Por esas extrañas correspondencias que hace el cerebro, al salir de ver la película X-Men: Apocalipsis (2016), con la anunciada dirección de Bryan Singer, recordé un desafuero de mi juventud primeriza.
En ese entonces, organizamos una fiesta con solo amigos varones y cada quien debía llevar el licor que consumiría. Al comenzar la reunión alguien tuvo la ocurrencia de vaciar los licores que traíamos en una sola olla grande y que bebiéramos de esa olla. Allí entró de todo.
En lugar de la mítica caja de Pandora, aquello fue la olla de Pandora e hizo vomitar a varios en la acera del lugar. Esa imagen me funciona hoy como símil adecuado de lo que es el filme más reciente de los Hombres X, mutantes poderosos metidos en una aventura bulliciosa, exagerada e ilógica.
Los cuatro guionistas que tiene X-Men: Apocalipsis se dedicaron, más bien, a “vaciar” ocurrencias en un libreto que nació enteco, esto es, débil y enfermizo. Se dedicaron a meter situaciones bastante forzadas, muchos sitios geográficos, a más personajes de la cuenta y a llenar de bullicio el metraje.
Eso sin contar los aportes obligatorios que generan los productores, quienes insisten en aquellos aspectos propios de las boleterías. En este caso, como en otros, los efectos visuales adquieren importancia exagerada: la truculencia vende.
Con ello, el director Bryan Singer ha estado como salamandra en el fuego o pez en el agua. El tratamiento de la aventura con mutantes –signos de heroicidad– no tiene aquí mayores novedades: es cine hecho en serie.
En términos de ideas, el filme no aporta mayor cosa al coreado tema del respeto a las divergencias. X-Men: Apocalipsis es cine convencional y con manoseado diseño de sus personajes, así ellos con sus poderes especiales.
Por eso mismo es que la aparente complicación de la trama, que de ninguna manera es compleja, se resuelve con todos los efectismos fílmicos posibles, más una banda sonora crepitante y una incesante sobreexposición de sitios destruidos.
Esta es una película con envidiable holgura técnica, que no de talento. De ahí, tanto los héroes como los antihéroes son contemplados desde una perspectiva aburridamente unívoca: como “alguien” (cada quien) que hay que retratar en su debido momento, sí, porque algo hay que poner delante de las cámaras.
Por eso, los personajes son presentados de uno en uno (como pasar lista en una escuela o colegio), cada cual con su “rollo”. Ni aún cuando pelean juntos se muestran grupales, que cada uno es cada cual.
La trama comienza en el viejo Egipto, con un mutante que absorbe poder de otros y desea convertirse en dios universal. Aquí parece que estamos más bien ante un filme como La momia (versión de 1999). Esta parte es zonza o zopenca y está mal filmada. De lo que sigue, es lo que hemos comentado.
Ahí les queda: película sin suspenso, con menos tensión que el canto de un gallo en alguna madrugada y, para empeorar las cosas, muy larga para lo que ofrece.