s, una acuarela muy apaisada (la otra es Pasando): las palmeras se entrecruzan como una puerta de cancel que cubre el horizonte de una playa.
Juan Carlos Camacho recuerda que el acuarelista no emplea el color blanco porque se lo regala el papel. “No es necesario pintar todo el formato, y conviene dejar un aire. Desde el inicio hay que saber dónde irán los blancos, la luz, porque, si se los cubre, ya no hay marcha atrás”, indica.
Esos espacios blancos viven en las iglesias encaladas de sus pueblos y en el paisaje de Final, de un cielo tan blanco que parece hecho por un dios que hubiese olvidado su caja de colores.
Una sola pieza, Ayer, es monocromática: la casa de maderos, las plantas que la sitian, el agua que no cesa. Es una casa antigua que ya no existe, en San Antonio de Belén.
¿Es tan difícil la acuarela, como dicen quienes no la doman? “Puede serlo, pero es la técnica que más me gusta. La acuarela es un riesgo; es como tirarse al vacío, al paisaje, y se va dibujando, no con lápices, sino con los colores”, responde Juan Carlos.
Un ejemplo de pintar con decisión es Ímpetu , cuadro inspirado en un paisaje de Tortuguero. “Es muy espontáneo, impresionista: lo hice con rapidez, con mucho... ímpetu”, resume Camacho.
Si la acuarela es un riesgo, Juan Carlos ha “vivido peligrosamente”, como aconsejaba Friedrich Nietzsche, pues frecuenta esa técnica, de difícil sencillez, desde hace más de treinta años, con resultados admirables.
Líneas y fondos. Algunas de las piezas ofrecen un esquema sencillo: una línea imaginaria horizontal separa en dos el rectángulo del cuadro. Arriba están los objetos (casas, botes, playas), debajo hay una superficie más amplia (agua, arena, pasto).
En la sala de la galería, Juan Carlos Camacho va de una pintura a otra como quien se asoma a las ventanas de sus cuadros para recibir el aroma del agua de mar y de los ríos. Las pinturas más pequeñas irradian el aspecto de ser vasos llenos con aguas de colores.
“Comienzo pintando el fondo, como en Tarde de abril, un paisaje inspirado en un atardecer en la playa de Sámara, en Guanacaste”, recuerda Camacho. La marea ha bajado en la playa, y apenas queda un espejo de agua en el que, cuando pasen, las palmeras se peinarán sus reflejos de penacho.
Una amiga de Juan Carlos es la luz, y él prefiere recibirla en las mañanas o en las tardes, cuando el Sol se pone Caravaggio y traza enredaderas de sombras sobre los pueblos, las casas y los botes, que responden con la alegría del blanco.
Así lo vemos en los contrastes de la puerta de Como a las diez y en la callecita liberiana de Cuando el Sol declina . A la par, Por ahí nos ofrece una casa de Guanacaste a las seis de la tarde, cuando el Sol nos lanza algo de oro antes de llevárselo. “El drama del paisaje cambia con el movimiento del Sol”, precisa Camacho.
Juan Carlos es un realista que surrealiza con los colores, pero su composición y sus elementos son figurativos. A veces se ayuda con fotografías que toma y que le sirven de guía-memoria en su taller, donde trabaja con el papel en posición vertical. Él usa un papel Fabriano de algodón de 600 gramos, cuya textura rugosa sugiere relieves al tacto de la vista.
“La acuarela no debe recargarse pues, de lo contrario, pierde su espontaneidad, su transparencia. Trato de lograr la sencillez”, confiesa el artista.
Salvo sus detalladas visiones de pueblos lejanos, sus otras composiciones integran pocos elementos: árboles, una casa, un bote entre los cristales del cielo y del agua... Tarde es el summum del ahorro de elementos: dos botes que parecen flotar sobre arena rosa.
Maestros. Camacho prefiere la naturaleza solitaria, fugitiva de gente. En una sola obra, Regreso , aparecen personas: pescadores, siluetas obscuras –la forma más humilde del anonimato–. El lugar es la playa Blanca, en el Parque Nacional Murciélago, de Guanacaste; la hora, las seis de la tarde. Seis jóvenes arriban en un bote a la playa desde un barco pesquero ausente de la escena: hay movimiento, esfuerzo; la extraña ilusión de pisar el mar que se va tornando arena. Si la arena fuese el mar, los pescadores viajarían por el cielo.
El arte de Juan Carlos no cae del cielo sobre el mar: en su trabajo se insinúan herencias. Así, una acuarela con bueyes (no exhibida aquí) es similar en la perspectiva a Domingueando , cuadro del maestro español Tomás Povedano.
Camacho cita a Teodorico Quirós y a Fausto Pacheco entre los pintores que admira: “El manejo del color y de la luz...”. Francisco Amighetti y Margarita Bertheau giran también en su memoria.
Entre sus manes figura el norteamericano Andrew Wyeth (1917-2009). “Sus composiciones dan la ilusión de ser muy espontáneas. He estudiado largamente su obra en museos y en libros”, confiesa.
Camacho ha participado de más de 70 exposiciones y ha ganado el Premio Aquileo J. Echeverría de Artes Visuales. También ha pintado escenas urbanas: calles y edificios, como la iglesia de estilo gótic de Coronado, en San José.
La artista y crítica María Enriqueta Guardia dice: “Juan Carlos Camacho se ha interesado también en el tema urbano. Algunos de sus trabajos más sobresalientes lo abordan partiendo de una mirada aérea, que genera una estructuración geometrizante y abstracta, con lo que el pintor brinda un nuevo aporte a la temática”.
Un pintor-poeta, Rafael Alberti, celebró la acuarela: “ninfa de acequias y atanores,alivio de la sed de los colores”. En la obra de Carlos Camacho, el agua es mar y playa, lluvia y río; con las palmeras-pinceles se dibuja a sí misma.
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La exposición Algo de aquí y mucho de allá se ofrece en la galería de Studio Metallo, 675 m al este de la iglesia de Santa Teresita (barrio Escalante, San José). Tel. 2281-3207. Estará abierta hasta el 8 de octubre.
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Soneto:
A la acuarela
A ti, límpida , inmácula , expandida,
jubilosa, mojada, transparente.
Para el papel, su abrevadora frente,
agua primaveral, lluvia florida.
A ti, instantánea rosa sumergida,
líquido espejo de mirar corriente.
Para el pincel, su cabellera ardiente,
fresca y mitigadora luz bebida.
A ti, ninfa de acequias y atanores ,
alivio de la sed de los colores,
alma ligera, cuerpo de premura.
Llorada de tus ojos, corres, creces,
feliz te agotas, cantas, amaneces.
A ti, río hacia el mar de la Pintura.
Rafael Alberti.
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