Muchos tiempos se atraviesan en la nueva exposición de Rossella Matamoros . Hay un pasado muy vivo, presente en docenas de piezas precolombinas; un presente tenso que se celebra en obras de la artista; y un futuro aún nuboso, intuido en las oscuras salas del Museo Nacional .
Tras casi tres años de investigación, Semillas translúcidas se inauguró esta semana en una de las salas temporales del museo, donde estará exhibida hasta junio. Centrada en la mujer, especialmente la indígena, y dividida en dos partes, la exposición se imagina como puente entre la mujer indígena de ayer y la de hoy.
“Desde los 80 tengo esa semilla en el corazón: quiénes somos, adónde vamos, quiénes son ellas”, dice Matamoros, quien en los años realizó su trabajo comunal universitario en territorio indígena del sur.
Ruta. Entre tal recuerdo y su lectura de investigaciones de María Eugenia Bozzoli, así como visitas y proyectos artísticos recientes, Matamoros propuso al Museo Nacional una muestra en dos partes.
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La primera, curada por la arqueóloga del museo Cleria Ruiz, se compone de 174 piezas que narran la vida cotidiana de mujeres de nuestras ocho etnias indígenas (todas son de la colección del museo y muchas nunca han sido exhibidas).
“De alguna manera se abrió, con esta exposición, la posibilidad de ver a la mujer indígena de antes como si fuera la de hoy. Eso era lo que yo quería: hacerlas como nosotros, no esas figuras misteriosas del pasado que nadie entiende quiénes son, sino humanizarlas”, explica Matamoros.
Durante un par de años, Matamoros ha estado entrevistando y leyendo sobre las etnias indígenas costarricenses con el fin de conocerlas mejor. ‘A partir de esas visitas, fui elaborando el énfasis que quería darle a la exhibición. Después de meses, me fui dando cuenta de que tenía que hablar sobre la expresión artística o artesanal de esas mujeres. Quería una propuesta que incluyera a la mujer indígena de ayer y hoy’, explica Matamoros.
Las piezas, cuyo detalle y factura son de impresionante calidad, se exhiben en muebles diseñados para la exposición, que evocan la configuración de la “casa cósmica talamanqueña”: de las semillas que Sibö plantó a la fertilidad, a la cotidianidad y, finalmente, a la vida espiritual.
En la segunda sala, un documental y un videoperformance , esculturas, instalaciones y pinturas de Matamoros reflexionan sobre la energía vital que parece emanar de las figuras arqueológicas. En sus piezas, con su vigorosa gestualidad, Matamoros hace vívidas, corporales, sus reacciones a esa memoria tallada con paciencia por manos indígenas de antaño.
En su performance , Matamoros canaliza, por medio de su cuerpo, el estrecho contacto entre esas raíces y su experiencia del mundo contemporáneo. “El planeta está en ebullición y la única manera de sobrevivir es conociendo tus raíces. De alguna manera pienso que uno como artista contemporáneo está obligado a hablar de temas para rescatar(se). Tiene que haber esperanza para las generaciones que vienen”, dice la artista.
Otra de las piezas representa una bandada de murciélagos metálicos –símbolos de fertilidad de algunas culturas indígenas–; la densidad de las figuras al inicio evoca el periodo precolombino, y su ausencia en medio recuerda el trauma del colonialismo. Tras el bache, vuelan de nuevo, transparentes, invisibles. ‘El ser humano está viéndose forzado a reflexionar porque el planeta está colapsando y los recursos escasean más. Paradójicamente, estos territorios indígenas son los que conservan más verde en el país, y los que tienen más conocimiento sobre la selva. Si uno no se apura, el tiempo se va’.
Pero, ¿no se corre el riesgo de apropiarse de lo indígena, ejercer una nueva violencia? “Traté de respetar lo que entendí y sentí de ellos. Estoy exponiendo las voces indígenas con las frases de lo que ellas dicen hoy”.
En algunos textos se denuncian los maltratos y la exclusión presentes todavía hoy. Al salir de las salas, uno piensa primero en su intensa vitalidad.
La exhibición estará disponible hasta junio. El horario del Museo Nacional de Costa Rica es de martes a sábado, de 8:30 a.m. a 4:30 p.m.; domingos, de 9 a.m. a 4:30 p.m. La entrada vale ¢2.000 para adultos ticos, gratis para menores de 12 años y mayores de 65. Para visitantes extranjeros, la entrada vale $9; estudiantes extranjeros, $4.