Recostarse en un sillón mientras una máquina hace correr un tratamiento de quimioterapia por las venas podría ser un verdadero calvario para cualquiera. Pero el actor y presentador de Giros Leonardo Perucci le halla gracia hasta a los momentos más duros de la vida.
El chileno, una cátedra viviente e invencible de positivismo, volverá al programa matutino de canal 6 este lunes, con el carisma de siempre, la certeza –ahora más firme que nunca– del cariño de la gente y, ¿quién lo diría?, hasta con algunos kilos adicionales.
En abril del año pasado, un cáncer linfático lo obligó a alejarse de las cámaras, lo que en aquella ocasión fue apenas un “hasta pronto”, pues Perucci nunca llegó a dudar de su futuro.
“Yo siempre tuve la confianza de que me iba a curar, entonces lo encontré natural”, asegura, hoy con el cabello gris de vuelta en su cabeza y la fuerza necesaria para regresar r a Repretel.
Hace tres semanas, una neumonía intentó tumbarlo, pero no logró llevarse ni una pizca de la tranquilidad con la que siempre ha vivido Perucci. Eso sí, el diagnóstico lo supo hasta después de que su estado de salud volvió a la normalidad, pues la médico que lo atendió no quería preocuparlo... ¡como si eso fuera posible!
Aunque el presentador reconoce que su cuerpo aún no se ha recuperado al 100% de los efectos de la quimioterapia, la incapacidad está por vencerse y las ganas de seguir trabajando en lo que ama sobresalen a flor de piel.
Además, Perucci sabe que lo están esperando. Durante el tiempo que ha estado fuera del canal, sus compañeros de Repretel y amistades en Teletica –donde laboró anteriormente– se mantuvieron en contacto constante con el interés de conocer los avances en su salud.
De hecho, mientras sostenía esta larga conversación en la sala de su casa, tan bien decorada como se esperaría del hogar de un artista, el celular comenzó a sonar. Era el productor de Giros , quien deseaba escuchar de boca del propio Perucci si era cierto que el lunes estaría de regreso en el set.
“Todo está sometido a prueba. Tengo que ver cómo se comporta mi organismo con el aire acondicionado del estudio y con la levantada a las 5:15 de la mañana”, había contado unos minutos antes de esa llamada. “Yo no voy a forzar nada. Si las cosas caminan bien, caminarán bien; si me afecta o no puedo, sencillamente hasta ahí llegamos”.
Un año atrás, Perucci era el único presentador de la revista matutina que aparecía en la pantalla chica todos los días. Ahora es probable que acuda unas tres veces por semana, pues prefiere reincorporarse de a pocos.
Sin lamentos. Luego de 50 años de trabajar en la televisión, de 20 telenovelas, de incontables participaciones en el teatro y de un golpe de estado que le arrancó en 1973 a su país y a la brillante carrera que había comenzado a construir, Perucci se atreve a afirmar que no se quejaría del cáncer que sufrió.
“Para mí, el hecho de estar en un sofá, conectado a un aparato para la quimioterapia y con una pastilla para relajarme era como un descanso, era una larga vacación. Así fue como lo tomé, muy relajadamente, sin alboroto alguno”.
Para él, todo aquello se podría calificar como un “desafío” que alteró mucho más a su familia que a sí mismo.
Repite una y otra vez que a sus 75 años de edad ha tenido una vida plena, intensa, llena de movimiento. Con una calma envidiable, dice que la muerte también es parte de la vida y que los dolores poco a poco le enseñan que un día le va a tocar.
Claro está, tampoco se jacta de que haya sido un obstáculo sencillo de superar. Perucci, quien antes de partir de Chile fue un galán de las telenovelas, tuvo que enfrentar al espejo en los momentos más críticos del proceso de quimioterapia.
Un amigo suyo le regaló una boina para cuando se quedara sin pelo. Sin sospechar que ese instante estaba a la vuelta de la cuadra mientras corría por el vecindario, en Sabanilla, se la quitó para secarse el sudor y la encontró llena de hebras de cabello. Extendió su mano derecha hacia su cabeza y se quedó con un mechón en la palma.
Sin aspavientos volvió a su casa, tomó la rasuradora eléctrica, la conectó y él mismo se rapó.
“Yo quedé convertido en el Gollum de El Señor de los Anillos , ese bicho raro que andaba por las piedras en pelotas, así estaba yo exactamente. Entonces también tenés que trabajarte tu autoestima porque cuando uno aparece en televisión, uno se preocupa mucho por el físico, el peinadito, por mantener una imagen”.
“De repente verte en una cosa absolutamente irreconocible: verde, porque no era blanco, era verde. Si bien es cierto yo he sido calvo toda mi vida, era como un durazno pelado. Uno tiene que acostumbrarse a eso también. Uno tiene su vanidad frente al espejo en las mañanas”, comenta.
Para demostrarlo, saca de una gastada billetera de cuero una cédula que renovó en la Embajada de Chile en momentos de su enfermedad. No tiene cabello ni cejas, luce mucho más delgado y bastante pálido. “Yo la veo de vez en cuando para mirar cómo estaba yo en aquel momento. La traigo por aquello de que se me vaya a olvidar, de repente, que uno tiene que cuidarse”.
Su filosofía de vida no es gratuita. El cáncer no le cambió la perspectiva de manera sustancial, ni es de esas personas que hablan sobre su segunda oportunidad. Todo eso ya lo traía, ya era parte de su ser.
“He sido un poquito guerrero toda mi vida. Mi mamá murió cuando yo tenía cuatro añitos, me crié con una tía. Entonces, desde muy pequeño, he sido un sobreviviente... he aprendido a sobrevivir. A los 14 años me metieron en un internado allá por el sur de Chile, que era lo más parecido a un reformatorio. Cuando uno ha superado todas esas cosas, se va haciendo un poquito más fuerte”, concluye.