Abrió sus ojos por primera vez el 8 de abril de 1916. Único retoño de Carlos Oreamuno, mecánico, y Margarita Unger, de oficios domésticos. Nació en barrio Aranjuez, San José, y cuando el sacerdote derramó el agua bautismal sobre su cabeza, el 3 de mayo, la llamó Yolanda María Socorro de los Ángeles.
Como a todos, el destino le traería muchas experiencias. Como a pocos, la vida le daría la posibilidad de inmortalizarse a través de su talento, que a 100 años de su nacimiento hace de su nombre un referente obligatorio en la literatura costarricense.
Una manera diferente de pensar y decir las cosas: ese es el secreto de su éxito. Con su escritura, Yolanda es madrina de futuras generaciones. En 13 ficciones del país sin soldados , la escritora Dorelia Barahona reconoce este legado: “… es a partir del rescate de su obra que surge en Costa Rica un movimiento continuo de escritores solitarios, independientes, que va creciendo como la levadura (…)”.
Primeras letras
Según detalla el historiador Raúl Arias, a los siete años ingresó a la Escuela Superior de Niñas, que compartía con el Colegio Superior de Señoritas el compromiso por una educación integral y humanística.
La motivación de sus maestros y las herramientas de la lectoescritura activaron su genio creador. Oreamuno le contó a la periodista Adelina Zendejas que comenzó a escribir cuentos a los 10 años.
En 1929 ingresó al Colegio de Señoritas, donde conoció los clásicos de la literatura. La institución impulsaba concursos, uno de ellos propició la primera publicación conocida de Yolanda, en 1932. Bajo el título de ¿Puede tener la mujer los mismos derechos políticos que el hombre? , sus palabras fueron premiadas y la Revista Costarricense las publicó.
“El día en que la mujer esté a la par del hombre en el plano político, habrá dejado de ser ella para ser él”, enjuicia. Este ensayo refleja las opiniones de una joven de 16 años, en plena formación intelectual; no congruentes con la visión de la escritora que conocemos. No obstante, asoma su crítica en gestación al afirmar: “Entonces venimos a la conclusión bastante injusta, de que la mujer no tiene derecho de intervenir en la formación de las leyes, pero sí debe cumplir con los castigos que ellas le impongan”.
En diciembre de 1933, tras obtener los títulos de Bachiller en Ciencias y Letras y Perito Mercantil, le cuenta al periódico La Tribuna que le encantaría ser periodista y agrega que escribe a máquina 56 palabras por minuto.
Durante una estadía en Siquirres, su tía Luisa Oreamuno notó que cerca de la medianoche había luz en el cuarto de la joven, entonces de unos 18 años. Al abrir la puerta, la sobrina le recriminó: “Ay, me mató. ¿Por qué vino? Estoy escribiendo y la inspiración se me fue”.
Amigos y desventuras
En 1936 recibe lecciones de materialismo histórico. Entra en contacto con el Círculo de Amigos del Arte, organizadores del curso, que reunía a personalidades como Carlos Salazar Herrera, Francisco Amighetti, los hermanos Marín Cañas, Max Jiménez, Teodorico Quirós, Lilia Ramos y Joaquín García Monge, su mecenas.
Esta interacción favoreció su quehacer literario. En diciembre de 1936 publicó por primera vez en la revista Repertorio Americano , de García Monge, su ensayo Para “Revenar”, no para Max Jiménez y el cuento La lagartija de la panza blanca . Se mantuvo entre los colaboradores del Repertorio Americano hasta 1948 y el vínculo no se vio interrumpido ni por su matrimonio, en mayo de 1936, con Jorge Molina Wood, ni su posterior establecimiento en Santiago de Chile.
El contexto chileno no le deparó felicidad: su marido sufría una crisis psicológica. Se refugió en las letras y envió a don Joaquín escritos como 40º sobre cero , 18 de setiembre y Vela urbana . También escribe Don Juvencio y Las mareas vuelven de noche , en la lista de sus obras perdidas hasta 1971.
El 3 de marzo de 1937, Jorge Molina Wood se suicida. Ella regresa a San José, viuda a los 21 años.
Giros del destino
Yolanda era consciente de sus ineludibles gracias físicas y de los límites que varios hombres –sin talento– ponían a la belleza de su intelecto. La querían linda y tonta, pero ella no estaba dispuesta a complacerlos.
En 1938 comenzó a escribir su primera novela, Por tierra firme . El Colegio Superior de Señoritas celebraba el cincuentenario de su fundación y lanzó un concurso de ensayo. Obtuvo mención de honor por su texto, conocido como ¿Qué hora es? , debido a que fue publicado en una sección con ese nombre en Repertorio Americano .
Con este escrito inicia su madurez como escritora, honra a sus tutores del Círculo de Amigos del Arte y su formación humanista. “¡Que no haga la mujer poses de feminista, mientras no haya conseguido la liberación de su intelecto, de lo mejor de ella misma preso dentro de su propio cuerpo!”. Poco queda del recuerdo de la adolescente opuesta a la equidad de derechos políticos entre hombres y mujeres.
En 1939 retrata la sociedad costarricense en “El ambiente tico y los mitos tropicales”, publicado en Repertorio Americano el 18 de marzo. Hace un inventario de los pecados nacionales, algunos de ellos: el choteo, la lentitud, la inercia patológica y una democracia pasiva. Ante sus lectores asegura: “Dos son los cargos que con caracteres de enfermedad nacional, sí merecen un estudio serio: la ausencia casi absoluta de espíritu de lucha y la deliberada ignorancia hacia cualquier peligroso valor que en un momento dado conmueva o pueda conmover nuestro quietismo”.
Yolanda se ha asumido como escritora y sus compromisos ideológicos han de ser transversales. Su compañero debe ser alguien que comparta sus inquietudes sociales. El 3 de julio de 1939 se casa con Óscar Barahona Streber, un estudiante de Derecho que publicaba en Repertorio Americano , compañero de la Liga Antifascista.
Termina Por tierra firme en 1940 y la envía al jurado local a cargo de la selección de una obra representante ante el Concurso de la Editorial Farrar & Rinehart. Los encargados deciden remitir tres y la premian junto a José Marín Cañas y Fabián Dobles. Ella denuncia el hecho ante la prensa y solicita retirar su novela, que nunca fue publicada.
En 1942 nace Sergio Simeón Barahona Oreamuno, su único hijo. La ansiada maternidad se establece como prioridad y hace una pausa en su producción.
Según Eunice Odio, su entrañable amiga y destacada escritora, al año siguiente empieza a perfilar la novela Casta sombría , conocida como Dos tormentas y una aurora , también extraviada.
Protesta contra el folklore (1943) da la pista del futuro inmediato de la escritora. Emite su declaración de cierre con un estilo: “Doy gracias al folklore porque ha rendido, lo saludo como una gloria pasada, y espero el aliento renovador de obras paraleladas con el moderno movimiento americano, para rendirles homenaje desde un porvenir literario mejor”.
Pasa una temporada en México en 1944, junto con su hijo, en casa de sus suegros. La revista Letras de México publica Juan Ferrero , fragmento de Dos tormentas y una aurora . Le menciona a la periodista Adelina Zendejas que la Editorial Leyenda publicará la obra. Luego, en 1945, molesta porque el autor Alfonso Reyes no escribe el prólogo que le había prometido, opta por no sacarla. Por esta época también escribe su estupendo y personalísimo México es mío .
Regresa a Costa Rica en mayo de 1945 y en julio se divorcia de Óscar Barahona. El año concluye con quebrantos de salud y emocionales, y una operación de un mal renal.
Nuevas rutas
En 1947 envía dos novelas al concurso literario 15 de setiembre, con sede en Guatemala: De hoy en adelante y La ruta de su evasión .
La ruta de su evasión ganó el certamen. Celestino Herrera Frimont, miembro del jurado, contó a El Imparcial : “Nos hacíamos suposiciones atribuyendo al novela a un escritor avezado, tal vez un médico por la descripción exacta de ciertos pasajes y cuando nos reunimos para emitir en fallo, con gran sorpresa al abrir la plica correspondiente vimos un retrato de una mujer, joven y hermosa: Yolanda Oreamuno”.
Viaja a recibir el premio en 1948 y decide quedarse. La Pensión Guéroult se convirtió en su nuevo domicilio y se nacionalizó guatemalteca.
En julio, la revista del Centro Editorial del Ministerio de Educación Pública de Guatemala, anunció que De hoy en adelante , estaba en prensa. Al parecer nunca se publicó y el original se perdió en un incendio.
En setiembre de 1949 es internada en un hospital de caridad de Washington, gracias a su amiga Ninfa Santos, quien trabajaba en la Legación costarricense. Le realizan varias operaciones por una lesión mitral, sin éxito. Cuando se le había dado la extremaunción y el ataúd aguardaba, un médico italiano le extirpó el bazo y salvó su vida.
La ruta de su evasión es publicada el 31 de enero de 1950. La escritora expresa su deseo de que sea leída en Costa Rica, no solo por intelectuales, sino por “público raso”. No será sino hasta 1970, cuando la Editorial Centroamericana la publica en el país por primera vez, que el libro esté disponible en el país.
La novela fue conocida por ciertos grupos gracias a algunos ejemplares que circularon, y creó una “reputación clandestina”, según Alberto Cañas. Él mismo habló acerca de esta fama: “No ha habido libro costarricense del que se haya susurrado más, ni que se haya leído menos”.
Esta es, sin duda, la obra cumbre de Oreamuno y uno de los pilares de la literatura costarricense. Cañas apunta y regaña: “(…) si la autora quiso en él reflejar aspectos de su vida, personas que la rodearon, ambientes en que vivió, ello carece de importancia ante los valores puramente literarios que son los que deben interesarnos e interesarán aún más en el futuro”.
Tras su operación, realiza un corto viaje a Costa Rica en 1950 y luego se traslada a México, buscando nuevas oportunidades. Eunice ya está establecida ahí. La novela José de la Cruz recoge su muerte es su nuevo proyecto, que no se llegaría a publicar.
La vida en México no es apacible. Publica en algunas revistas y diarios, pero enfrenta pobreza y enfermedad. Vive en 1955 en casa del pintor José Reyes Meza y su esposa María Luisa Algarra, quienes la cuidan. Luego, Eunice Odio se la lleva a su casa.
Eterno retorno
Se cuenta que en la mañana del 8 de julio de 1956, Eunice Odio salió a comprar desayuno. Al regresar a su apartamento, Yolanda había muerto. Su certificado de defunción apunta como causa una embolia cerebral.
Fue sepultada en el Panteón Francés de San Joaquín (Ciudad de México). Amigos y familiares decidieron repatriar sus restos al Cementerio General de San José (Costa Rica) en 1963 y no en 1961, como se afirma. Su fallecimiento marca la resurrección de su obra. Lilia Ramos lideró la publicación de A lo largo del corto camino en 1961, una recopilación de ensayos, relatos y cartas. Victoria Urbano publicó en 1968 Una escritora costarricense: Yolanda Oreamuno , un estudio crítico.
Rima de Vallbona, Alfonso Chase, Emilia Macaya, Dorelia Barahona y Ruth Cubillo han tomado la tea para que siga viva la llama de su creación.
La memoria de Yolanda Oreamuno inspiró una escultura de Marisel Jiménez, un documental de Ronald Díaz, la reimpresión de sus obras y su inclusión en programas educativos. Aun así, queda tarea pendiente.
Contra la maledicencia de algunos que negaban la existencia de las obras perdidas, la especialista Rima de Vallbona localizó varias. La lista es larga y los centros académicos deberían destinar recursos para encontrarlas. Valga la ocasión del centenario de su nacimiento para tomar esto en serio y cumplirlo.
Desde un rincón de un más allá muy cercano, gracias a su persistente presencia, Yolanda parece decirnos: “Ignoro si habré logrado claridad en mis palabras. Solamente estoy segura de la honradez de mi decir”.
Desde la actualidad, la ensayista Emilia Macaya responde: “Escribir en Costa Rica después de Yolanda Oreamuno es una grandísima responsabilidad, porque hizo las cosas muy bien”. Los grandes no nacen siempre en el momento propicio, pero su genio se impone en el tiempo. ¡Felices 100 años, Yolanda!