carloscortes@racsa.co.crEl más reciente libro de Rodrigo Soto, En la oscurana , no solo es el más extenso de su producción literaria, sino también un regreso a la narrativa de largo aliento, como lo fue su primera novela, La estrategia de la araña (1985), después de las novelas breves Figuras en el espejo (2001, 2009) y El nudo (2004), publicadas en la última década.
Sin embargo, más significativo que lo anterior es la vuelta de tuerca que representa este título en su trayectoria. Con él abandona la temática juvenil y los rituales de iniciación de algunas de sus obras precedentes, para desarrollar una metáfora sobre el agotamiento de los mitos nacionales y la crisis de identidad que sufre Costa Rica.
Como lo hizo en el relato “El país de la lluvia”, el autor aprovecha una imagen atmosférica para condensar gráficamente el conflicto y la intriga periodística del que se nutre. El término de uso rural ‘oscurana’, que Soto redescubre, no es cualquier oscuridad, sino la “producida por un conjunto de nubes, generalmente negras, cerrazón, o el mismo conjunto de nubes oscuras” (según la define e l Diccionario de costarriqueñismos de Arturo Aguero).
En la novela, la periodista Sylvia Morán observa que “de nuevo la niebla invade la montaña. Densa y pesada como un barco arrumbado por la marejada, crea la ilusión de inmovilidad y precipita la caída de la noche, aunque es tan solo media tarde. La oscurana, dicen los campesinos cuando un nubarrón los atrapa en el cerro. Me cogió la oscurana, me agarró la oscurana, nos cayó la oscurana”.
El verdadero protagonista de En la oscurana es la niebla, que simbólicamente recuerda El valle nublado (1944), la novela de Abelardo Bonilla que también reflexiona sobre la identidad. La neblina se menciona en 18 episodios a lo largo del texto y encarna tanto la incertidumbre de la periodista como la confusión y la perplejidad del país.
Si bien Soto presenta un tratamiento ideológico, político y social de la realidad, al poner de manifiesto algunos de los problemas más apremiantes del siglo XXI, retrata el estado de ánimo de Sylvia, entre el estupor y la momentánea ceguera que produce “la sensación de adentrarse en la profunda garganta de la noche”. En efecto, cualquier costarricense podrá confirmar que vivimos tiempos sombríos y que es imposible vislumbrar el futuro.
Los hechos narrados se muestran siempre velados por una neblina de palabras que expresan las dudas y las contradicciones de Sylvia sobre las decisiones que debe tomar en su vida profesional y personal, en su relación con el pasado o en la forma de titular un reportaje sobre las amenazas al turismo en Guanacaste, el cual se convierte en uno de los Leitmotiv del relato. ¿Sombras en el paraíso?
Sylvia “vive con una sensación permanente de vértigo y fragilidad”, como analogía del estado del país, que se refleja narrativamente en la nubosidad variable del valle central. De modo inteligente, la estructura oscila entre la subjetividad de la periodista (la oscurana) y su capacidad de objetivar los graves desafíos que encara Costa Rica (la oscuridad):
“Tras el asesinato a manos de sicarios de varios colegas y el destape de fabulosos escándalos de corrupción que involucraron a los caciques de los viejos partidos políticos, es imposible sostener el cuento de la Suiza centroamericana, el país de la eterna primavera y la paz perpetua. Era como si poco a poco salieran de un espejismo, rompieran la ilusión compartida, placentera y adormecedora en la que habían vivido”.
Sylvia pasa poco a poco del distanciamiento nebuloso a la indignación concreta al investigar el trasfondo del asesinato de una turista europea y su vinculación con la corrupción política, el abuso infantil, el narcotráfico y la especulación inmobiliaria.
Enfrentándose a su propio espejo –la función del periodista en la sociedad democrática–, Sylvia también se enfrenta al imaginario nacional. Descubre que no queda nada o muy poco de la identidad igualitaria tradicional. Si no todos éramos “igualiticos”, muchos aparentábamos serlo.
En la identidad global de la Costa Rica contemporánea prevalece la ofensiva ostentación de las desigualdades: el vacío ideológico, la cultura del consumo, el oportunismo rastrero, el crecimiento económico y el desarrollo desequilibrado.
El clímax de esta ruptura se produce cuando el país entero se vuelca a celebrar la clasificación en el Campeonato Mundial de Futbol –inmensa neblina colectiva–:
“Renegaba de las expresiones nacionalistas y abominaba del chovinismo ramplón, pero la llenaba de indignación constatar que el país se caía a pedazos, se pulverizaba en manos de quienes decían dirigirlo”.
Como contrapunto, Sylvia descubre con amargura que, como ocurre muchas veces en el periodismo y en la justicia, los verdaderos culpables quedan en la impunidad y en la sombra.
Algunos otros aspectos memorables son el paralelismo entre los funerales del piedrero asesinado y el padre del mecánico, la expresión oral de los personajes secundarios y la relación entre Sylvia y su madre, dominada por “el peso de todo lo no-dicho, de los largos y penosos silencios”.
El autor es poeta, novelista y ensayista costarricense.