Desde el terreno movedizo de la novela negra, Lluvia del norte subraya la riqueza de Guanacaste como espacio ficcional, apuesta por un conflicto socioambiental y, además, humaniza la experiencia migrante nicaragüense. La capacidad de entrecruzar, coser y concentrar esta diversidad de temáticas presentes en la literatura costarricense contemporánea explica su originalidad.
Quienes leyeron la novela anterior de Daniel Quirós, Verano rojo , se reencontrarán con Chepe, ese exrevolucionario sandinista tico, medio amargado y algo entrado en años, que vive desde hace ya varias décadas en Guanacaste y quien hace uso de su experiencia para trabajar de manera esporádica como detective y matón.
Al igual que en la primera novela de Quirós, en Lluvia del norte, el detonante es el asesinato de un ser querido, y este es nuevamente un migrante. Con un estilo objetivo y directo, a través de un narrador en primera persona, se desarrolla la investigación.
El delito ficcionalizado produce simultáneamente un Guanacaste contemporáneo, ambiguo, cínico y solidario: aquel donde, a partir de la década de 1980, ha habido un cambio drástico de suelos, un crecimiento abrupto y desordenado de centros urbanos y un uso intensivo de la tierra en zonas rurales; aquel donde brillan, por su ausencia, las políticas claras y efectivas para la protección de los recursos hídricos y la planificación del desarrollo; aquel donde crecen la desigualdad social y ambiental en términos del acceso a los recursos naturales.
En pocas palabras, este Guanacaste es una zona propicia para la aparición de conflictos socioambientales, y Quirós supo sacarle provecho al potencial delictivo. En este sentido, por abarcar una gran extensión de territorio que implica organización de los desplazamientos y paradas estratégicas, la novela se diferencia de las recientes novelas policíacas costarricenses y centroamericanas más bien de carácter urbano. Además, esta distinción también se extiende a la literatura centroamericana en general, más dada a la representación citadina.
Esta versión remozada del viejo Oeste cobra vida a través de Chepe, el justiciero tolerado por la ley en un espacio donde ya no tienen cabida el sabanero y el coplero que animan nuestro Guanacaste imaginario.
Chepe se construye como antihéroe en territorio inhóspito, en una zona fronteriza que dista de ser metáfora de sincretismo y unión. Él investiga esta historia porque está involucrado con la víctima, y esto modela la constelación del delincuente, la víctima, la justicia y la verdad.
Por otra parte, si bien el único investigador es Chepe, cada personaje construye a su manera un pedacito de la investigación. Chepe es el catalizador, el que cose los retazos de la verdad con “V” mayúscula.
Quienes colaboran se empoderan y van más allá de ser meros informantes. Al respecto, es importante señalar que esta concepción detectivesca revela una clara distancia frente a otros protagonistas investigadores más automáticos y descarnados de la narrativa centroamericana actual.
Además, a través de la mirada de este protagonista, sin hijos ni pareja, se nos presenta una cara distinta de la migración nicaragüense. Lo que forja el vínculo entre la madre indocumentada del asesinado y Chepe es la cotidianeidad, el compartir e intercambiar saberes, el aprender a escuchar al otro, aunque sea a destiempo. Juntos afrontan la xenofobia y exigen respeto.
Sin embargo, el establecimiento de este lazo en la novela no conlleva una visión maniqueísta de ningún sector, ni siquiera de los migrantes. No hay buenos ni malos absolutos, solo tonos grises de humanidad.
En suma, por una parte, la novela Lluvia del norte construye una tenue vía alterna al desencanto, y, por otra, siembra la semilla de la duda en el lector con respecto al papel de los medios de comunicación y a las ramificaciones no aclaradas de aquellos crímenes que, por la supuesta insignificancia de la víctima migrante, no se investigan.
Ese andamiaje se logra gracias a la adhesión a la novela negra. Así, en un Guanacaste sin máscara ni máquina de humo, se potencia al delito como elemento productor de una realidad en la cual tanto los migrantes como los costarricenses negocian con las consecuencias de la desigualdad social y la pobreza.
La autora es filóloga y profesora de la Escuela de Ciencias del Lenguaje del Instituto Tecnológico de Costa Rica
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