“Acaba de pasar un gordillo con una moto; el mae la llevaba rodando, él iba caminando. Y me pareció un momento demasiado cinematográfico. Porque mientras usted me estaba hablando, yo volví a ver al mae donde pasaba y, en mi cabeza, tiene un significado visual si lo pongo en una película donde hay una chavala hablando”.
Sentarse a comer empanadas argentinas al final de una tarde cualquiera, en San José, es tan normal para mí como para él.
Aunque la gente a mi alrededor no lo sabe, estoy al lado del tipo que hizo la película Italia 90 , la tercera más taquillera de la historia del cine tico. Un tipo que, con apenas 32 años, ha ganado premios dentro y fuera de Costa Rica, tal vez porque es capaz de causar tantas distintas emociones en miles y miles de desconocidos que ven sus cintas.
Es el mismo tipo que se detiene cuando aparecen trances cinematográficos a su alrededor, como el del gordillo y la moto.
Estoy comiendo empanadas argentinas con Miguel Gómez, alguien que fue capaz, en 100 minutos, de hacer crecer como espuma el orgullo tico antitos de que se lograra el descomunal octavo lugar en el Mundial Brasil 2014.
Hablamos cerca de seis horas sobre los líos amorosos, la trascendental decisión de irse a vivir a Los Ángeles, el día que rompió el protocolo para pedirle un autógrafo a Quentin Tarantino; me cuenta que antes le daba pena decir que era cineasta y habla del karma. Pero en lo que más se van las horas de nuestro encuentro es en oírlo hablar sobre su amor por el cine y sobre Italia 90 , esa película que solamente en junio pasado vieron 100.000 personas.
Es un tipo fresco, sin poses de artista, agradecido, sincero y es seguro que las señoras dirían que mal hablado. Más que eso, Miguel Gómez es un joven talentoso, que no se pinta así mismo como tal, pero que lo es.
Exagera al contar historias y cambia de voz cuando se supone que no es él quien está hablando. Sin embargo, siempre es la misma voz; no importa si es la de su abuelito diciéndole que vean una película, si es su mamá regañándolo, si es una profesora del colegio que se enamoró de él o Róger Flores contándole lo que pasó antes de viajar a Europa en 1990.
Es un enamorado del cine que hace arte para gente como él: no cineastas, sino gente que disfruta de una buena película y de un día en la playa. Más o menos de ahí viene su éxito. Desde El cielo rojo (2008), su primer largometraje, llevó el lenguaje cotidiano a la pantalla grande y así logra que el público se identifique con los diálogos y también con la música de sus películas, pues es la música que cargamos en el reproductor, la que nos hace movernos a un chivo, la que escuchamos muchos en este país. Es Simple , de Gandhi. Es música por la cual ha recibido correos. “Hola, quería saber cuál es la canción que suena al final de la película que acabás de estrenar”. Es música tica.
No hace cine para ganar dinero, ser famoso o complacer a otros. Más bien lo hace como una necesidad íntima y como la manera de no olvidar historias, personas, momentos, miedos y anhelos que, desde pequeño, ha ido recolectando y que lo hacen hoy uno de los directores de cine con más proyección en el país.
Otro talento de Miguel Gómez, el cineasta, es su versatilidad: este año, su nombre estuvo ligado al fútbol, como antes lo estuvo al terror y a la comedia.
El 5 de junio pasado estrenó la película sobre la participación de la Selección de Costa Rica en el Mundial de 1990, época en la que el hoy director apenas tenía 7 años. “Pero me acuerdo perfectamente de todo (…) Me acuerdo de mi mamá diciendo: ‘Ay, vea qué guapo Gabelo; qué guapo Róger Flores”, cuenta.
Y también recuerda la pasión con la que salió a la calle, con la cara pintada y montado en el pick-up de su tío, para celebrar. Sensación que logró revivir en su película, rodada 24 años después, y que ha significado uno de sus mayores éxitos de taquilla y de crítica.
Italia 90 es su quinta película, pero el público solo ha visto cuatro, pues aunque antes de esa filmó Maikol Yordan de viaje perdido , se estrenará el 18 de diciembre.
Su propio héroe.
Luego del delirante papel tico en Brasil 2014 es inevitable hablar con Miguel Gómez sobre lo que pasó antes y después de ese histórico octavo lugar.
Dice que ya todos saben que decidió hacer Italia 90 en el 2008, cuando estaba trabajando en Iron Man , una de esas películas carísimas de Hollywood.
Aunque la quiso desarrollar desde entonces, irónicamente fue la misma Sele (la del 2009) la que se le paseó en todo: al no clasificar al Mundial de Sudáfrica 2010 nadie quería invertir en el proyecto de sus héroes del 90, y justamente eso es lo que le da la posibilidad de hacer cine a Miguel Gómez, la inversión económica de personas que creen en su trabajo.
A finales de febrero de este año se confirmó el presupuesto necesario para el proyecto. Tres meses después la película estaba lista. Desmenuzar ese trimestre sería alucinante e injusto con los nombres que se le olvidarían, pero Gómez se detiene en personas como Marcos Blanco, productor ejecutivo y socio del filme y quien encarna, en este reportaje, el papel de padrino, porque Blanco es una de esas personas que ha confiado en la osadía de Miguel Gómez.
Italia 90 llevó a las butacas a 100.000 personas, lo que la convierte en la tercera película más vista de la historia del cine tico. Gestación (2009) fue vista por 130.000 espectadores y El Regreso (2011), por 120.000.
En esos días la Sele estaba ganando el “Grupo de la Muerte” en Brasil y clasificando a cuartos de final. Ya sus superhéroes de Italia 90 no estaban tan solos. “En ese momento, yo dije: ‘Mae, esta película no hubiera existido si no la hubiera hecho ahora’. Yo soy mi propio héroe de que exista esta película”.
“Si yo no la hubiera hecho, mi fantasma iba a recorrer el mundo diciendo que yo tuve que haber hecho esa película. Porque yo tenía que hacerla”.
Reunir a los seleccionados del verano italiano en el Cine Magaly –durante el estreno, el 28 de mayo– es de los logros que más enorgullecen al director... No tanto la peluca que usó el actor que interpretó al Macho Ramírez –pero se siente muy joven como para reparar en esos detalles–.
Como aún está experimentando, describe su cine como “adolescente”. Es una época para crecer y tomar lo mejor de otros directores como Akira Kurosawa, por ejemplo, quien con más de 80 años sentía que los premios le estaban llegando “muy temprano”, porque aprender era lo que todavía podía hacer. Así es como piensa Miguel.
También se pregunta cómo sería Brasil 2014 , la película, porque obvio se lo ha planteado. “¿Sabe dónde empezaría la película?”, me pregunta. “En Masaya, Nicaragua, en 1987, con el nacimiento de Óscar Duarte”.
Se emociona. Habla de Guimaraes y de Celso y de Wanchope en Corea y Japón 2002 y, así, hasta el bendito partido de la nieve, en Estados Unidos.
Se detiene y repara en que primero debe de esperar unos cuantos años y ver cómo se colará en la memoria de los ticos una historia tan fresca.
Así pasa Miguel muchas de sus horas: trabajando.
Se levanta por la mañana a correr, se prepara algo para comer –ojalá con pocas calorías–, repasa revistas digitales de cine, ve películas con Santiago, su hijo de cinco años, y trabaja. Trabaja en sus personajes, en sus guiones, en futuros proyectos y en presupuestos (junto con su hermano Dennis, productor de tres de sus películas).
Nunca deja de trabajar.
Tendrá unos siete años así. Unos con más, otros con menos trabajo. Desde entonces ha hecho cinco películas: El cielo rojo (2008), El sanatorio (2010), El fin (2012), Italia 90 y Maikol Yordan de viaje perdido (2014), así como videos musicales para grupos como Gandhi, El Parque y Sonámbulo Psicotropical.
Conexión.
Todo eso empezó cuando volvió de Los Ángeles, donde estudió cine. O mucho antes, en la década de los años 90, cuando era un niño.
Querida, encogí a los niños ( Honey, I Shrunk the Kids ), Steven Spielberg, El halcón maltés , Peter Pan , Humphrey Bogart, La sirenita , El exorcista y, como esos, muchos nombres más simbolizan la infancia de Miguel, el vecino de Pavas y casi de Barrio México; el segundo hijo de Rocío, profesora de kínder, y Miguel, dentista; el hermano de Michelle y Dennis; el cantante, el músico, el escritor, el editor, el cineasta.
En su infancia, también fueron sus abuelos, Freddy y Vicky, culpables, tanto como sus padres, de la excitación por el cine que desarrolló Miguel.
Aquellas tardes en las que los amigos de Barrio México, donde vivían sus abuelos, no podían salir a jugar, Miguel se refugiaba junto a su abuelo en un filme. “Con él hice un vínculo demasiado fuerte”, recuerda. Desde que vieron El halcón maltés , crearon el ritual de juntarse a ver películas viejas. Su abuelita también lo llevaba siempre al cine. Hook , Toys , Jurassic Park y muchas otras fueron patrocinadas por ella.
Pero nada como el papá. ¿Alguien recuerda lo difícil que era copiar de un VHS a otro VHS? El padre de Miguel lo hacía. Editaba las películas y las copiaba en otro casete. Les quitaba los desnudos y otros contenidos que un niño aún no ve con normalidad.
Todos esos vínculos pintaban un futuro muy claro. O más o menos.
Después del colegio, o de los colegios (porque estuvo en dos, y de los dos lo echaron) ya sabía que quería estudiar cine, pero como en Costa Rica la carrera no existía, cursó parte de otros grados y le dedicó tiempo a su banda, Gin Aluvosi. Era un grupo que, en sus palabras, “a nadie le gustaba”, pero que abrió conciertos internacionales.
A publicidad se metió porque hacer anuncios le sonaba familiar y a medicina por ¿admiración? “Es un toque medio polo, pero como el Che Guevara era médico antes de ser guerrillero, yo también quería hacer eso. Yo siempre estuve en esa onda de ser músico y cambiar el mundo”. Es sincero.
Por dicha su familia lo guió. Siempre dice que su cine es un esfuerzo familiar y ejemplo de ello es que una de sus tías le ayudó a pagar sus estudios en Los Ángeles, en el 2004.
De allí salieron proyectos brillantes, como el que presentó para graduarse de cineasta. Su tesis era hacer un largometraje en Costa Rica con el presupuesto de un cortometraje. Y lo logró. Así fue como puso en cines, en el 2008, El cielo rojo , su ópera prima.
El cielo rojo marcó el tono íntimo de la obra de Miguel: admite que la historia de esos muchachos que andaban de fiesta y se la pasaban juntos, es, en parte, la suya y de sus amigos.
Hechos y karma
Con su obra empezó a crear enlaces y abrir puertas para seguir produciendo. Así logró hacer El sanatorio , una comedia de terror, y El fin , cinta sobre el fin del mundo con la que canalizó la parte más existencialista de su vida.
Otras puertas se abrieron sin darse cuenta. Como aquella vez que, tras ver la película Donde duerme el horror (Costa Rica, 2009), buscó el perfil en Facebook para dejar una felicitación. Lo hizo, y entre decenas de comentarios negativos. “Yo escribí: ‘Qué raro: a mí sí me gustó. Muchas felicidades, gracias por hacer esta peli’”, cuenta.
A las semanas lo invitaron, por recomendación, al Festival Mórbido en México, certamen en el cual ganó con El sanatorio el premio de la audiencia. Nunca conoció a la persona que lo recomendó, hasta que en el festival se encontró con Adrián García Bogliano, director de Donde duerme el horror . “En la página de Facebook, el único mensaje positivo era el tuyo; entonces, me metí en tu perfil a ver quién eras y vi que estabas haciendo una película; entonces, te recomendé”, se excusó García Bogliano con Gómez.
“¿Se da cuenta lo que son la buena vibra y el karma?”. Sí.
Más tarde por su trabajo, y no tanto por sus comentarios en Facebook, llegó la posibilidad de trabajar con La Media Docena en Maikol Jordan de viaje perdido , la única de sus películas que no ha escrito ni editado, pero que representó para el cineasta la posibilidad de experimentar con otros guiones, filmar fuera del país (grabó en Londres, París y Roma el año pasado) y probar con algo más familiar.
Después de la película del noble personaje que interpreta Mario Chacón bien podría venir una comedia romántica en la que Miguel necesita aclarar algunas cositas sobre el amor, o Los Pacos , una serie de dos policías que se llaman Francisco y tienen que resolver un crimen pasional.
También maquina seguir rescatando la memoria histórica a través de la gran pantalla. Con Italia 90 tanto él como el público lo disfrutaron. Pasajes como el de los jugadores en el avión o en el que “a Róger Flores lo caga la doña” son momentos tan graciosos como memorables.
Con 32 años, Miguel Gómez está en un momento en el que hacer lo que para muchos es imposible o complicado y exponerse a las críticas, para él es excitante. Su entusiasmo cuando habla sobre sus personajes que aún no han salido a la luz es el mejor retrato del cineasta.
Mientras define su próximo proyecto y medita, incluso, la probabilidad de estudiar derecho, seguirá disfrutando de todo un poco. Por ejemplo, de genialidades de la televisión actual como Breaking Bad y True Detective, y de las películas de Wes Anderson y Alex de la Iglesia.
También disfrutará, mientras pueda, de comerse una empanada argentina en un día cualquiera en La Sabana, donde también aprovecha para su eterna búsqueda de personajes.
“Acaba de pasar el mae de la moto, pero ahora sí va montado”. Ahí volvió a perderse en la conversación.