En una fotografía publicada en La Nación el 11 de abril de 1981, un hombre joven de uniforme militar ayuda a un hombre de mediana edad a llevar una urna. El primero era el comandante Daniel Ortega, entonces director de la Junta de Reconstrucción de Nicaragua; el otro personaje, Rodrigo Carazo Odio, presidente de Costa Rica.
El lugar donde se encontraron ambos políticos fue la frontera entre Costa Rica y Nicaragua. ¿El motivo? Repatriar lo que se denominaron “los restos mortales de los héroes de 1856”, hasta entonces desconocidos y pertenecientes a los costarricenses que perdieron la vida en la batalla de Rivas el 11 de abril de 1856.
Juan Santamaría y Ernesto Cardenal. El proyecto de repatriar esos restos data de 1980, pero, solo en abril de 1981, la prensa costarricense siguió con mucha atención las negociaciones entre los gobiernos de Costa Rica y Nicaragua.
La expectativa fue alimentada por el ministro de Cultura de Nicaragua, el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, cuando comunicó que los restos que se iban a entregar en la frontera no eran solo los de “muchos héroes”, sino los de Juan Santamaría.
De acuerdo con lo informado, los restos de Santamaría habían sido encontrados debajo de un atrio en Rivas, en una caja con las iniciales “JS”. Además, Cardenal aprovechó el anuncio para conectar la figura de Santamaría con la Revolución Sandinista a partir de un lenguaje muy particular, cuando dijo:
“Juan Santamaría era un muchacho proletario, sin escuela, que vino a pelear por la patria grande que es Centroamérica […]. Santamaría era un internacionalista aunque en su época no se lo llamaba así”.
En la entrega de los restos estuvieron presentes los dirigentes políticos más importantes de ambos países, incluidos algunos destacados intelectuales.
Los restos. El 11 de abril, el gobierno de Costa Rica publicó un campo titulado “El regreso de nuestros héroes”, que comenzaba con la referencia a la entrada por la frontera del norte de los restos humanos de los costarricenses “héroes de 1856”. Se aludía también a la “coincidencia” de que eso ocurriera en el marco del 125.° aniversario de la batalla de Rivas.
El texto mencionaba la “inmolación” de aquellos costarricenses por la consecución de la libertad de Centroamérica; los llamaba “mártires” y establecía con ellos una relación inmediata con el presente. Decía el texto:
“Retornan oportunamente, pues si ellos afirmaron con su muerte heroica la independencia política de Centro América, vuelven a su suelo patrio en la tercera etapa de la lucha por la libertad de nuestros pueblos, cuando éstos se debaten por alcanzar la justicia en libertad, la independencia económica sin quebrantar los derechos humanos, de los que Costa Rica es escuela y testimonio permanente.
”Regresan los héroes de 1856 a quienes con orgullo pueden el Gobierno y pueblo de Costa Rica mostrar dignas y frescas credenciales en su perenne lucha por la libertad y la soberanía nacional.
”Regresan en una hora histórica, cuando más que nunca es preciso avivar aún más la llama del amor a Costa Rica y a nuestras instituciones, sin desfallecimiento, para extinguir la mezquindad, la pusilanimidad y el egoísmo”.
En Alajuela, al día siguiente, ante a los ataúdes con los restos, el presidente Carazo indicó:
“Soldados de Costa Rica, hemos aprendido la lección de la dignidad y, por ello, no estamos ni con unos ni con otros; los fanáticos quisieran que estuviéramos con los unos, los pusilánimes quieren que nos entreguemos a otros. Nosotros hemos preferido seguir el camino trazado por vosotros”.
La pugna. ¿Venía Juan Santamaría en aquellos restos? El mismo 11 de abril, desde las páginas de La Nación, Enrique Benavides probablemente haya comenzado la crítica al uso político del pasado y de los restos cuando apuntó:
“Ahora, en estos tiempos de superchería política, resulta que los nicaragüenses del nuevo régimen descubren los restos humanos del ‘erizo’ en un arcano osario de la ciudad de Rivas y nos los van a enviar en solemne ceremonia. Ya nuestro Ministro de la Presidencia […] da como un hecho arqueológicamente probado e inconcuso que los fragmentos de cráneo y restos de fémur son los del tambor alajuelense. Nos parece que esto es poco serio. No se pueden trajinar así los símbolos nacionales”.
El mismo argumento fue esbozado por el poeta y escritor costarricense Alfonso Chase, quien entonces se desempeñaba como vicepresidente de la Asociación de Autores y Obras Literarias Artísticas y Científicas de Costa Rica y que hizo saber al ministro de la Presidencia:
“Juan Santamaría es una de esas personas de nuestra historia que vive desde hace años en el corazón de cada costarricense. No necesita sepulcro o mausoleo porque su vigencia, su trascendencia y su significado son parte consustancial de una gesta heroica que nos define como nación y como perfil de heroísmo y de entrega.
”Cualquier inexactitud o manipulación de su figura por parte de intereses efímeros es algo que el pueblo costarricense nunca perdonará a quienes se presten para ese juego”.
El engaño. Unos meses después de la gran fiesta de recibimiento de los presuntos restos, una comisión de científicos costarricenses, formada para avaluar la autenticidad del envío, rindió un informe en el que descartó que se tratase de los huesos de los héroes costarricenses. Los restos ni siquiera eran huesos humanos.
Este informe fue explotado y magnificado por la prensa opuesta a Carazo y a la Revolución Sandinista, y provocó que la política del pasado basada en aquellos restos terminase por convertirse, en “los restos de una política”, según la afortunada expresión del historiador Víctor Hugo Acuña.
En una mesa redonda organizada por el Departamento de Antropología de la Universidad de Costa Rica el 24 de septiembre de 1981, Acuña indicó:
“No dejo de pensar que existe un poco de fetichismo necrófilo en esta idea de desenterrar los huesos de Juan Santamaría, y creo que lo que hay que rescatar es el símbolo que él representa como defensor y forjador de nuestra nacionalidad frente al expansionismo norteamericano.
”Los huesos de Juan Santamaría pueden permanecer donde estén, pero el significado de su sacrificio hay que restituirlo al pueblo costarricense arrebatándolo de las fuerzas que hoy lo ondean para salvaguarda de sus mezquinos intereses. Ese Juan Santamaría no solo será de los costarricenses sino de todos los centroamericanos”.
En suma, la fiesta organizada para recibir los restos se convirtió en una ceremonia de canje entre el pasado y el presente; pero, como dirían hoy en el ciberespacio, el producto que se canjeó fue un hoax –un engaño–.
El autor es el director del Posgrado de Historia de la UCR.