Carlos Rubio autorcarlosrubio@yahoo.com
Hace ciento cincuenta años se publicó una novela que ha despertado fervor en públicos de todas las edades. A pesar de que ha sido catalogada como un libro para la infancia, Alicia en el país de las maravillas ha atrapado a diversidad de lectores, incluso adultos . Hoy es necesario hablar de sus orígenes y, por supuesto, de su autor, tan misterioso y enigmático como su obra.
“Lewis Carroll” fue el seudónimo que el autor escogió para universalizarse junto a sus libros. Detrás de este nombre se resguardaba Charles Dodgson.
Charles siguió los pasos de su padre, un religioso anglicano que se llamaba igual a él. En una nota pagada que publicó The Times de Londres se dijo: “El 27 del corriente [1832], en la casa parroquial de Daresbury (Cheshire), la esposa del reverendo Charles Dodgson dio a luz a un hijo”. Como se evidencia, ni siquiera se mencionó el nombre de la madre.
El matemático. El niño debió afrontar presiones sociales pues era tartamudo y padecía de sordera en un oído. A pesar de ello, no recibió ninguna consideración especial y se formó bajo rígidos términos autoritarios.
Charles siempre tuvo presente la disciplina evangélica y la abnegación como norma, y muestra de ello fue que el joven siguió los pasos de su padre: optó por estudiar teología y obtuvo la condición de diácono.
Su pasión por el estudio de la lógica y la matemática se observó en su labor docente. Fue profesor de esas disciplinas en la Christ Church (Iglesia de Cristo) de la Universidad de Oxford. Se interesó en crear textos didácticos que permitieran comprender los Elementos, del griego Euclides, obra clásica sobre la geometría.
Asimismo, Dodgson creó múltiples juegos, como rompecabezas y Memoria Technica for Numbers, en la que relacionó números con letras para crear un nuevo lenguaje. Sus rompecabezas eran ejercicios que invitaban a elaborar una figura siguiendo una secuencia de números.
Dodgson también se desempeñó como fotógrafo, una de sus facetas controversiales pues nunca ocultó su predilección por realizar retratos de niñas.
Una obsesión. Charles Dodgson vivió obsesionado por la belleza. Encontraba elegancia en las pruebas matemáticas, la Biblia, la poesía y la imagen de las mujeres menores. Él realizó al menos cuatro imágenes de desnudos de pequeñas, fotos coloreadas profesionalmente y arregladas con fondos suministrados por artistas, tales como paisajes boscosos y marinos.
Al respecto, el autor expresó en 1867, cuando tenía treinta y cinco años: “Su inocente inconsciencia es muy hermosa”.
Dodgson escribió a la madre de dos de sus modelos: “Producen una sensación de reverencia, como si estuviésemos en presencia de algo sagrado”.
El escritor acostumbraba enviar cartas a niñas, algunas en códigos secretos. Así, hay notas escritas al revés, para ser leídas con la ayuda de un espejo. Otras debían leerse de abajo hacia arriba pues se trataba de guardar una comunicación secreta. Esa práctica sería censurada hoy bajo la legislación de muchos países; no obstante, era vista con normalidad en la época victoriana.
Una de las chicas por las que el escritor manifestó un cariño especial fue Alice Liddell. A ella la fotografió en múltiples ocasiones, vestida con trajes de gala y disfraces.
Un bote navega por el río. El escritor profesaba inmenso cariño por las hermanas Liddell, hijas del director de la Christ Church: Lorina, Alice y Edith, cuyas edades estaban entre los ocho y los trece años. Las hermanas hacían paseos por recodos del predio universitario.
En una “tarde dorada” de 1862, mientras navegaban en una embarcación por un río, las hermanas pidieron a Dodgson: “¡Cuéntenos un cuento!”. Él imaginó entonces que Alice corría a colarse en la madriguera de un conejo.
En 1864, Alice recibió un singular regalo navideño: un cuaderno, forrado con cuero verde, que contenía la primera versión del famoso libro. Estaba escrito a mano e ilustrado por el autor. Su título era Alice’s Adventures Under Ground (Las aventuras de Alicia bajo la tierra). Aunque era un borrador, ya se perfilaba el argumento y se evidenciaban características que la obra mantendría en el futuro, como el caligrama con forma de cola de ratón.
Charles confió su obra a la Editorial Macmillan. Cambió el título original por Alice’s Adventures in Wonderland ( Alicia en el país de las maravillas ) e incrementó considerablemente el número de páginas con respecto al primer manuscrito. El escritor recibió los primeros ejemplares impresos el 27 de junio de 1865.
Autor contra ilustrador. Las imágenes se confiaron a John Tenniel, reconocido caricaturista político, pero nunca se llegó a un acuerdo entre el escritor y el artista. Carroll exigía cambios de manera continua y sometía las ilustraciones a unas treinta madres para saber cuáles eran las percepciones de los niños.
Por otra parte, Tenniel escribió que Carroll era “una persona aguda, un caballero, pelmazo y un egoísta […], un niño mimado”. Ambos, además, se mostraron indispuestos con la calidad de la impresión de la primera edición.
Pese a sus diferencias, fueron obligados a trabajar juntos en la segunda parte: Through the Looking-Glass, and What Alice Found There ( A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, 1871).
En su diario, Charles Dodgson reseñó las críticas a los libros y los exitosos datos sobre las ventas de ambas obras. Por ejemplo, en la revista The Guardian expresó que la primera edición de “Alicia” era un “disparate […] tan elegante y tan lleno de humor que es poco probable que pueda evitar el tener que leerlo rápidamente”.
Lectura interminable. Se contabiliza que han hecho ediciones en más de setenta idiomas; además, puede leerse mediante el método Braille. Desde sus orígenes, ambos libros también se transformaron en una lucrativa industria de productos. Por ejemplo, el autor elaboró un libro llamado Alicia para niños con textos breves y con las ilustraciones de Tenniel coloreadas por la pintora Emily Gertrude Thomson; asimismo, se vendieron estuches con sellos de correos y cajas de latón con galletas con las ilustraciones.
Se estrenaron obras de teatro. Carroll autorizó estas puestas en escena, siempre y cuando él participase en la selección de la actriz que encarnase a Alicia.
Carroll falleció en 1898. Para recordar el centenario del nacimiento del autor, Alice Liddell –entonces conocida por su apellido de casada: Alice Hargreaves–, fue invitada a Nueva York. Allí, la Universidad de Columbia le otorgó un doctorado Honoris causa. Todos querían conocer a la mujer que consideraban la auténtica protagonista de la historia.
Hoy continuamos con esta lectura interminable, la de esa niña que se atrevió a proferir hace ciento cincuenta años: “¿Y de qué sirve un libro si no tiene ilustraciones ni diálogos?”.
El autor es profesor e investigador de la literatura infantil en la UNA y la UCR. Ha publicado libros como ‘Queremos jugar’, ‘Pedro y su teatrino maravilloso’ y ‘El príncipe teje tapices’'.
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Cómo veo a Alicia
Vicky Ramos, ilustradora
gatoymedio@gmail.com
Alicia me dice “leeme” en cualquier página o momento que lo abra, y todo puede suceder entonces. Ese lugar donde lo absurdo es parte de lo cotidiano, me hace sentir identificada, como si fuese un país conocido que muchas veces se vuelve real. Veo a Alicia en mi madre, en mi hija, en mis hermanas, en mis sobrinas, en mis estudiantes y en mí.
Un ilustrador no debe privarse de leer Alicia en el país de las maravillas y de representar al menos un detalle; por esto hay muchas versiones visuales de esta obra.
He visto diversas interpretaciones, desde la clásica de John Tenniel, las virtuosas ilustraciones de Arthur Rackham (1867-1939), el surrealismo de Salvador Dalí, la delicadeza de Mabel Attwell (1879-1964), la ingenuidad de Gwynedd Hudson (1909-1935), y una larga relación de artistas que la han interpretado maravillosamente. No olvidemos la versión de Tim Burton llevada al cine.
Sin embargo, no puedo dejar de lado la fotografía de Alice Liddell cuando ella tenía veinte años, realizada por Julia Margaret Cameron, foto que me marcó y sirvió de inspiración para la ilustración que hoy aparece en la portada de Áncora y acompaña el artículo de Carlos Rubio.
En esta versión mezclo la técnica clásica del grafito con la tecnología digital. Tengo otras exploraciones, pero en esta Alicia veo reflejada a una mujer joven en una transición. Sin embargo, no quisiera explicar esta ilustración pues creo que cada persona sacará sus propias conclusiones.
Se me da más fácil el dibujo: ¿será por esto que me gusta caer en esa madriguera de personajes y juegos de palabras de un mundo que es fascinante, refrescante y vigente, y que además viene con esa “botellita”, que no sabemos qué es, pero que deseamos probar? Cada uno podrá contar su propio viaje.
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Vicky Ramos nació en San José. Se inició como ilustradora en 1980 y ha realizado incontables trabajos para libros de literatura y de textos de estudio, y para campañas en favor de la comunidad.
Vicky fue candidata al Premio Hans Christian Andersen en 1992 en Alemania; en 1997 en Nueva Delhi (India) se la propuso para que ingresase en la Lista de Honor del International Board on Book for Young People (IBBY).
También en 1997, el Instituto de Literatura Infantil y Juvenil de Costa Rica le otorgó la distinción Juan Manuel Sánchez, y en ese mismo año ganó el Premio Nacional Aquileo Echeverría de Artes Plásticas en Dibujo.
Comprometida con impulsar la ilustración, Vicky Ramos ha abierto espacios para artistas jóvenes a fin de que reflexionen sobre
su responsabilidad como comunicadores visuales; por esto,
en el año 2001, ella y otros artistas gráficos crearon el Foro Costarricense de Ilustradores Gama.
Vicky Ramos trabaja en su estudio de diseño e ilustración, dirige talleres libres, es docente universitaria, y participa en campañas sobre derechos humanos, estímulo de la lectura y educación ambiental.