Con el paso de los años, en Costa Rica han ido desapareciendo las salas de baile, las orquestas, los cines de barrio, las pulperías, los oficios de afilador ambulante, de picapedrero y muchas cosas más; por esto, resulta alentador encontrar la biografía de un artista que ha marcado la música popular costarricense. Con este libro podemos recuperar la época de salones de baile con orquestas de quince músicos y más.
Mario Zaldívar es el autor de este libro y de otros que tratan la historia de nuestra música. En el prólogo, Zaldívar asevera que Otto Vargas es el músico costarricense con el oído más atento al gusto del público bailador. Este dato es básico para entender el impacto que logró su orquesta en la sociedad costarricense, y también el timbre inconfundible de una agrupación que tocaba en función de los bailadores.
Los argumentos anteriores representan datos históricos; simultáneamente ofrecen pistas muy interesantes acerca de esa institución conocida como “salones de baile”. La idiosincrasia de Costa Rica pasa por ese tipo de fenómenos, que de muchas formas van construyendo la identidad nacional.
Sin salones de baile y sus orquestas, nuestro pueblo habría sido menos feliz y quizás menos tolerante. No es arriesgado afirmar que los gobiernos de la segunda mitad del siglo XX se ahorraron muchos dolores de cabeza gracias a que la población ahogaba parte de sus frustraciones en las salas de baile.
La obra de Otto Vargas tiene tres vertientes bien definidas y todas están explicadas en esta biografía, pero vale la pena explorar otras facetas de cada una de ellas. La primera tiene que ver con el arte de tocar el saxofón, con énfasis en el sax tenor. Este instrumento posee una sonoridad profunda que además alcanza un liderazgo en la sección de vientos de una orquesta.
Para quienes disfrutamos de la música del maestro Otto Vargas, no es arduo detectar su presencia en los diferentes pasajes de una melodía; el oído entrenado puede discernir entre los graves y los agudos de los saxofones y saber por dónde va el sax tenor.
La segunda particularidad de Otto Vargas es la dirección de la orquesta. Del texto se desprende que don Otto hizo un esfuerzo deliberado por dar un timbre particular, inconfundible a su agrupación. Vargas lo logró gracias a la mezcla de vientos y percusión en proporciones adecuadas a una orquesta moderna.
La marca de fábrica de este artista no fue el virtuosismo del piano ni la preponderancia de los trombones, como lo hicieron otras agrupaciones; en algunas grabaciones echó mano al vibráfono sin que ese recurso fuese una constante. Hay que destacar con firmeza que algunos de sus cantantes contribuyeron mucho a la calidad de la orquesta.
La tercera vertiente es la faceta de compositor de Vargas, y tal vez –para efectos artísticos, históricos y sociales– la más importante.
El sax se jubiló, la orquesta ya no existe, pero las composiciones son inmortales. Hacia el futuro, la convocatoria sentimental de toda una generación de costarricenses, se hará mediante las canciones que inspiró y grabó el maestro Otto Vargas. He aquí la importancia de aquellos artistas que logran representar los sentimientos de su pueblo y traducir esas emociones en melodías que trascienden el tiempo y las personas. Ese fenómeno es la raíz del mito en su concepto sociológico, tal como lo definió Ernest Becker: “Un mito es un héroe en acción”.
En uno de los testimonios de artistas que compartieron su actividad con Otto Vargas, Lalo Rojas –otro talento del cantón de Alajuelita– ha esbozado una explicación sensata del éxito y la vigencia de la música del biografiado.
Rojas afirma que Vargas absorbió lo mejor de las corrientes musicales del extranjero: desde la producción de las grandes bandas de los Estados Unidos, pasando por el filin cubano, hasta la salsa. Todos estos elementos, y otros, los incorporó al repertorio de su orquesta, pero sometidos al tamiz de su visión personal de la música, para alcanzar la singularidad de su grupo.
Alajuelita, lugar de nacimiento, desarrollo y residencia actual de Otto Vargas, es un cantón particular; no en vano se lo llama “el cantón creativo” gracias a la cantidad de artistas que ha dado al país. Con mucha visión, la Municipalidad ha financiado la biografía de Otto Vargas con el propósito de destacar a uno de sus hijos predilectos y preservar su obra para el disfrute de las generaciones venideras.