Un virtuoso del dolor
Músorgski… otro nombre para el dolor. Quien visite su tumba, en San Petersburgo, ni siquiera podrá llevarle flores. Sobre el cementerio donde fue enterrado se construyó una autopista. Su sepulcro queda, hoy en día, bajo una parada de bus. Por lo demás, se conservó la lápida original, en un lugar que no cobija sus restos mortales.
Alcohólico perdido, homosexual –en tiempos del antepenúltimo zar de todas las Rusias, Alejandro II, un ultraconservador furibundo–, epiléptico, hombre frágil, hipersensible, con las terminaciones nerviosas del alma expuestas a flor de piel… Nunca logró ganarse la vida como compositor profesional: vivió de las donaciones de amigos generosos y algún ocasional mecenas.
Formado como militar y empleado gubernamental, comenzó su carrera musical de manera auspiciosa, distinguiéndose como pianista, entrevió la gloria con su ópera Boris Godunov , basada en la atormentada figura del espurio zar que usurpó el poder a principios del siglo XVII, y se extinguió en un ocaso sin lágrimas y sin gloria, ahogado en el alcohol.
Cumplió 42 años el 21 de marzo de 1881, en el hospital donde se reponía de una de sus más bestiales intoxicaciones etílicas, sus amigos llegaron a visitarlo, tuvieron la nefasta idea de regalarle una botella de vodka, la bebió entre sístole y diástole, con furor, con desesperación… y eso fue todo. Coma profundo, agonía y muerte, el 28 de marzo.

Triste belleza de la incompletud
Toda su obra quedó más o menos incompleta. La conocidísima Noche en el Monte Calvo , es más producto de su amigo Rimsky-Kórsakov, que del propio Músorgski.
¿Dónde, entonces, encontrarlo? En sus Canciones y danzas de la muerte , en su ciclo Canciones sin Sol , en la versión pianística de los Cuadros de una exposición y, de manera principalísima, en su ópera Boris Godunov (jamás ópera alguna me ha afectado tan hondamente: es oscura, sórdida, imbuida del más opresivo sentimiento de culpa… pero llena también de nobleza y de una profunda aspiración a la luz, de una necesidad de redención que tiene su correlato en los personajes de Dostoyevski, que piden a gritos amor, ser absueltos de su miseria moral).
Sus otras dos óperas, Khovanchina y La Feria de Sorochinsk perviven en forma fragmentaria, orquestadas por el leal Rimsky-Kórsakov, que preservó del olvido la totalidad de la obra de Músorgski, pero que al retocarlo y “editarlo”, corrigió “errores” que eran, en realidad, genialidades que al mundo tomaría décadas comprender.
Ambos maestros eran los más talentosos miembros del Grupo de los Cinco, o el Grupito Poderoso, junto a Borodin, Balakirev y Cui. El propósito de este cónclave era establecer un estilo nacionalista ruso, basado en el paradigma del gran precursor Mijaíl Glinka. De los cinco notables, Rimsky-Kórsakov, Músorgski y Borodin fueron músicos de genio. Balakirev y Cui son apenas notas al pie de página en la historia de la música.
Pintura hecha música
Concebidos originalmente para piano, los Cuadros de una exposición fueron publicados cinco años después de la muerte de su autor y dormitaron en el olvido hasta que, en 1922, Ravel hiciera de ellos la orquestación hoy en día célebre. La comisión fue ofrecida por el director Serge Koussevitsky, quien se encargó de estrenar la versión en el Teatro de la Opera de París, el 19 de octubre de ese mismo año.
Aunque existen otras orquestaciones de mérito (Rimsky-Kórsakov, Shostakóvich, Stokowsky, Ashkenazy), la de Ravel pasa hoy por ser la versión definitiva, y uno de esos casos en los que la transcripción supera, en cierto modo, a la obra original. Empero, existen, por decir lo menos, unos 90 arreglos de la pieza, para órgano, trío de guitarras, coro, sintetizador, orquestas de vientos, de jazz, de saxofones… todo lo que sea dable imaginar.
La pieza rinde tributo a Victor Hartmann, acuarelista, arquitecto y escenógrafo muerto en 1873 a los 39 años. Amigo entrañable de Músorgsky, Hartmann compartía con el compositor la beligerancia estética nacionalista de tantos artistas rusos de la época.
Poco después de su muerte, una exposición retrospectiva de 400 pinturas fue organizada en su honor. Músorgski eligió 10 de ellos para componer una suite pianística de carácter descriptivo e intensamente evocativo. Un motivo recurrente introducido por la trompeta ( Promenade ) hace las veces de preludio, así como de transición entre las diferentes secciones. Sus seis apariciones representan el trayecto del espectador, desplazándose de cuadro en cuadro en las diferentes estancias de la galería.
La mayoría de los cuadros de Hartmann se ha perdido (Músorgski poseía varias de sus obras), de manera que el referente pictórico no nos servirá de mucho, para entender y disfrutar la pieza musical.
En casi todos los casos, la música de Músorgski desborda y supera el cuadro que la inspiró. Las acuarelas de Hartmann son decepcionantes: es obvio que Músorgski las transfiguró, las convirtió en imágenes idealizadas que poco tienen que ver con la obra del difunto pintor.
Imposible no evocar el retrato inmortal de Iliá Repin, ejecutado en el hospital, pocos días antes de la muerte de Músorgski. Es la imagen de un hombre vencido: la nariz roja, el cabello hirsuto; caótica la barba, perdida la mirada… Repin pintó más que un rostro: se asomó a un alma, la plasmó en la tela como una libélula prendida al vuelo. Vean el cuadro: vale por mil palabras.
La mano del ilusionista
La orquestación de Ravel es una obra maestra por derecho propio. El compositor francés le regala a Músorgski toda esa rutilante paleta de colores de que su imaginación era capaz. No es, empero, refrendada por todos los músicos del mundo. Vladimir Ashkenazy, por ejemplo, creó su propia orquestación, porque consideró que la de Ravel perpetuaba errores editoriales y no se basaba en el facsímil original de Músorgski.
He aquí el contenido los diez números de la suite . Recordemos que el leitmotiv del “paseo” conecta las diferentes secciones y unifica formalmente la totalidad de la obra.
I- El gnomo : grotesca y sombría alusión a un duende de piernas deformes y caminado espasmódico.
II- El viejo castillo : un trovador entona su canto melancólico frente a un castillo medieval. Página de antología para el saxofón.
II- Tullerías : un vivaz scherzo describe los juegos y risas de los niños que corretean en el Jardín de las Tullerías. El característico intervalo de tercera menor descendente, estiliza el típico “ña-ña” de los juegos infantiles.
III- Bydlo : dos bueyes jalan una pesada carreta conducida por un campesino. El canto del boyero es confiado por Ravel a la tuba. Conforme la carreta se aleja en la distancia, la música se extingue lentamente.
IV- Ballet de los pollitos en el cascarón : esbozo para un ballet infantil de Marius Petipa, donde vemos a un niño vestido de canario saliendo de un enorme huevo de cartón.
V- Samuel Goldenberg y Schmuyle : humorística evocación de dos personajes de Hartmann: el judío rico, representado por las cuerdas graves, y el judío pobre, recreado por el timbre plañidero de la trompeta con sordina.
VI- El mercado de Limoges : las maderas describen la agitación y locuacidad de las mujeres regateando con los vendedores de legumbres en el mercado. Mosaico hecho de retazos de conversaciones truncas: exclamaciones que se oyen por aquí, y respuestas inconexas que nos llegan desde allá.
VII- Catacumbas : la ausencia de las cuerdas contribuye aquí a subrayar la mórbida lobreguez del cuadro de Hartmann.
IX- La choza de BabaYaga : alusión a la guarida de la legendaria bruja Baba Yaga, uno de los personajes tradicionales del folclor ruso.
X- La Gran Puerta de Kiev : bronces y campanas rubrican la magnificencia del monumento aludido, quimera arquitectónica de Hartmann nunca materializada. Extraordinariamente eficaz en la versión pianística, este número adquiere una amplitud mucho más avasalladora en la orquestación de Ravel , elocuente manifestación de lo que Kant hubiera llamado “lo sublime grandioso” ( Tratado de lo bello y lo sublime ) . Gong, platillos, timbales y campanas cierran apoteósicamente este colosal fresco sinfónico.
Comienza la temporada
La Temporada Oficial de la Orquesta Sinfónica Nacional se comenzará con el concierto del viernes 3 de marzo, a las 8 p. m., y domingo 5 de marzo, a las 10:30 a. m., en el Teatro Nacional. Bajo la batuta del director titular Carl St. Clair y con el violinista Philippe Quint como solista invitado, los músicos interpretarán la Obertura Ruslán y Liudmilla , de Mijaíl Glinka; el Concierto para violín, de Piotr Ilich Chaikovski, y Cuadros de una exposición, de Músorgski/Ravel, Las entradas cuestan entre ¢4.000 y ¢18.000, dependiendo de la localidad, y están a la venta en la boletería del Teatro Nacional. Hay descuentos para estudiantes y Ciudadanos de Oro.