Redacción
Carrie Fisher era mucho más que una princesa, aunque nació en la realeza de Hollywood y se hizo famosa interpretando a una soberana en exilio. Carrie Fisher también fue mucho más que Leia, aunque nunca alcanzó de nuevo el éxito de la gran saga ideada por George Lucas, Star Wars. Era una escritora popular y talentosa, una mujer que se resistió a que la descartara Hollywood, esa industria devoradora de personalidades y alérgica a los defectos. Carrie Fisher era mucho más que todo esto justamente porque era Carrie Fisher.
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Antes de Star Wars, que sacudió inesperadamente la taquilla en 1977, el cine de acción y fantasía era terreno hostil para las mujeres. Las hondas raíces de las que George Lucas extrajo su saga espacial son, como gran parte de la literatura occidental, reacias a incluir mujeres capaces de conducir su propio destino. A pesar de esporádicas heroínas, casi siempre hipersexualizadas, a fines de los 70 la Princesa Leia Organa de Alderaan brilló prácticamente sola (pronto se le sumaría otra mujer tan poderosa como inolvidable, la Teniente Ripley, Sigourney Weaver, en Alien, de 1979).
El molde de la narración de Star Wars parece tratarse también sobre la "damisela en peligro" típica de incontables cintas de aventura. La princesa debe ser rescatada de la fortaleza oculta (como en la película de Akira Kurosawa que prefigura Star Wars) donde un villano la retiene, y un príncipe descastado debe correr en su ayuda para encontrarse y reclamar su verdadero honor y poder. Pero Carrie Fisher era desde el principio demasiado grande para limitarse a ello, y ya desde los primeros minutos ella es, evidentemente, quien lidera las fuerzas del "bien" contra el "mal", un papel rara vez concedido a una mujer. No es pura ni santa; es imperfecta, respondona y aguerrida. Sí, arrastra colas de tela y el peinado debe quedarse en su sitio toda la cinta, pero es claro, al final de Star Wars, que es ella quien manda.
Tan popular fue su figura empoderada que las borrosas sugerencias de una historia de amor de la primera cinta se convierten, en El imperio contraataca (1980), en una compleja negociación de sentimientos con el pirata ingrato, Han Solo. Tanto Harrison Ford como Carrie Fisher acertaron en darles densidad a sus personajes, zonas grises que los fortalecen dentro de la narrativa y que los convirtieron en héroes.
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Leia demostró que la tal doncella en peligro podía ser la cabeza y el cuerpo de la resistencia contra la opresión, el autoritarismo y el imperio. Ni siquiera el infame "biquini metálico" de El retorno del Jedi (1983) logra domesticar a la Leia de Carrie Fisher. Esclavizada por el sádico Jabba, exhibida como trofeo, se convierte, no obstante, en el arma más peligrosa: es ella quien destruye el reino criminal del gángster. Cuando Luke, convertido en caballero Jedi, llega a "rescatarla", ella se ha encargado de todo. Es una mujer orgullosa de sus manos sucias.
"Hay mucha gente a la que no le gusta mi personaje en estas películas: creen que soy alguna especie de perra del espacio", dijo en Rolling Stone en 1983. Sí, ¿y? ¿Molestaba acaso que en una fantasía para hombres –eso son casi todas las películas de acción– una mujer tomara el control porque le daba la gana? Incluso, era difícil en un momento darle densidad: simplemente, los guionistas no se entrenan para colocar a las mujeres en posiciones de poder en blockbusters.
"Desde la primera película, ella era solo un soldado, en la línea de frente y al centro. La única manera en la que sabían cómo hacer su personaje fuerte fue hacerla enojada", reconoció en aquella entrevista. "En El regreso del Jedi, tiene la oportunidad de ser más femenina, de dar más apoyo, más afecto. Pero no olvidemos que estas películas son básicamente fantasías de chicos. De modo que la otra forma en que la hicieron más femenina en esta (El retorno del Jedi) fue quitándole la ropa".
"No quiero que mi vida imite al arte; quiero que mi vida sea arte", dijo una vez Carrie Fisher. Su vida, cuando acabó la trilogía, en 1983, ya se estaba descarrilando. Una recurrente adicción al alcohol y a las drogas, que empeoró con su desorden bipolar, empujaron a Fisher a los bajos fondos que, contra todo pronóstico, terminarían convirtiéndose en la materia prima de su arte posterior. En Postcards from the Edge (1987), una novela sobre una actriz con problemas de adicción, confronta sus problemas con el humor inteligente que la caracterizó siempre, como si el dolor fuera algo más débil que la risa.
Fisher hizo de la amargura de aquellos años combustible para ocho libros, múltiples charlas, trabajo con fundaciones de ayuda y ejemplo vital para millones de mujeres y hombres que a diario luchan con sus propias sombras. La rebelión de Fisher se salió de la pantalla: Leia luchaba contra Leia en su propio cuerpo. Habiendo conocido la luz y la sombra, sin embargo, la convirtió en su forma de ser y resistir.
La brecha que abrió Carrie Fisher con su Leia aguerrida sigue siendo campo de batalla. De Leia y Ripley a las luchadoras de Resident Evil, Tomb Raider y Underworld, la Furiosa de Mad Max: Fury Road, y la Jyn Erso de las nuevas de Star Wars hay una línea recta, pero es un hilo frágil. Apenas empieza a haber más mujeres tomando decisiones y luchando de frente en el entretenimiento popular de Hollywood, que domina medio mundo. Si uno es optimista, puede pensar que es una tendencia irreversible.
Y de todos modos, allí seguía Carrie Fisher, batallando para asegurarse de que así fuera, y también dando nuevas luchas, como su incansable campaña por la salud mental. ¿Se libraba así de nuevos prejuicios? A propósito de su aparición en El despertar de la fuerza (2015), algunos fanáticos (machos) decidieron tuitearla que se veía gorda y vieja, que esa no era "su" Leia. Ella respondió, también en Twitter: "Por favor dejen de discutir si envejecí bien o no. Desafortunadamente hiere mis tres sentimientos. Mi cuerpo no ha envejecido tan bien como lo he hecho yo".
La muerte de Carrie Fisher es, pues, ocasión para celebrar el legado de una pionera en la cultura pop: una mujer que se atrevió a ser bella e inteligente a la vez, a probar que eso podía ser exitoso en taquilla, una mujer que se permitió fallar, crecer, madurar, tropezar, sonreír y llorar, sí, en público, pero nunca vulnerable. En Star Wars, cuando Luke Skywalker, disfrazado de Stormtrooper (los soldados imperiales), llega a sacar a Leia de su celda, ella está adormecida, aburrida de su inmovilidad. Lo recibe diciendo sarcásticamente: "¿No eres demasiado bajito para ser un Stormtrooper?". Cuando Luke le explica que viene a rescatarla, ella no agradece de inmediato. Ella sale de primera, por su cuenta y sin ver atrás.