Víctor Hurtado Oviedo
La de 1580 fue una buena cosecha para la literatura. Nacieron entonces Francisco de Quevedo –el mejor prosista del Siglo de Oro– y los Essays , la primera edición de los ensayos de Michel de Montaigne. Se considera que este libro fundó un género curioso y meditador, esquivo y elegante –sobre todo, elegante–. Cuando el ensayo carece de estilo, se convierte de literatura en notaría ( es decir , deja de ser ensayo). Los tres volúmenes que ocuparon los Essays son la partida de nacimiento más larga del mundo, y la mejor escrita.
En ensayo es la literatura que se pone a pensar y se olvida de diálogos y argumentos. Sin embargo, gente que no se deja intimidar por el buen gusto niega la categoría literaria al ensayo. A derruir esta falacia ha dedicado la argentina-mexicana Liliana Weinberg su fructuosa labor intelectual.
Weinberg es la mayor autoridad académica en los estudios del ensayo hispanoamericano, y es también doctora en Letras Hispánicas por El Colegio de México. Entre sus numerosos libros figuran Metodología de la crítica literaria (1997) ; El ensayo, entre el paraíso y el infierno (2001); Literatura latinoamericana: Descolonizar la imaginació n (2004), Umbrales del ensayo (2004) y Estrategias del pensar ( 2010 ).
La investigadora vino a Costa Rica invitada por la Universidad Nacional para presentar su libro Situación del ensayo , publicado por la Editorial de la UNA.
–¿Cómo se aficionó usted al estudio del ensayo?
–A partir de la necesidad de profundizar en la comprensión de la obra de un gran ensayista argentino, Ezequiel Martínez Estrada, a quien dediqué mi tesis de doctorado. A partir de la necesidad de hacer una lectura a fondo de sus ensayos comencé a buscar herramientas de análisis que entonces –hace más de veinte años– no abundaban. Había mucho escrito en general sobre el ensayo, pero pocos elementos concretos para su análisis.
–¿Es el ensayo el centauro o el patito feo de los géneros literarios?
–Para quienes hacemos de la intelectualidad una vivencia sentimental –como dice Lukács–, el ensayo es un género prodigioso, al que Alfonso Reyes ha comparado con un centauro, al que se ha comparado también con las figuras de Proteo y al que yo prefiero comparar con Prometeo. Sin embargo, para muchos estudios tradicionales y puristas de los géneros literarios, se ha convertido en un género incómodo, incomprensible, inclasificable; algunos lo llaman incluso ‘antigénero’ o ‘género degenerado’.
”El desafío que plantea el ensayo a la teoría literaria y al sistema de géneros, a la larga provocará que se repiense todo el sistema”.
–Datamos en 1580 el nacimiento del género por la primera edición de los “Ensayos” de Montaigne, pero ¿no son ensayos las cartas de Séneca a Lucilio y las meditaciones de Marco Aurelio?
–Muchos consideran a Montaigne como el padre del ensayo. Esto no significa que él parta de la nada: hay grandes precedentes en cartas, meditaciones y muchas otras formas en prosa anteriores.
”Sin embargo, se debe a Montaigne una operación genial, que implica el desplazamiento radical de la prosa no ficcional en torno al eje del sujeto, de modo que podemos considerarlo –tomando un término de Foucault– un instaurador de discursividad”.
–¿Puede hacerse tan buena literatura escribiendo ensayos como escribiendo novelas, dramas o poemas?
–Desde luego que sí: en muchos casos es posible además transitar en la experiencia de un autor de uno a otro género: en Borges, por ejemplo, el paso del ensayo a la ficción es casi imperceptible; en Lezama Lima o Paz hay una permanente comunicación entre ensayo y poesía; en Arciniegas o Fuentes hay un fuerte vínculo entre ensayo y narrativa. En nuestros grandes pensadores, como Martí y Mariátegui –para citar sólo dos ejemplos–, la crítica se vuelve creación, y la creación se vuelve crítica.
”Otro tanto sucede con los grandes ensayos de interpretación que ha dado América Latina en las plumas de Fernando Ortiz, Gilberto Freyre y Ezequiel Martínez Estrada, entre otros”.
–¿Podría darnos ejemplos de ensayos perfectos: de ideas expuestas con gran estilo?
–Además de autores renombrados, como Reyes, Borges y Paz, quiero citar a uno de los grandes autores en lengua española cuya obra desafortunadamente todavía no se ha difundido tanto como lo merece: Tomás Segovia, maestro en el estilo del pensar y del decir.
–¿Influyó Segovia en sus investigaciones?
–Para mi propia reflexión han sido un auténtico detonante ensayos de Segovia como “El infierno de la literatura” y “La palabra inobediente”, y, en general, sus grandes libros de ensayo y reflexión sobre el lenguaje, como Poética y profética (1985) y Cuaderno inoportuno (1987), y, entre los más recientes, Resistencia (2000) y Recobrar el sentido (2005).
”La prosa, el estilo y la inteligencia de Segovia son una verdadera invitación a la lectura; nos hace el don del ensayo y nos muestra hasta qué punto el ensayo es un don de la sensibilidad y la inteligencia. Para decirlo de otro modo, nos muestra que todo gran ensayo es una auténtica poética del pensamiento”.
–¿Cuáles son las ideas centrales de su libro?
–En Situación del ensayo planteo una nueva vía para el estudio del ensayo, a la vez que un diálogo con los más grandes estudiosos del género. Por ejemplo, propongo atender a la importancia de un rasgo que pasó inadvertido: el ensayo está escrito en tiempo presente, que es a la vez el tiempo de la experiencia, de la reflexión, de la escritura, del diálogo.
”El ensayo se apoya en un envío permanente a las condiciones de su propia enunciación: esto permite que el lector se sienta muy cercano a la experiencia presente, a la situación vital desde la que el autor se dedicó a entender el mundo, a leer y escribir sobre su experiencia. Todo esto da una mayor aproximación y certeza de participación en la construcción del sentido.
”Me preocupa también mostrar que todo gran ensayo atiende a aquello que es lo nombrable y lo inteligible para una sociedad, y lo reinterpreta.
”La lectura y la escritura del ensayo nos conducen así a la posibilidad de participar en una experiencia ética, estética, intelectual, que yo resumiría con una expresión tan sencilla y a la vez tan honda como ‘entender el mundo’”.
–El ensayo siempre interpreta.
–Sí; el ensayista es un especialista en el acto de entender los más distintos aspectos de nuestra compleja vida, y de organizarlos a partir de una dotación de sentido.
”El ensayo no es una forma superficial o ‘light’ de la escritura, sino, muy por el contrario, nos enseña a profundizar la experiencia, a poner entre paréntesis nuestras certezas, nuestras ideas preconcebidas: nos enseña a ver el mundo de otra manera, a reinterpretarlo de manera radical. Como dice un especialista, el ensayo ‘da que pensar’”.
–Usted comparte la opinión de Jean Terrasse de que “el ensayista es incapaz de objetividad”.
–El ensayo lleva siempre el sello del sujeto en cuanto remite a la manera de ver el mundo propia de un sujeto pensante: esto no significa que el ensayista sea caprichoso o arbitrario, sino que nos ofrece una visión de mundo organizada desde la perspectiva del yo.
”Me parece fundamental que el ensayo esté siempre firmado: es la asunción de la responsabilidad por la palabra del autor”.
–En su libro, usted sostiene que un rasgo del ensayo es la “antinarratividad”...
–El ensayo pertenece a la familia de la prosa de ideas, a la que algunos identifican con la prosa no ficcional. Esto no significa que en el ensayo no aparezcan pasajes narrativos, sino que la operación expositivo-argumentativa predomina en él.
–¿Cómo deberíamos entender su aserto de que el ensayo es “el género moral por antonomasia”?
–He insistido en que el ensayo es un permanente examen de las más diversas clases de asuntos siempre desde una perspectiva moral. Insisto: no mera moralina o juicios superficiales, sino un examen, una interpretación, de las costumbres, saberes y instituciones, desde el punto de vista de los valores: es un asomo a las dimensiones de lo instituyente que está detrás de lo instituido, como diría Castoriadis.
–¿Cómo ha contribuido el ensayo a dar una identidad a los pueblos de Hispanoamérica?
–En Situación del ensayo he procurado hacer un seguimiento de la tradición del género en nuestra región; he mostrado cómo se fue constituyendo como una de las herramientas preferidas de nuestra intelectualidad crítica.
”Ya Alfonso Reyes convirtió al ensayo en una de las grandes herramientas de la ‘inteligencia americana’ para propiciar nuestro autoconocimiento.
”He mostrado cómo el ensayo – ejercicio intelectual de gran magnitud– ha contribuido a construir las condiciones de posibilidad de nuestra identidad, a pensar nuestros rasgos identitarios y a someterlos a crítica. Incluso son muchos los ensayistas que someten a duro examen la propia idea de una identidad latinoamericana”.