La giganta, el diablo, la muerte, el toro y el policía todavía corretean a los niños al son del “fara-fara- chin”, pero también les alegran las fiestas a las quinceañeras, despiden a las solteras, animan a los recién casados y rompen la formalidad de un evento corporativo.
Además, tuvieron que aprender a bailar otros ritmos y compartir la pista de baile con jugadores de futbol, personajes de la televisión, faranduleros y hasta con la presidenta de la República.
La mascarada se mantiene en pie como una de las tradiciones más populares entre los costarricenses, pero ha tenido que variar algunas de sus características originales para complacer los gustos del público.
El 31 de octubre –fecha en que se celebra Halloween en muchos países del mundo– fue declarado como el Día de la Mascarada Tradicional Costarricense, según el Decreto Ejecutivo 25724-C, del 9 de diciembre de 1996, y en nuestro país esta tradición ha cobrado nuevos bríos, aunque tuvo que reinventarse.
Varios mascareros consultados por La Nación admitieron que, si bien ellos intentan apegarse a la tradición, muchas veces deben adaptarse a las peticiones de quienes los contratan.
Vieja escuela. Son tres los rasgos que identifican a la mascarada tradicional costarricense: los personajes, la técnica de fabricación de la máscara y la cimarrona, según explicaron Fernando González, antropólogo del Centro de Patrimonio del Ministerio de Cultura, y Carlos Vargas, artista y promotor cultural. “En el elenco tradicional no pueden faltar la giganta, el gigante, la muerte, el diablo, la llorona, la copetona, el padre sin cabeza o el toro, que van bailando con la cimarrona, una orquesta popular”, comentó González.
Vargas citó otros como el personaje que perseguía a los niños con un chilillo para asustarlos, o llevaban una vejiga de chancho inflada, o llena de agua, que servía para castigar a los malportados.
El antropólogo declaró que las mascaradas son una festividad de herencia española, introducida en los países americanos luego de la conquista. Asociada a celebraciones populares o religiosas, con el paso del tiempo fue adquiriendo sus rasgos criollos. “En Costa Rica tuvo su origen en Cartago, pues esa ciudad fue de gran relevancia durante la Colonia” , dijo González.
Además de Cartago, Barva de Heredia, Aserrí, Alajuelita y Escazú, son los principales sitios donde existe una larga tradición familiar de fabricación de máscaras.
Francisco Montero es mecánico de profesión, pero lleva más de 40 años de confeccionar máscaras en su taller, en Barva de Heredia, utilizando la técnica tradicional. “Se fabrican a mano a partir de un molde en barro, papel maché, cola y pintura. Hace unos 15 años la tradición de la mascarada se estaba perdiendo y, gracias al decreto, se volvió a impulsar nuestro trabajo en varias partes del país”, dijo el mascarero.
Sin embargo, Montero admite que ha tenido que “modernizarse” para satisfacer a los clientes. “Ahora se contratan mascaradas para amenizar bodas, quinceaños, fiestas de fin de año y otros eventos privados. Entonces, la gente pide máscaras de programas de la tele como El chavo y hasta gente de la farándula”, explicó .
La fuerte demanda lo ha obligado también a variar los materiales tradicionales: “Las máscaras fabricadas con fibra de vidrio secan más rápido y son más livianas, aunque sí son más tóxicas”.
Alexis Bermúdez, de Alegres Mascaradas, un grupo de San Antonio de Desamparados, cuenta que recibe contrataciones para eventos muy variados como fiestas de empleados, ferias comerciales, cumpleaños y tés de canastilla. “Tenemos una máscara de un bebé para los baby showers . Pero la gente nos pide a los Simpson, a los Pitufos y hasta a gente conocida de ellos como el abuelo de tal persona. El diablo ya no asusta”, dijo Bermúdez, quien también prefiere la fibra de vidrio por ser más “manejable y resistente”.
David Ávila, de la mascarada Hermanos Ávila, de Alajuelita, tiene entre sus personajes al ogro verde Sherk y a Mario Bros.