
Luis Felipe Lomelí, físico e intelectual mexicano, escribió un cuento fantástico llamado “El emigrante”, parte del libro Ella sigue de viaje (2005). En ese cuento, Lomelí describe las experiencias acumuladas tras haber vivido en muchos países. Como ningún otro escritor, relata las vicisitudes de los emigrantes, y con su narrativa intrépida resume toda la historia y las sensaciones abrigadas por millones de personas que por una u otra razón han abandonado su país: unos con amargura y otros con ilusión. A continuación transcribimos el cuento en su totalidad:
“–¿Olvida usted algo?
”–¡Ojalá!”.
Sin duda es el más corto cuento jamás contado. En él, la palabra “ojalá” no solo es un final desconcertante, sino al mismo tiempo el centro neurálgico de la “magna” obra. Ese vocablo proviene del árabe “law sha´a Allah” (Si Dios quisiera…) y describe la incertidumbre que sufrieron los talentos árabes durante su expulsión de la península ibérica en el siglo XV. Esta fue una de las “fugas de cerebros” más importantes que la historia haya registrado.
Sin embargo, la historia se repite. Del mismo modo que los intelectuales árabes de entonces debieron emigrar después de cohabitar con los ignorantes castellanos por más de ocho siglos, los destierros persisten. Varios estudios demuestran que las migraciones –en especial de personas calificadas– ocurre mayormente en países que sufren de violencia extrema, dificultades sociopolíticas, pobreza intensa o ausencia de empleo; es decir, se emigra no para buscar el destino, sino para huir de él.
Un falso problema. En ese sentido, Costa Rica es un país excepcional. A diferencia de otras naciones del mundo, en Costa Rica se sabe más sobre las tragedias de las migraciones por las historias de los que arriban en busca de mejores horizontes, que por la salida de los ticos hacia otras latitudes.
Aun así, en el capítulo sobre la “diáspora” de científicos costarricenses expuesto recientemente en el Estado de la ciencia, la tecnología y la innovación (2014), se destaca como “Importancia del tema” lo siguiente:
“Es indispensable recuperar el talento costarricense residente en el extranjero, mediante una efectiva vinculación con el sector nacional de ciencia, tecnología e innovación y, en ciertos casos, facilitando su reinserción”.
También se argumenta sobre la “necesidad de consolidar un sistema de incentivos para la diáspora científica”. En otras secciones del mismo estudio se destaca la escasez de científicos consolidados en Costa Rica, amén de que se revela que los pocos que hay están envejeciendo (por prudencia no mencionamos nombres…).
A pesar del énfasis mediático, la verdad es que la fuga de cerebros de Costa Rica hacia el extranjero es más un mito que una realidad. Costa Rica y Chile son los países de América Latina que reciben más profesionales que los que emigran.
De acuerdo con una investigación hecha en el 2008 por Abelardo Morales, de la CEPAL, entre toda la fuerza laboral calificada (con estudios superiores), cerca de 8,5 % corresponde a extranjeros residentes en el país. Además, del total de la fuerza profesional, técnica, científica e intelectual, casi 7,4 % corresponde a inmigrantes. Estos números pueden variar un tanto, pero el último censo sugiere que esas proporciones se mantienen dentro del mismo rango.
Recuperación de talentos. La migración de talentos ticos hacia el extranjero raya en el límite raso (para llamarlo de algún modo). En un estudio de Latinvex hecho por el Foro Económico Internacional, se demuestra que Costa Rica tiene menos fuga de cerebros que Alemania, Suecia y el Reino Unido, solo para mencionar algunos países.
En el reporte del Estado de la ciencia, la tecnología y la innovación, la “diáspora de científicos y técnicos de alto nivel” corresponde a un poco menos de 220 personas, de las cuales 68 % (con edades entre 25-35 años) son estudiantes de posgrado, en su mayoría apoyados por entidades públicas. De estos, cerca de 50 % tiene planes de regresar en los próximos cinco años, y 15 % lo considera. El restante 35 % (unas 80 personas) no piensa regresar. Así, “la diáspora” es menos de dos personas por cada 100.000 habitantes.
Al investigar las circunstancias de los talentos de origen costarricense instalados en el extranjero y que no piensan regresar, se revela que una proporción importante de ellos migró de niño o de joven, y recibió su educación científica en el extranjero. Aún más, la mayoría nunca realizó labores científicas o tecnológicas en Costa Rica; es decir, no emigraron como talentos. Esto reduce el número de cerebros ticos en desbandada a su mínima expresión, por lo que la “importancia del tema” merece reevaluarse en su verdadera dimensión.
En primer lugar, no hay nada de malo en “recuperar” a la diáspora de científicos y técnicos de alto nivel de origen costarricense, pero sería igual de oportuno –y posiblemente más rentable– la importación de talentos, tal y como lo hacen otros países.
En segundo lugar, es verdad que es “indispensable recuperar el talento costarricense”, pero no del extranjero –es mínimo–, sino del mismo contexto costarricense. Es decir, la mayor fuga de científicos potenciales ocurre dentro de Costa Rica; y esto se aplica a todos los niveles: desde la escuela hasta aquellos que regresan con sus flamantes doctorados.
Algunos quijotes. Es curioso ver cómo un contingente importante de estudiantes que destaca en ciencias, termina trabajando en otras actividades.
Del mismo modo, la mayoría de las personas entrenadas en el extranjero para hacer investigación científica, claudican en un tiempo relativamente corto y se dedican a otros menesteres. Por ejemplo, en un sondeo que hice en dos de los centros de investigación más sobresalientes de Costa Rica en el 2011, encontré que, de un total de 50 personas con título de doctorado, solo 28 % permanecían como científicos activos, la mayoría de ellos reunidos grupos. El 72 % restante transitaba “sonto” y dedicado a otros menesteres: esta es la verdadera diáspora.
Es cierto que debe hacerse una “efectiva vinculación con el sector nacional de ciencia y tecnología”, pero esto no se aplica sólo a la diáspora. Con excepción de las universidades públicas y algunos pocos centros, la mayoría de las instituciones gubernamentales y privadas de Costa Rica están totalmente desvinculadas de la ciencia.
También hay que atender la recomendación de fomentar y “consolidar un sistema de incentivos”, pero prioritariamente para los científicos locales activos que se parten el lomo educando, procurando recursos y pelando con la idiosincrasia oriunda para lograr plazas y hacer investigación dentro de una entorno pueblerino con ideas “científicas” del siglo XVIII, o del XIX a lo sumo.
Es triste ver cómo la mayoría de los talentos potenciales se “fugan” dentro de Costa Rica. Muchos de quienes fueron educados para cumplir su misión como científicos y técnicos de alto nivel, evaden su propósito original, ante las circunstancias adversas.
Finalmente, los esfuerzos de aquellos pocos que transitan por el camino de la ciencia, parecen evaporarse entre letanías interminables.
“Pero... ¡qué importa! Hay que perseverar y, sobre todo, tener confianza en uno mismo. Hay que sentirse dotado para realizar alguna cosa y que esa cosa hay que alcanzarla cueste lo que cueste” (Maria Salomea Sklodowska, emigrante polaca conocida como Marie Curie).
“–¿Olvida usted algo?
”–¡Ojalá!”.
El autor es microbiólogo y catedrático universitario.