Superados los umbrales del museo, se asoma un auditorio que aguarda el corte a tijera de una cinta. Hay tres sillas vacías y un facistol sin orador. En las afueras, un jardín escultórico brillante de llovizna, y aquí, dentro, los invitados, que continúan llegando.
Entonces sorprende una voz desde el micrófono, y el bullicio del auditorio reacciona con un diminuendo . Habla José Arrieta, hermano del homenajeado ausente: “Una vez más, el trabajo de Pedro nos envuelve: es un código compartido en el que todos podemos participar”. Sus palabras refieren a Código de pasión , la muestra que ya acoge el Museo de Arte Costarricense (MAC).
José dice que dejó partir varias veces a su hermano. Desde la última, en el 2004, la tez morena de Pedro abandonó para siempre los espacios físicos, pero en noches como esta regresa en otras formas. “Aquí están sus deseos, inspiraciones y transpiraciones”, dice José en su discurso.
Pedro vuelve en sus pinturas, serigrafías e instalaciones. Regresa también empujado por el recuerdo de amigos y familiares, reunidos en este museo, desde donde evocan al pintor de paletas alegres, al estudiante retraído pero inquieto. Seguir la huella de Pedro Arrieta es la búsqueda más sencilla.
En Código de pasión hay 49 obras creadas entre 1983 y el 2003. Ricardo Alfieri, director del museo, admira el legado artístico de Arrieta, en especial la serigrafía. No obstante –algo que será común en la velada–, Alfieri abunda en la faceta personal de Pedro, su amigo. “Le gustaba hablar y lo hacía con mucha sabiduría. Siempre te preguntaba cómo te sentías, qué estabas haciendo”, revela.
Como explica el curador de la muestra, José Miguel Rojas , la exposición toma prestado el nombre de uno de los grabados del artista. “Es ‘pasión’ la palabra que mejor define su arte y su vida”, dice.
Código de pasión invita a la gente a participar. Cuando los discursos acaban, una pareja danza al ritmo de Puerto Limón , tema del grupo Abracadabra. Lo hace frente a una enorme representación del grabado Código de pasión , que también sirve de pizarra.
Los bailarines dibujan sus siluetas con tizas, las que luego pasan de mano en mano entre los invitados. Algunos retazos van así dibujándose en la noche: “Mi hermano, tu amor es de colores”, “Inolvidable amigo”, “Pasión es lo que veo en tus ojos. Gracias, Pedro”, “Limón es de colores”...
En otro lugar. Luis Paulino Delgado Jiménez, quien no estuvo esa noche del jueves 18 de julio, preparaba, el lunes siguiente, una exposición en la Vicerrectoría de Acción Social de la Universidad de Costa Rica (UCR), que incluye obras de estudiantes graduados en 1978. Era esa una generación de la que se esperaba mucho y que no defraudó, sostiene Delgado.
Entre la exposición se acomodan dos serigrafías de Pedro Arrieta, quien fue alumno de Luis Paulino en aquellos tiempos. También hay creaciones de Fabio Herrera, Luis Chacón, Flora Zeledón y Mariano Prado, entre otros artistas.
Pedro Arrieta llegó a la Facultad de Bellas Artes de la UCR en 1974, como estudiante y como modelo. Posaba frente a los pintores de día y aprendía a pintar de noche.
“Era un excelente trabajador como modelo: se distinguió por su cultura, por su respeto, por su silencio, por su discreción; pero a la vez empezó a desarrollar su talento en la escuela. Era un artista silencioso e investigador, y con un sentido muy profundo de lo que pasaba en la sociedad”, resume Delgado.
La palabra “social” nunca se puede dejar de lado cuando se habla de la obra de Arrieta. Retrató los problemas de Limón, pero también cobijó a Costa Rica y profundizó en inquietudes aun más personales.
Por eso es tan atinada la presencia en la exposición de una gran línea cronológica, que se estira en tres direcciones: la vida de Pedro Arrieta, la historia de Costa Rica y los acontecimientos mundiales.
Arrieta denunciaba los males sociales, pero también las asperezas íntimas. En Siete silencios voluntarios , siete bozales cuelgan sobre bolsas usadas para ir de compras al mercado: son las siete provincias de un pueblo que calla ante la injusticia. En Amor punzante, noche tras noche , un catre viejo y con púas soporta dos corazones. Es el retrato de un vínculo doloroso.
“Siempre lo sentí denunciando. No puedo decir que promovía el optimismo, sino el pensamiento crítico. No decía cómo solucionar las cosas. Pedro creía profundamente en el ser humano , pero lo invitaba a reflexionar”, dice José. “La suya es una obra que dice algo, que te toca el alma”, agrega Delgado.
Pedro el Bueno. Los discursos inaugurales acaban, la cinta es cortada a tijera y la gente ronda ahora la exposición. Deambulan algunos miembros del extinto grupo Bocaracá , del que formó parte Pedro; entre ellos, Flora Zeledón, Mariano Prado, Fabio Herrera, Luis Chacón y Mario Maffioli . Estos dos últimos hablan sobre Pedro Arrieta:
Maffioli: Era muy interesante porque venía de Limón. Sus aportes eran entonces muy frescos, llenos de color. Se interesó por manifestaciones culturales y sociales, y las transformó en un lenguaje muy contemporáneo.
Chacón: A Pedro le gustaba ser un provocador y en ese sentido ayudaba mucho a la energía de Bocaracá; pero, en el fondo, todos los de Bocaracá teníamos como el puñal en la mano, nada más que Pedro poseía como una manera más social.
Maffioli: Siempre estuvo más en el área de la instalación, de provocar con la danza, con la música, de hacer interactuar muchas disciplinas: todo eso era muy novedoso.
Chacón: Todavía lo sigue siendo, pero en aquella época lo era aun más. Antes no se mezclaban las artes, pero a Pedro le encantaba eso.
Maffioli: Era alegre, el alma de la fiesta, siempre integrado con los demás.
Chacón: Sí, era muy fiestero.
Los invitados se pasean entre las obras. Hablan de ellas, pero también conversan, mucho, sobre la obra que fue Pedro Arrieta. Saber vivir también es un arte.
La exposición Código de pasión estará abierta hasta el 10 de noviembre en el Museo de Arte Costarricense, en La Sabana.