Una vez que se disparó la primera bala en Centroamérica, pareció definir el curso de la región. Casi doscientos años después de la independencia del istmo, y dos décadas del fin oficial de las guerras civiles, el proyectil no se ha detenido.
Las heridas encuentran sus intérpretes en la literatura que, poco a poco, toma distancia y coloca un espejo frente al campo de batalla. “Pasamos de una guerra de baja intensidad a una paz de baja intensidad”, considera Vanessa Núñez Handal, autora de la novela sobre la guerra salvadoreña Dios tenía miedo .
Junto con Núñez, la guatemalteca Denise Phé-Funchal y el costarricense Warren Ulloa asistieron en septiembre a la Feria del Libro de Fráncfort como parte de un proyecto de apoyo a la literatura centroamericana del Instituto Goethe de México. En una serie de charlas y lecturas organizadas por el gobierno alemán, compartieron, en Berlín y en Fráncfort, sus visiones sobre la violencia y su marca sobre las letras.
Silencio y grito. En la novela Dios tenía miedo , una joven salvadoreña de clase alta se percata, muchos años después del fin de la guerra, de lo que sucedió en su país. Parecería inconcebible que alguien no entendiera mientras crecía, que su patria se desangraba; sin embargo, el silencio es la norma en el istmo.
“La guerra no terminó; solo se firmaron los acuerdos de paz”, dice Núñez. En una de las regiones con mayores tasas de homicidios del mundo, lo único que parece haber cambiado es la definición de los bandos. “Siguen existiendo las causas que dieron origen a la guerra: la desigualdad tan terrible, que es la norma en nuestros países”, añade la escritora.
Como ella, otros autores han indagado en las causas y las consecuencias del brutal fratricidio con décadas de duración. Denise Phé-Funchal lo ha abordado a su manera, sin aludir siempre de forma directa a la lucha armada, sino, más bien, desenterrando la violencia cotidiana.
En libros como el cuentario Buenas costumbres , la guatemalteca pone un ácido lente sobre la familia, la opresión más íntima. En la calle, fuera de casa, el ruido no cesa: “La muerte ya no es algo que te sorprenda. Mirás las señales de tortura de las pandillas y son las mismas que se hacían durante la guerra. Escribís para mantener la cordura dentro de tu país”, dice.
Uno de los guías del viaje de los tres autores fue el nicaragüense Sergio Ramírez, editor de la antología de cuento centroamericano y dominicano Un espejo roto . Para el autor de Adiós, muchachos , las guerras que marcaron el pulso al siglo XX continúan definiendo las relaciones políticas y personales. “Esa realidad anormal contamina lo que vivimos todos los días; es imposible abstraerse de esa realidad”, considera.
Entre la práctica política y la escritura, Ramírez defiende la idea de que el compromiso del autor con la sociedad es fundamental, y que la novela es un necesario espacio de crítica. Incluso, dice que “en Centroamérica no puede escribirse una novela íntima”.
“El escritor tiene un altavoz que debe usar en su carácter de ciudadano. Tiene la obligación de no callarse”, afirma. Quizás sea posible rebatirlo con obras que, efectivamente, rehúyen del compromiso político explícito o que indagan en otras dimensiones humanas. Empero, según la visión de Ramírez, la violencia sigue allí, como ruido sordo: “Uno queda confrontado por la política en cuanto sale a la calle”.
Otras voces. Ante la postura de la violencia como canal de la literatura centroamericana, ¿cómo se ve un escritor costarricense sin guerra en el pasado cercano? En los diálogos de Alemania, el participante tico fue Warren Ulloa, cuya novela Bajo la lluvia Dios no existe y su cuentario Finales aparentes parecen no vincularse directamente con el tema.
Sin embargo, Ulloa considera que la violencia costarricense es subterránea. “La vivimos en las calles, con una de las tasas de accidentes de tránsito más altas, y en la cantidad de suicidios que ocurren cada año. Es una violencia íntima, una agresividad pasiva”, describe.
Ulloa afila sus oraciones para atacar al conservadurismo: en Sacrofetichista , el cuento incluido en la antología, un pastor experimenta un embriagante deseo carnal por Jesucristo. “Me gusta divertirme creando polémica. Mi literatura apunta a quitar la doble moral de la sociedad, a provocar polémica, a sacar roncha”, explica.
La antología que reunió Ramírez es una muestra considerable de autores menores de 40 años. No todos tratan la política explícitamente, aunque sí han dirigido su prosa contra las férreas sociedades conservadoras en las que vivimos. Por ejemplos, la prosa del salvadoreño Mauricio Orellana y la de la dominicana Rita Indiana dinamitan convenciones de género y bucean en la experiencia de la sexualidad en sus países.
Phé-Funchal se enfoca en la oscuridad familiar, con sus madres autoritarias, sociedades acostumbradas al asesinato y una eterna preparación para la muerte. Así, coincide con esa exigencia de una nueva voz que, desde dentro y desde fuera, reta a un saber heredado que ya no alcanza para explicar lo que se vive en las calles de nuestras ciudades.
Núñez sintetiza la sensación: “Me convertí en escritora para poner en blanco y negro lo que, de otra forma, jamás hubiera podido ordenar”. La burbuja de la complacencia se rompe cuando la ficción la estira. Cabe preguntarse cuánto más podría romperse si los escritores tuvieran más espacio en la vida pública, más difusión y más lectores.
¿De qué manera atraviesa la ideología la literatura centroamericana?
En una época ya desapegada de las oposiciones aceptadas que atizaron la guerra (“comunismo” contra “capitalismo”), ¿cómo abordan los autores la devastación que causaron? Si bien la muestra de la antología presentada en Alemania es pequeña en número, es rica en posibilidades de estudio: es un nuevo gran paso hacia una visión en conjunto de la Centroamérica literaria.
Una pregunta común en las charlas que los escritores ofrecieron en Alemania fue: ¿Qué más hay en Centroamérica? La respuesta, sin que excluya a la violencia, es lo que se ve en la calle. En prosas musicales (Carlos Oriel de Wynter Melo), en ficción de género (Jessica Clark) y en inmersiones íntimas (María del Carmen Pérez Cuadra), entre otros temas, los escritores componen un panorama del mundo visto desde la región, en todas sus posibilidades y limitaciones.
De cualquier manera, y con cualquier enfoque, es posible incomodar. En nuestras sociedades adormecidas, es una labor de emergencia. Lo recuerda Lutz Kliche, encargado del proyecto del Instituto Goethe: “El escritor no debe ser aceite, sino arena en la maquinaria social”. Aunque la lucha sea íntima, debe provocar ruido, dejar heridos y renovar el paisaje.