En Costa Rica, desde la época precolombina, la mayoría de los grandes asentamientos humanos se han localizado cerca de los volcanes. Entonces podríamos esperar que exista un gran vínculo entre los conos eruptivos y nuestra cultura y nuestro arte. La belleza y la fascinación ante los peligros de los volcanes van así de la mano: nos lo recuerdan leyendas indígenas de amores imposibles o trágicos.
Numismática. A lo largo de la historia, nuestros volcanes han sido parte de la numismática, la ciencia que estudia las monedas y los billetes. En el Acta de Independencia de Centroamérica, del 15 de setiembre de 1821, uno de sus lados presenta una medalla con tres volcanes, que había tenido la ciudad de Santiago de los Caballeros (más conocida como Antigua), de Guatemala, por lo menos desde 1738.
Años después comenzaron a aparecer en Costa Rica monedas de oro y de plata con tres volcanes (entre 1825 y 1846) y con cinco volcanes (desde 1828 hasta 1849). Los cinco volcanes emulaban el escudo de la Federación Centroamericana. Sin embargo, el escudo de tres volcanes fue el que influyó en el escudo de Costa Rica, establecido en 1848 y base del escudo actual. Por ello, a partir de 1850, las monedas aparecen con tres volcanes.
El dibujo de un volcán humeante se ve en el billete de un peso del 1.° de enero de 1864. Aunque no está claro, podría ser una alegoría del volcán Turrialba, que para ese entonces tenía un penacho de vapor y algo de cenizas, y se preparaba para su fase eruptiva más importante, iniciada en setiembre de 1864 y finalizada en 1866.
El Poás apareció en los billetes de 20 colones entre 1945 y 1951. Un grabado de su laguna ocupaba todo el fondo del cráter y presentaba una erupción freática.
En 1997, en la emisión de los billetes de 10.000 colones, se muestran cuatro de los volcanes principales: Rincón de la Vieja, Irazú, Arenal y Poás, un claro reflejo la importancia ecoturística y geoturística que habían adquirido estos colosos.
En ese mismo 1997 se emitió el billete de 2.000 colones, que presenta una viñeta de la isla del Coco, considerada la única isla oceánica de Costa Rica en el sentido estricto de la palabra; es decir, alejada de la plataforma continental. La isla del Coco es manifestación superficial de un gran volcán submarino activo hace tan solo 1,5 millones de años.
Arte. En el siglo XIX e inicios del XX, los volcanes de Costa Rica se representaban en forma ocasional en dibujos y grabados, quizás porque sus formas no son tan hermosas como las del resto de los volcanes centroamericanos, que suelen poseer forma cónica casi perfecta.
Nuestros volcanes también tuvieron un telón de fondo en la política, como en el caso de la caricatura “Los cinco volcanes de Centro América”, de Juan Cumplido , publicada en el semanario De Todos Colores del 26 de setiembre de 1908.
Ese dibujo y sus frases representan el “ardiente” momento político del istmo. Se retrata a cada gobernante en la cima de un volcán-país. Las bocas de los personajes presentan formas de cráteres que arrojan cenizas al volcán vecino. Solo Costa Rica, simbolizada por su mandatario Cleto González Víquez, permanece al margen. (Véase el artículo dedicado a esa caricatura por la profesora de literatura Ana Cecilia Sánchez Molina en la edición de Áncora del 14 de octubre del 2012.)
Dicha caricatura refleja las animadas discusiones electorales de 1906 y 1910, las disputas fronterizas, la construcción de un canal interoceánico en Nicaragua o Panamá, y las intervenciones de los Estados Unidos. Más de un siglo después, muchos de aquellos viejos temas siguen vigentes.
Desde inicios del siglo XX, los volcanes han sido también motivos de tarjetas postales con vistas del Irazú, y posteriormente el Poás y el Arenal.
No obstante, el auge turístico que experimentó Fortuna de San Carlos a partir de 1990, disparó la confección de pinturas y películas.
Por ello, los volcanes no podían estar ausentes en las pinturas en las últimas décadas. Desde principios del decenio de 1960, Lola Fernández ha pintado series en las que aparecen volcanes. Ella toma el volcán como un concepto generador del todo. Construye la imagen con elementos abstractos explosivos, vigorosos, llenos de energía ardiente y dinamismo, con una sorprendente sabiduría del color.
A su vez, Rudy Espinoza continúa enriqueciendo estos temas. Para él, los volcanes son montañas humeantes, llenas de energía. Los pone a actuar en sus grabados en metal como construcciones muy nítidas.
En igual sentido, varios de los artistas del Grupo Bocaracá trabajan la temática ígnea.
Pedro Arrieta tomó de referente el volcán para representar a Centroamérica con un sentido político-social: un viaje fantástico por las entrañas del globo terráqueo y una mirada nostálgica del paisaje.
Roberto Lizano nos transporta al mundo prehispánico en dibujos a lápices de color, donde el volcán es un dios. Mario Maffioli transmite la sensación de energía volcánica a través de visiones interiores de la montaña, productos de una constante investigación sobre las posibilidades del color.
Quien tal vez sea más recurrente con los volcanes es Luis Chacón . Él los presenta como figuras endiosadas, quizás las más activas de todas y fuertemente coloridas: parte integral del paisaje. Su exponente preferido es el Arenal. Alusiones similares aparecen en los grabados de Alonso Chaves.
A su vez, Emilia Cersósimo realiza obras abstractas y abstracto-líricas, inspiradas en lo ígneo; son óleos sobre tela donde el rojo, el negro y el oro predominan. Por el contrario, en sus tapices utiliza rojos, negros con tonos tierra, así como tonos de azul y gris.
Jacques Quillery igualmente ha explotado los temas relacionados con los volcanes costarricenses.
Los murales no podrían faltar, como el del Salón Dorado del Museo de Arte Costarricense, donde se observa a Juan Vázquez de Coronado mientras funda Cartago con el Irazú humeante en el fondo.
Más recientemente, el artista costarricense Luis Chacón cumplió con el reto encomendado por la Municipalidad de San José de realizar un mural en el que resurge el tema de los volcanes.
Otras presencias. En una estampilla conmemorativa del III Centenario de la Patrona de Costa Rica, Nuestra Señora de Los Ángeles (1635-1935), se observa al Irazú con su penacho de cenizas. Igualmente, en el 2004, los cráteres del Irazú se utilizaron como tema en las estampillas de 120 y 140 colones.
Ejemplos de esta valoración social del ambiente volcánico son las novelas de Guillermo Castro Ceniza (Editorial Borrasé, 1977), que narra los efectos de la erupción del Irazú entre 1963 y 1965, y la de Rocío Pazos Baldioceda , La estirpe del volcán (EUNED, 2002).
El Poás ha tenido la dicha de recibir poemas de Carlo Magno Araya (1897-1979) y de Alfredo Cardona Peña (1987).
Los músicos tampoco han olvidado a los volcanes costarricenses. La Sinfonía de volcanes , de Carlos Guzmán , se inspiró en el ambiente geológico de los cuatro volcanes con actividad eruptiva en el siglo XX. Por tal composición, Guzmán recibió el Premio Nacional de Música Aquileo J. Echeverría del 2008.
Asimismo, los volcanes y sus productos (rocas y minerales) son temas de algunas salas de nuestros museos, como un medio de educación pública.
Vemos así cómo los volcanes nos acompañan desde las leyendas prehispánicas, cuando nuestro país era solamente una imaginación del tiempo, hasta nuestros días. Nos dan un respiro con su belleza, pero nos advierten de su naturaleza iracunda. El arte ha sabido contarnos esta historia.
El autor es doctor en geología, académico e investigador de geociencias e historia natural