Se sienten lejanos aquellos días en que en Costa Rica se celebraba como un milagro la visita de un artista de renombre con una carrera de oro y con, al menos, una poca de vigencia.
Se sienten lejanos a pesar de que ha pasado menos de una década desde el inicio de aquel panorama. Fue el primer concierto de Iron Maiden en el país, en el 2008, el que demostró que nuestros estadios podían albergar megaespectáculos inéditos y que las productoras estaban dispuestas a arriesgar un importante caudal a cambio de traer de esos artistas que orbitan en las grandes ligas.
El público respondía con euforia ante el anuncio de cada visita; con euforia y con la disposición a adquirir las entradas con precisa. Consecuentemente, las empresas productoras se ilusionaron y, así, la oferta de conciertos épicos creció de manera acelerada hasta inflarse a proporciones que luego evidenciaron ser insostenibles.
La audiencia debía elegir si ir a ver al artista enorme un mes o al del mes siguiente. El dinero no alcanzaba para ir a todos los conciertos a los que los productores querían que el tico fuera. La lista de visitantes se alargó de forma veloz: vino Depeche Mode, volvió Iron Maiden, Metallica brindó un show inolvidable, llegó Lady Gaga en el pináculo de su carrera, los Jonas Brothers y Miley Cyrus hicieron fiesta frente al público nacional, se celebró un festival con Björk, Maroon 5 y Cypress Hill en un mismo cartel…
Las visitas de músicos de renombre fueron haciéndose habituales y, poco a poco, tan solo la posibilidad de que vinieran dejó de ser algo raro. El 1.º de mayo del 2014, el concierto de Paul McCartney en el Estadio Nacional cumplió un papel similar al de la cereza sobre el pastel. Era quizá la mayor evidencia de que Costa Rica podía acoger a cualquier celebridad artística.
El concierto, sin embargo, estuvo lejos de ser un éxito de ventas. Un Beatle que nunca antes había dado un concierto en Centroamérica fue incapaz de llenar el estadio más grande de Costa Rica.
Quizá eso tiene relación con que el 2015 haya mostrado una evidente reducción en cuanto a las megaproducciones a las que nos fuimos habituando.
La excepción de este año fue el show de Katy Perry, el 18 de octubre en Parque Viva. El recinto, que se estrenó este mismo año, consiguió hasta ese día un abarrotamiento total y, por ende, un caos para abandonar el espacio, donde estaba anteriormente el autódromo La Guácima.
Desde este 2015, Parque Viva sirve como un lugar con condiciones de lujo. Sin haber cumplido un año desde su apertura el anfiteatro Coca Cola, ubicado en este parque, ha recibido a artistas internacionales como Enrique Iglesias, Capital Cities, Maná y Juan Luis Guerra y promete seguir sirviendo como importante centro de entretenimiento.
Otros horizontes. Los conciertos internacionales en Costa Rica también han encontrado espacios mucho más pequeños y no por ello menos loables. El Sótano, ubicado en una esquina de barrio Amón, recibió a una gran cantidad de exponentes foráneos con propuestas muy disímiles.
El espacio se ha consolidado como punto de encuentro de melómanos y curiosos, en el que se garantiza la exposición de oferentes quizá poco reconocidos pero con una oferta musical muy valiosa.
Si ha habido una contracción en la presentación de artistas de renombre en megaespectáculos, ha ocurrido a la vez un crecimiento en cuanto a la visita de intérpretes de perfiles más bajos, pero que merecen mayor atención.
En cuanto a los espacios para los artistas nacionales, este año también marca el inicio de una iniciativa que viene respaldada por un proceso de curaduría y que, desde mayo, ha acogido a muchas bandas con amplia experiencia y a otras más bien debutantes. Perra Pop, con sede en el Lobo Estepario, ha servido como una vitrina que, si mantiene la labor a como se hizo durante el año, podría convertirse en un espacio aún más determinante para la escena local.
Por el contrario, el cierre del bar Steinvorth, también en San José, significará una pérdida importante para varias agrupaciones locales que tenían a este lugar como centro predilecto para ofrecer sus presentaciones. Resulta curioso que un lugar cuyas condiciones acústicas y espaciales no representan necesariamente grandes ventajas para la ejecución de la música, se haya convertido en un punto relevante para el arte musical.
La escena lo extrañará, pues, de manera permanente, mantuvo abiertas sus puertas para acoger el trabajo de bandas y artistas de diversa índole, desde colectivos de DJs a raperos o bandas de rock de diferentes vertientes, tanto locales como extranjeras.
La tendencia podría prever que el 2016 mantenga la reducción de superproducciones en suelo nacional. Si bien ya se sabe que el 2016 deparará al menos otro concierto de Iron Maiden, lo mejor que suele traer el año nuevo son sorpresas.
Las despedidas
El 2015 dejó la disolución de dos grandes bandas pertenecientes a jóvenes generaciones. En la segunda mitad del año tanto Florian Droids como Zòpilot! decidieron decirles adiós a los escenarios.
Su despedida prematura no corresponde a ninguna tendencia que se esté dando en el país, pero sí significan bajas importantes para una generación particularmente prolífica en cuanto a producción.
Sendos conciertos de despedida demostraron que ambos conjuntos se desvanecen en medio de un buen momento creativo.
La acogedora reacción de su público cautivo ante las partidas fue un espaldarazo a un trabajo bien hecho que, en ambos casos, implicaba no solo la originalidad en las composiciones, sino también la inclusión de recurrentes elementos visuales y de diferenciación de marca dentro del mercado local.
Si bien la escena se queda sin Florian Droids y Zòpilot!, cada vez son más las agrupaciones locales cuya oferta se preocupa por cuidar con mayor atención la producción detrás de sus presentaciones, videoclips y lanzamientos discográficos. La existencia y duración de ambas bandas, que llegaron a su final este año representa una gran enseñanza para sus pares que seguirán haciendo el mismo trabajo de mantener en alto la producción nacional.