En esta sociedad de intertextos que nos toca vivir, exigir originalidad en el arte es casi una utopía. En el cine, por ejemplo, en lo que nos corresponde, debemos ver más hacia el tratamiento de una historia que hacia su singularidad. Valga esto para valorar la calidad de Jazmín Azul (2013), reciente filme de Woody Allen.
Así, entre más se piensa en la trama de la película de Allen, más nos acordamos del argumento de ese gran drama teatral escrito por Tennessee Williams, Un tranvía llamado Deseo (1947), llevado al cine con igual título, en 1951, por el director Elia Kazan.
Como glosa, recordemos que esta obra de Williams está presente en la película Todo sobre mi madre (1999), de Pedro Almodóvar, quien prefiere utilizar los parlamentos de la película de Kazan.
No es de extrañar que ahora Woody Allen recurra a esa fuente de inspiración, especie de paráfrasis llevada por él a su acostumbrado lenguaje fílmico, para darnos una de sus películas más redondas, donde un pasado reciente se mezcla de manera oportuna con un presente narrativo para darnos, con fisga woodyalliana , una visión de la decadencia de la burguesía.
Básicamente, eso es Jazmín Azul , donde lo azul se recuerda como el color de la locura y de la degradación emocional (según alguna psicología clínica) y el aroma del jazmín como signo de la elegancia o el encanto que, al fin y al cabo, se termina. Lo simbólico de dicha película se sostiene, de principio a fin, sobre la excelente labor histriónica de Cate Blanchett (Jasmine).
De manera magnífica, el argumento desarrolla el proceso de decadencia de su personaje principal. Lo hace en medio de un transcurso dramático de sucesos que, en general, solo llevan a una decadencia colectiva (¿acaso se escapa de ello algún personaje?). Se trata de Jasmine, dama adinerada y glamourosa de la alta sociedad neoyorquina, mujer con poder y garbo.
Casada ella con un estafador de oficio, las aventuras amorosas de este su esposo y la inmediata reacción de Jasmine hacen que ella se encuentre –de repente– sin dinero, sin casa, sin bienes ni beneficios y, aún más, viuda y abandonada.
Es cuando decide mudarse a vivir con su hermana Ginger, mujer de clase trabajadora, de escasos recursos y con dos hijos, y quien ha sido víctima de Jasmine en algún otro momento. Ginger vive con su novio de manera incómoda. Así, la presencia de Jasmine solo viene a alterar todo el entorno social.
Es bueno aquí hacer un alto para alabar también la buena actuación de Sally Hawkins (como Ginger), soporte macizo para la intensa actuación de Cate Blanchett.
Lo mejor del filme es ese grado puro que alcanza Woody Allen al mostrar la intimidad de sus personajes para, así, hacer su propio estudio de la condición humana. Es el viejo Woody Allen cada vez más nuevo. Parece decir poco y nos expone mucho. Parece superficial y es profundo a cada momento: con sus diálogos e imágenes.
Cine inteligente, de bien lograda sintaxis fílmica, inquietante, con un guion coherente (bien amarrado), capaz de reinventarse a cada momento, con fino pulso y arte, Jazmín Azul es filme que debemos ver y repetir.