Cada domingo los vemos dando su mayor esfuerzo para que otros brillen en la pista de baile: aquellas figuras de la farándula, la televisión y la radio, que no saben cómo sacudir sus cuerpos y mucho menos a ritmo de ballroom .
Se trata de los ocho coreógrafos que aún se mantienen en la competencia del programa Dancing with the Stars , de Teletica. Por cierto, hoy uno de ellos quedará eliminado. Este reality show solo califica el desempeño de la figura mediática en la pista, no así de los bailarines.
Pero quiénes son y cuáles son las historias de estos ocho arquitectos del baile, que cada domingo nos sorprenden con sus coreografías: desde ser víctimas de bullying en su adolescencia hasta refugiarse en el baile para digerir un golpe, como la muerte de un familiar.
Todo por el baile. Lucía Jiménez lleva el cartel de ser bicampeona mundial de salsa este año, en competiciones en Puerto Rico y Miami.
Graduada en Relaciones Públicas y Publicidad con una licenciatura bajo su brazo, trabajó como mercadóloga para McDonald's y fue ejecutiva local de Coca-Cola; sin embargo, su pasión por el baile pudo más e hizo que su vida laboral diera un giro.
“Cuando trabajaba sentía que no estaba 100% llena, como que algo le faltaba a mi corazón. Si Dios te regala un talento hay que aprovecharlo. Estoy contenta y no me arrepiento de la decisión que tomé. Igual, si las cosas no marchan bien, puedo regresar a lo que hacía antes”, contó.
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Jiménez es coreógrafa, bailarina de eventos e instructora en diferentes academias. Fuera del país también se gana su dinero, cuando se une a su compañero de baile radicado en Nueva York. “Nos contratan para dar shows y talleres, tanto en Estados Unidos, Centroamérica y Trinidad y Tobago. Es muy hermoso porque conoces lugares”, describió.
Por su parte, para Billy Corado, un chapín radicado en el país desde hace 10 años, bailar significó una válvula de escape ante un hecho que marcó su vida: la pérdida de su madre a causa de un derrame cerebral.
“Mi mamá murió hace seis años y hubo un momento en que de forma inconsciente caí en depresión. Bailar me ayudó a que eso no me envolviera, a salir de ahí. Creo que desde el año pasado puedo decir que estoy comenzando a vivir. Me han pasado cosas grandes gracias al baile”, confesó Corado, dueño de las academias Salsa en línea , con sedes en Escazú y en Zapote.
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Uno que es un trotamundos gracias a este talento es Michael Rubí, quien da clases privadas, monta coreografías, es instructor de cardiodance en un gimnasio y además labora para la Compañía Profesional de Baile Promenade.
“Estuve trabajando en una compañía de espectáculos en Punta Cana, República Dominicana; en casinos, discotecas y eventos privados. Creo que sí se puede vivir del baile pero se debe ser inteligente en la manera de hacer los negocios. Es bien pagado pero hay que tener disciplina y perseverancia para lograr vivir solo de esto”, contó.
Es probable que para el otro año sus movimientos lleguen a México para unos musicales, y, si todo le sale bien, formar parte de un staff de bailarines durante ocho meses para una empresa de cruceros por el Mediterráneo.
Para las hermanas Alhanna Morales y Angie Gamboa, su amor por esta pasión fue heredada de su madre, dueña del negocio Estudio de Danza Lily Castillo ubicado en Aserrí.
“Ella es profesora de danza y vivo en esto desde los 4 años. Es parte de nuestra vida. Se vuelve una pasión y uno decide dedicarse a esto”, contó la también estudiante de Estética y ganadora de la primera temporada, al lado del comediante Alex Costa.
Tanto Alhanna como Angie dan clases de jazz , ballet , hip-hop , gimnasia y bailes latinos.
Esta última imparte lecciones en otras dos academias, por lo que afirmó que la totalidad de sus ingresos se sostienen del baile.
Para enero sus planes apuntan a trabajar en Estados Unidos junto a su novio, el bailarín de hip-hop Ronny Hidalgo –participó con la presentadora de aeróbicos Alejandra González en la pasada temporada–, quien se encuentra en Los Ángeles y ha trabajado en el cuerpo de bailarines de Daddy Yankee, Lil John, Yandel y otros artistas de renombre.
Uno que forjó sus pasos en Panamá –vivió cinco años allá– y se mudó joven fue Javier Acuña.
Él ya tiene experiencia en esto de realitys , pues participó en Dancing with the Stars y fue tercero haciendo mancuerna con la ex-Miss Panamá, Sheldry Sáez.
Recién graduado de bachiller con 17 años, ganó una beca en el Ballet Nacional de Panamá, por lo que tomó sus maletas y se fue a vivir solo a tierras canaleras.
“Participé en musicales como Mago de Oz , Violinista en el tejado , Shrek , Los Miserables y La bella y la bestia . Estaba solo, sin mi familia. El choque fue un poco fuerte por la edad. Me costó como un año adaptarme. Lo soporté y me quedé cinco años. Bailaba con La Factoría, con Demphra, Comando Tiburón, Los Gaitanes, orquesta La Cachamba, Los Rabanes y openings para Miss Panamá y las Teletones”, señaló.
Desde hace tres meses Acuña se lanzó al agua y fundó su propia academia en Desamparados: Boom Dance Studio.
“Estoy muy contento. Tenemos cerca de 100 estudiantes y el negocio ya se sostiene solo”, dijo.
Uno que comprobó en carne propia que bailar es el mejor ejercicio fue Roberto González, quien bailó con Maureen La Tía Salguero el año pasado y ahora está junto a Charlene Stewart.
El brumoso confesó que en su adolescencia padecía de obesidad, y su razón para meterse a bailar era bajar de peso.
“Podía pesar unos 70 kilos a mis 15 años. Mi papá me dijo que me metiera a bailar para adelgazar. Te puedo contar que bajé como unos 15 kilos en tres meses. Recuerdo que en el colegio tenía problemillas de baja autoestima. Le puse tanto que gané una audición para ser profesor en una academia, y luego puse mi negocio propio”, explicó.
Su colega en la pista, Yessenia Araya le pasó algo similar a sus 16 años, cuando se inscribió en una academia siendo la menor del grupo de aspirantes a coreógrafos; todo esto en San Salvador.
Yessenia reveló que sufrió bullying porque los mayores decían que no tenía el nivel suficiente.
“En los dos últimos años los medios en El Salvador me han dado cobertura por mi trabajo en televisión aquí. Por ahí se dan cuenta de que me ha ido bien. También me refugié en la danza con la muerte de mis dos mejores amigos. Es todo una terapia”.
Estos ocho coreógrafos tienen distintos capítulos en sus vidas pero entrelazados por un solo sentimiento: el amor al baile.