Walter Calienno ve más de un uso para un mango de paraguas desechado; de hecho, busca todos los usos posibles del objeto.
Nunca es suficiente es su proyecto exhibido en la Sala 1.1 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC). Se trata de un juego y una exploración. Calienno toma los mangos desechados de paraguas viejos y rotos que se ha encontrado en San José y, con la ayuda de la imaginación, los ha convertido en chorreadores de café, candelabros, cubiertos y muñecas.
“Cuando llegué a Costa Rica, una de las cosas que me llamó la atención era la cantidad de paraguas que había en la calle. Una vez, me encontré paraguas con mango separado, me lo llevé para la casa y le puse un cuchillo”, cuenta Calienno, quien es diseñador.
Justo por aquella época, comenzaba a leer 1Q84 , del escritor japonés Haruki Murakami. En esta historia, el mundo se desajusta poco a poco, perdiendo conexión con lo real con la sutileza de los detalles cotidianos.
Los mangos-cuchillo y mangos-escobilla de Calienno tendrían un cómodo lugar en las novelas fantásticas de Murakami.
“Me imaginaba cómo la gente podía usarlos y aceptar las diferencias: lo que para uno puede ser difícil de usar y hasta ridículo, para otro es algo normal”, expresa.
Significados. Calienno trabaja en esta propuesta desde hace dos años, pero cuando se aceptó la oferta para la Sala 1.1, hace 10 meses, se obsesionó. “Los últimos dos años he salido de mi casa con la idea de encontrar un paraguas nuevo con un color nuevo”, cuenta.
“Con solo poner un nuevo diálogo de dos objetos que no tienen una relación estás cambiando los significados y su realidad, y no sabés cuál función tienen realmente”, explica la curadora del MADC, María José Chavarría.
“Es un juego muy irónico, te vas a los dos extremos: buscar una cuestión más funcional a objetos que ya no lo son y otras, perder la funcionalidad de objetos cuyo rol era otro”, agrega Chavarría.
Hay mucho humor en imaginar cómo taladrar un agujero con el mango-broca y cepillarse los dientes con el mango-cepillo. “A medida que iba encontrando objetos, los iba separando en grupos. Algunos son mucho más difíciles de usar, supongo”, bromea Calienno.
En Nunca es suficiente , lo que falta es tiempo para imaginar la infinidad de combinaciones posibles de estos paraguas que ya no son.