El tiempo es tan volátil, que han transcurrido ya 20 años desde que la muerte de la princesa Diana de Gales, tras un accidente automovilístico en un túnel de París junto a su novio Dodi Al-Fayed, enlutó al mundo entero.
Lady Di fue mucho más que la esposa del príncipe Carlos, la nuera de la reina Isabel, la madre de Guillermo y Enrique o la siguiente en la línea de sucesión al trono británico. Ella supo convertirse en un símbolo con luz propia... uno que se niega a apagarse o a desvanecerse en las memorias.
Tras su cortísima vida –falleció el 31 de agosto de 1997, a sus 36 años–, Diana dejó una estela que aún hoy constituye un punto de referencia para todas las generaciones. Ella representó desde un ícono de la moda y la ruptura de etiquetas y tabúes hasta la lucha implacable por encontrar el verdadero amor y la voz amarga que gritó al mundo los secretos que el palacio real intentó ocultar.
Nacida como Diana Frances Spencer, la rubia de impactantes ojos azules y 1,76 metros de estatura logró conquistar mucho más al mundo que a su propio esposo.
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Año y medio después de que comenzaron a salir (con citas a cuentagotas, pues ella luego revelaría que solo se habían visto en 13 ocasiones antes de subir al altar), el príncipe Carlos le pidió la mano. Él tenía 32 años y ella, 20.
El 3 de febrero de 1981 anunciaron de manera oficial su compromiso. Diana vestía una chaqueta azul que hacía juego con el zafiro del anillo de compromiso. Cuando extendió la mano para mostrarlo, la joven recogió los dedos para ocultar sus uñas mordisqueadas.
En medio de un aluvión de preguntas de la prensa que consiguieron abrumar a la muchacha, alguien cuestionó si estaban enamorados. “¡Por supuesto!”, respondió Diana. “Lo que sea que signifique estar enamorados”, replicó Carlos en medio de un evidente gesto de frialdad.
La boda real del 29 de julio de 1981 fue televisada y se estima que 750 millones de personas siguieron en vivo todos los acontecimientos. Diana lució un vestido de seda color marfil, con 10.000 perlas bordadas a mano y una cola de casi 8 metros de longitud, obra de Elizabeth y David Emanuel, diseñadores que, junto a tantos otros, la acompañarían por el resto de su vida.
Como si se tratase de un cuento de hadas, al salir de la Catedral de San Pablo en Londres, la ahora princesa recorrió en una carroza el camino hasta el Palacio de Buckingham. La nueva pareja real salió al balcón y se besó en medio de los vítores de una multitud que estallaba en aprobación.
Diana de Gales fue la portada de numerosas revistas y en 1982 la Ladies’ Home Journal la nombró “Reina de los corazones”.
Carisma. Aquella joven, a la que la prensa había llamado Shy Di (la tímida Diana) no era ni la sombra de quien llegaría a ser varios años después.
Pese a su notorio retraimiento, Diana rompió los esquemas del Palacio de Kensington. En 1983, nueve meses luego de dar a luz a su primogénito, Guillermo –de hecho, el primer heredero del trono en nacer en un hospital–, lo llevó consigo a su primera gira importante con Carlos a Australia y Nueva Zelanda. Nunca antes un bebé real británico había acompañado a sus padres a una visita oficial en el extranjero.
“Todos pensamos, ‘está rompiendo con precedentes reales’, pero fue algo brillante porque nos sentimos cercanos a ella. Ninguna mujer quiere dejar a su bebé, y eso fue lo que hizo a Diana tan querida — ella absolutamente adoraba a sus hijos”, dijo a ABC la autora de My Last Duchess, Daisy Goodwin.
Enrique nació un año después, en 1984. Se dice que Lady Di también fue la primera madre de la realeza británica en amamantar a sus hijos, pues prometió criarlos de la manera más normal posible.
“Ella se aseguró de que sus hijos experimentaran cosas como ir al cine, hacer fila para comprar en McDonald’s, ir a parques de diversiones, ese tipo de cosas que podían compartir con sus amigos”, manifestó a ABC News Patrick Jephson, quien fue jefe de personal de la princesa durante seis años.
Una nueva Diana. El enfado que sus constantes rupturas protocolarias producían en la reina Isabel, la cada vez más marcada lejanía de su esposo y las prolongadas infidelidades con Camilla Parker Bowless (hoy esposa de Carlos) de a poco la fueron empoderando para adquirir presencia y eclipsar al príncipe, un hombre intelectual, pero con muchísimo menos carisma que ella.
En sus primeros años como miembro de la familia real, Diana lució vestidos con vuelos y encajes y con cortes princesa. Sin embargo, pronto descubrió que aquellos atuendos no lucían bien en fotos y la hacían ver desordenada, así que comenzó a optar por las líneas rectas.
Ya para 1985, la princesa comenzaba a arriesgarse con la moda. Durante una visita a Australia, llevó el collar de diamantes y esmeraldas que le había dado la reina Isabel como regalo de bodas, pero de una manera muy particular: en la frente, como en los años 20.
En ese mismo año, llevó un vestido largo azul marino firmado por Victor Edelstein a una recepción en la Casa Blanca. Ahí bailó con el actor John Travolta ante la mirada de los Reagan.
Sin embargo, fueron dos los diseñadores que catapultaron a la princesa a convertirse en un verdadero ícono de la moda. La primera fue Catherine Walker, a quien conoció tres meses después de la boda con el príncipe y se convirtió en amiga suya. Ella fue la creadora, por ejemplo, del icónico vestido celeste con el que acudió a la ceremonia de Cannes en 1987.
El otro fue Gianni Versace, el modisto que firmó muchos de sus atuendos tras la separación del príncipe. Sobre su piel, el italiano colocó el vestido azul de escote asimétrico que llevó a una cena en Australia en 1996, el conjunto rosado a lo Jackie Kennedy o el vestido de seda con abalorios y tachuelas con el que apareció en la portada de la revista Harper’s Bazaar meses después de fallecida.
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Como dato curioso, Lady Di asistió a la ceremonia fúnebre de Versace apenas un mes y medio antes de su muerte. Elton John, amigo en común, cantó en en el funeral de ambos. A Diana la despidió con Candle in the Wind.
La princesa, quien se veía impedida para externar en público las opiniones que le vinieran en gana, también descubrió en la moda una forma de hablar sin decir nada.
Son comunes las imágenes de Lady Di quitándose los guantes para estrechar las manos de los enfermos. Incluso, de esta manera ella contribuyó en la desmitificación de que el sida podía contagiarse al tocar a los pacientes. “El VIH no hace a las personas peligrosas de conocer”, dijo. “Puedes darles la mano y abrazarlas. Dios sabe que ellas lo necesitan”.
Además, vestía terciopelo cuando visitaba a personas no videntes, de modo que la pudieran percibir cálida y suave.
Luego dejó de usar guantes para tener más contacto humano y tampoco llevaba sombreros cuando iba a sitios con niños, pues decía que con ellos no podía abrazarlos o jugar con los más pequeños.
En los 90, Diana comenzó a dejarse fotografiar con looks escotados, vestidos que resaltaban su silueta o que resultaban demasiado cortos para una princesa.
Sin embargo, la estocada final a las duras etiquetas del Palacio Real la dio el mismo día en que el príncipe Carlos admitió que tenía una aventura con Camilla Parker.
Lady Di fue invitada a una fiesta de Vogue y acudió con el que hasta hoy se le recuerda como el “vestido de la venganza”.
“Diana había comprado este vestido mientras ella seguía siendo la Princesa de Gales, pero sentía que era demasiado sexy . Después de su separación del príncipe Carlos y después de que el cuento de hadas se estrelló... bueno, usó el vestido y los zapatos más altos que pudo encontrar. ¿Y quién terminó en primera plana al día siguiente? Era Diana, atrayendo la atención de todos”.
A su modo, rebelde y pícara, Diana dio una lección de humildad a la realeza británica. Se calcula que en las afueras del palacio de Kensington fueron dejadas 12 toneladas de flores como despedida en aquel amargo cierre de agosto de 1997.
Nadie pudo describirlo mejor que el primer ministro británico Tony Blair cuando anunció el fallecimiento de Diana de Gales. Sus palabras, 20 años después, siguen vigentes: “Ella fue la princesa del pueblo y así es como permanecerá, como vivirá en nuestros corazones y nuestras memorias por siempre”.