Una celebración de la diversidad, no solo en técnicas, sino en estilos, trayectorias, conceptos y visiones de mundo, así son los Premios Nacionales Francisco Amighetti de Artes Visuales, anunciados el jueves por el Ministerio de Cultura.
Marcia Salas (obra bidimensional), Manuel Vargas (propuesta tridimensional) y Roberto Guerrero (otras categorías), los galardonados, están cobijados por la amplitud del término artista y por el hecho de ser figuras bien conocidas en el medio artístico tico. Luego, comienzan sus diferencias y también la riqueza de sus propuestas.
En el café del Teatro Nacional, los tres calificaron como “un acierto” que estos reconocimientos reflejen parte de la complejidad de las artes visuales y sean más “inclusivos”. En una conversación que fluyó entre el arte más académico y la irreverencia de lo contemporáneo, nos acercamos a tres caminos para llegar al arte.
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La conquista de Las cholas
Una de las mujeres de Manuel Vargas vive en la calle, en plena avenida central. Es una madre sin mucho dinero, pero le sobra valentía y dignidad; en sandalias y un vestido sencillo, camina con la frente en alto; es La Chola, la más conocida de las esculturas del artista tilaranense de 63 años. Es parte de una estirpe que comenzó a crecer en 1982, cuando las primeras cholas surgieron de las manos de Vargas para condensar sus recuerdos de Guanacaste, homenajear a aquellas que conoció y hacer una propuesta muy costarricense.
Son mujeres gruesas, esforzadas e inclaudicables; “heroínas de lo cotidiano”, dice su creador con profundo cariño. Tantos años de dedicación con ellas fueron recompensados con el Premio Nacional Francisco Amighetti de obra tridimensional, por una exposición de un grupo de ellas en el Centro Multicultural Botica Solera. “Quise ayudar a dar a conocer ese espacio, que está ubicado en un lugar difícil. Es importante; hay que permitirles a todos los grupos sociales que tengan la oportunidad de relacionarse con el arte”.
Este galardón le llega Vargas cuando cumple 40 años de trabajo como escultor, cuatro décadas después de su debut, aún como estudiante universitario, en el Sexto Salón Anual de Escultura –en el Museo Nacional–, en el que ni siquiera lo tomaron en cuenta para los premios tras preguntar: ¿quién es Manuel Vargas?, cuenta él con un pequeño rastro de amargura; rápidamente, se repone y sonríe.
A la primera mujer que Manuel Vargas le debe mucho es a su madre, ya que le permitió convertirse en lo que es. “En 1972, me vine para San José. Estudiaba y a veces no tenía ni los pases para ir a la Universidad, ni para comer ni para un fresco… Una vez, quise renunciar a todo y le dije a mi mamá; ella me dijo que no, que estudiara y me enseñó lo poco que tenía de dinero; yo entendí y me propuse cumplir su deseo. Fue emprender un viaje hacia un futuro mejor. Hay momentos en que lo cotidiano se vuelve extraordinario; de eso se encarga la escultura”, recuerda.
Este hombre, abanderado de la importancia de la Academia en el arte y quien ve con preocupación los pocos estudiantes en los talleres de escultura universitario, asegura que este reconocimiento lo compromete a no bajar la guardia; “tengo que seguir”.
Cada pecado, un premio
A la artista Marcia Salas, cada pecado confeso le ha dejado un galardón.
En el 2005, contó sus Pecados virtuales en la Galería Nacional: a partir de su imagen y experiencias, abordó en sus grabados el tema de ser “gordita” en una sociedad que promueve ser delgado a cualquier precio y que juzga también por comer demasiado, aunque el consumismo lo incite; con esto, obtuvo el Premio Aquileo J. Echeverría de Artes Plásticas en grabado. Diez años después, Salas volvió a la carga, al mismo espacio, con más qué decir: 17 monotipias al trazo en gran formato retomaron sus reflexiones sobre el cuerpo, la tentación de comer, las relecturas a clásicos del arte, la inclusión de personajes (por ejemplo, su esposo) y los juegos de posibilidades de ser quien quiera desde el dibujo en el grabado; con esto, el jueves fue anunciada como la ganadora del Premio Nacional Francisco Amighetti en la categoría de obra bidimensional.
No son solo dos exposiciones. Durante este siglo, esta artista no ha parado de transitar entre los pecados y las virtudes. Ha desenrollado en las obras su visión y propuestas acerca de los estereotipos, la belleza, el peso y la mujer, por medio del dibujo y el grabado –siempre en concubinato escandaloso–. Frente al espectador desnuda su sobrepeso en imágenes llenas de belleza, lirismo, reminiscencias a grandes nombres del arte, lúdicos momentos y sutil transgresión.
“El mensaje es a través de mí como referencia. Necesitaba autoconocerse, autorreferenciarme y, quizá, hasta perdonarme… Ante los estereotipos, vos conquistás la vida con una posición al respecto y la mía es: sí, soy gorda y soy bella”, asegura Marcia con su dulce franqueza.
Sus monotipias revelan a la artista conocedora de la anatomía y acostumbrada a subvertir los ataques sociales, a la mujer juguetona que se viste con otros ropajes para convertirse en otros personajes, a la esposa y amiga que les hace homenajes a sus cómplices de vida. Allí, en sus piezas de gran formato, está el trazo cuidado y seguro del dibujo –romance que nunca ha negado– y la consciencia de la grabadora, que no la deja quedarse en la superficie, que la obliga a escarbar más allá, como decía Amighetti.El viaje de reconocimiento llegó a su plenitud. ¿Qué le dejó este recorrido? “Me siento plena. Lo que he deseado, lo he logrado; lo que no lo logré, lo viví lúdicamente. El arte me permite estar en cualquier sitio”.
Ese periplo acabó, pero sus inquietudes y pasión por el arte no han disminuido. Marcia pondrá su técnica y sensibilidad en otros cuerpos: “Quiero trabajar retratos de mis amiga, de mujeres que han sido referencia en mi vida. Cuando me ven, también me veo en ellas”.
A tanta plenitud se une la sorpresa del premio. Curiosamente, la hace feliz que el reconocimiento la valide como artista visual profesional –“hay mucha ignorancia acerca de lo que hacemos; en el banco siempre tengo que explicar qué es eso”– y lo inclusivos que fueron los galardones en esta ocasión. “Las antiguas generaciones de artistas, como el Grupo 8, abrieron la trocha, el trillo… Ahora, nosotros damos otros pasos para aquellos que vengan después… Un taxista me pregunto si no me iba a morir de hambre como artista, yo le respondí: ‘No se preocupe, tengo 50 libras de reserva’. Nosotros somos profesionales”.
Un Guerrero siempre provocador
A Roberto Guerrero, de 37 años y 15 de trabajo en el arte, no le importa el medio, la forma; le importa lo que tiene que decir y el Premio Nacional Francisco Amighetti en “otras categorías” reconoce esa libertad y el poder de su mensaje. “Está bien pensado porque soy de la otredad y siempre he trabajado para liberarme del peso de apegarme a un medio o representación. Además, significa que sigo siendo el rarito”, asegura y ríe.
El espaldarazo lo motiva, pero no lo desubica ni un ápice. “Esto no me vuelve ‘un gran artista’; soy un artista que sigue en búsquedas dentro del paradigma de tratamiento de contenidos. Sigo buscando liberarme de la forma, retomando y resemantizando la historia del arte, investigando y fundamentando mis ideas… La investigación conceptual es fundamental; el trabajo no surge de ocurrencias, sino de investigación, de conocer teorías y corrientes de pensamiento. Cuando uno tiene todo esto, estallan las ideas”.
En sus piezas, Roberto reflexiona acerca de la identidad sexual, la subjetividad gay, los procesos de exclusión y de estigmatización, la violencia y la doble moral. Se trata de una guerra contra los estigmas, en la que no queda títere con cabeza.
En Vergüenza ajena , exposición con la cual obtuvo este reconocimiento, él se apropia de la fotografía, la instalación, el video y los fotomontajes para acercarse al espectador y sacudirlo con provocaciones, verdades, revelaciones incómodas y reflexiones necesarias. Entre escarcha, imágenes cuidadas, cuentas, almohadones, cuchillos y textos, la muestra en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo era divertida, atractiva visualmente y, a la vez, inquietante.
La exhibición también le dejó a Guerrero nuevos caminos. “Me permitió revisar los procesos creativos. Ver junta buena parte de mi obra, me permitió revisarme hacia atrás y enfocarme en lo que viene... Empecé a trabajar desde la autorreferencialidad (sus fotografías, sus experiencia); ahora quisiera trabajar desde otro lugar, quizá con testimonios de otros”, cuenta este profesor de fotografía.De hecho, él aprendió a encontrar qué decir gracias a la fotografía. “Me enseñó a ver, a enmarcar las cosas, a ver la realidad y eso le queda a uno por dentro”, afirma.
Guerrero se sabe parte del arte contemporáneo, al cual define como “un género artístico que trabaja desde los contenidos y los discursos”. Y, desde esa posición, su interés es comunicar.
Su paso nunca ha pasado inadvertido, no solo por su participación en bienales y exposiciones importantes, sino por la polémica que suscitan sus trabajos en algunos sectores, incluso del propio medio artístico. Roberto lo sabe y sigue caminando, siempre auténtico.