Un costarricense publica por primera vez en Seix Barral, un costarricense saca su libro por primera vez en Anagrama, Carlos Cortés gana el premio centroamericano Rogelio Sinán con Mojiganga. Está a la vista de todos que la novela costarricense pasa por un período de mucha actividad; algunos escritores costarricenses se asoman con sus textos a las páginas de grandes editoriales.
Hay material de sobra en nuestra narrativa para hacer un trabajo al estilo de los que hizo el académico Álvaro Quesada Soto, uno que estudie los últimos 25 o 30 años de producción costarricense, la multiplicidad de formas literarias, las temáticas y los lenguajes escogidos, su vínculo con las condiciones sociales de este tiempo, un trabajo profundo e inteligente con el cual, sin duda, ganaríamos todos.
Para este año, las novelas histórica, negra, psicológica y cierto tipo de novela experimental se mantienen como tendencias en nuestra narrativa; el número de editoriales ha crecido, las revistas literarias, principalmente digitales, también.
Todo ello favorece la discusión, la confrontación de ideas y la madurez para aceptar el ejercicio crítico, que es limitado en ambientes pueblerinos donde se escribe más para ganar premios y salir en los periódicos que por pasión literaria; me refiero a esos lugares donde resulta más importante el querer ser escritor que el acto de escribir , para seguir aquella famosa distinción que hizo William Faulkner . En síntesis, no puede haber crítica literaria donde los egos son más grandes que las obras.
Uno de historia; otro sin etiquetas. Oscar Núñez Olivas, con su novela La guerra prometida , publicada por Alfaguara, trae nuevamente al terreno de la ficción la guerra contra los filibusteros de 1856. Mediante una estupenda novela histórica –a mi juicio la mejor de este año–, reconstruye los escenarios y las principales batallas de aquel enfrentamiento militar, y lo hace con dominio del oficio, con la agilidad que dan los años de experiencia tanto periodística como literaria. El paralelismo trágico entre Walker y un Juan Rafael Mora que no se distancia mucho del que ha construido el discurso oficial, marcan las acciones y las tensiones de esta obra. El texto se destaca por su calidad, más allá de su temática, conocida desde la escuela.
Salvapantallas, de Luis Chaves, se publicó en diciembre del año anterior por la Editorial Lanzallamas y este año lo editó la prestigiosa Seix Barral; es decir, está en medio de las aguas del 2014 y 2015, lo cual no es extraño para esta extraordinaria obra que, con exageración, han llamado novela y no lo es porque, para el propio texto, las fronteras entre años o géneros no son importantes. Esta es una obra hecha por los mecanismos espontáneos del recuerdo, son fragmentos, relatos autorreferenciales, unidos por una voz sensible, contados con la naturalidad y la honestidad del narrador que se sienta a conversar con sus amigos en un bar como Las Ventanas de Kelso en una esquina de la calle de la Amargura, o uno de Lima o de Buenos Aires. A pesar de su autorreferencialidad, el talento con el que está escrita Salvapantallas le permite superar límites y fronteras. La última editorial que la publicó alguna muestra da de ello.
Novela psicológica y una sobre Chavela. La familia como lugar generador de malestares es un arquetipo de nuestra literatura, probablemente porque también esto es así en nuestra vida cotidiana. Resulta frecuente que un duelo mal resuelto nos haga querer enterrarnos para siempre con nuestros muertos, o que esa pérdida nos haga perder poco a poco la razón, descender en el reino de lo onírico, sufrir automatismos mentales, llegar a convertirnos en la hermana muerta que creíamos tan distinta a nosotros. Eso le ocurre al personaje de Mazunte , novela que Daniel Quirós escribe con cuidado, talento y atrevimiento narrativo. Es una novela psicológica en la que se exponen con sensibilidad los sufrimientos de la clase media tica, sus pretensiones y frustraciones, la mediocridad de sus rutinas y la transformación que ha sufrido el Valle Central en los últimos años. Sobre todo, se evidencia el vínculo entre los hermanos Flores: él, un hombre de negocios o, mejor dicho, empleado de millonarios, quien siempre se ha avergonzado de su familia; ella, la muerta, una filóloga sin trabajo, inconforme, rebelde, intelectual, pseudomarxista; es decir, son un aspirante a fresa y una progre, quienes, como Don Quijote y Sancho, se van acercando, uno se va transformando en la otra con el transcurrir de la narración y debido a la atracción que genera el duelo. En este caso, Julio Flores regresa de Los Ángeles a Costa Rica, viaja hacia su hermana Mariana, lee sus libros, se va a vivir a su casa, se desplaza a la playa mexicana llamada Mazunte a pesar de la violencia de los temporales que se la llevaron.
Al florecer las rosas madrugaron fue publicada por el Instituto de la Cultura Mesoamericana, Madrid-México, a finales del año anterior y este año llegó a las librerías de Costa Rica. En este texto, José León Sánchez nos cuenta la vida de Chavela Vargas, la cual, según el narrador, ella le contó durante horas y horas de entrevistas. Solo el poner estos dos nombres juntos es suficiente para despertar la atención de aquellos que conocen los subibajas del éxito, la crueldad del control social, los castigos de la moral y lo relativo de las nacionalidades.
Tres temas más. El monólogo delirante, la violencia social que lo activa, la alucinación, el incendio de una subjetividad encerrada en sí misma; ese hombre sin atributos que recorre la literatura moderna –y que el filósofo francés Guilles Deleuze dice que nace con el escribiente Bartleby , de Herman Melville–, vuelve de algún modo a nuestras letras con Combustión humana espontánea , esa novela corta que Guillermo Barquero escribe con chispazos de fineza literaria y que, cosa rara en nuestro medio y por ello destacable, no transcurre en ningún lugar con referencias ticas y, a pesar de ello, se nos hace muy familiar; a diferencia, por ejemplo, de Coronel Lágrimas , de Carlos Fonseca, que fue noticia este año porque la publicó Anagrama y porque él, su autor, tiene entre sus nacionalidades la nuestra.
Vinculada a la complejización de la vida urbana, ha cobrado vigor la novela negra, que no siempre o no solo es policíaca y que tiene distintas variantes entre sus múltiples posibilidades y nacionalidades ; los especialistas diferencian la inglesa de la norteamericana y esta de la latinoamericana, por citar algunos ejemplos . Este tipo de obra, que cuando se hace bien es fluida, irreverente, más de acción que de reflexión y que suele mostrar el lado oculto de la norma, aquello que podríamos considerar opuesto a las buenas costumbres, ha seducido a los escritores costarricenses. Como muestra podemos decir que la editorial Uruk publicó una colección dedicada a este tipo de novela, con novedades y algunas reediciones.
No quisiera cerrar sin decir que los maestros recomiendan no realizar evaluaciones definitivas de obras tan cercanas; como pasa con cualquier novela, es prudente esperar lo que les ocurra al enfrentar la prueba del tiempo, los juicios que sobre ellas emitan los críticos, los lectores y las academias. Por ahora podemos decir que mil y una historias se escriben en Costa Rica y que ya solo eso es una buena señal.
Otras obras publicadas
Espectros de Nueva York, de José Ricardo Chaves.
Temporada en Brighton, de Carlos Alvarado Quesada.
El fuego cuando te quema, de Alí Víquez.
Condenado sin proceso, de Nacer Wabeau.
Lina, de Adriano Corrales
Elefantes de grafito, de Warren Ulloa-Argüello.
Los últimos días, de Juan Ramón Rojas.
Cómo ríe la luna, de Vernor Muñoz.