Cuando la bomba explotó, el monstruo aún no estaba ahí. Sin embargo, a Godzilla, lo parieron los temores del Japón hacia la enorme capacidad de ¿destrucción de la energía atómica.
La enorme bestia –estrella de la cultura pop y del cine clase B– es hija de aquellos miedos; concretamente, la radiación de una prueba nuclear –realizada el 1. ° de marzo de 1954 en las islas Marshall, en el océano Pacífico– alcanzó al atunero japonés llamado Dragón Feliz.
El artefacto detonado era 100 veces más poderoso que los arrojados sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945 , respectivamente, en las postrimerías de la II Guerra Mundial.
La contaminación provocada por aquella prueba nuclear hizo estragos en la tripulación.
Además, en las siguientes semanas, al menos 500 toneladas de atún del Pacífico fueron decomisadas y sepultadas en profundas fosas selladas por las autoridades niponas. Japón volvía a sufrir los embates de la nueva era atómica.
Aquel 1954, en los cines japoneses vería la luz el terrible Godzilla –el monstruo de todos los monstruos–, que solo podía ser hijo de la tierra del Sol naciente.
Creado por Ishiro Honda, la aterrorizante bestia sería una metáfora de los horrores capaces de desatar (mal empleada) la energía atómica.
“El monstruo representaba un recuerdo radical de los horrores de la guerra para un país que hace menos de una década había sufrido los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki”, comentó en El País de España Willie Tsutsui, profesor de la Universidad de Kansas
Gojira –como es conocido en el Japón– es una de las tantas manifestaciones artísticas y culturales que han dicho algo acerca de “la bomba”, la energía atómica y su vocabulario asociado (la radiación, por ejemplo).
El inmenso lagarto con aliento radiactivo es la versión de los vencidos en el conflicto bélico más destructivo de la historia, que además sufrió inclementes bombardeos incendiarios.
De hecho, la destrucción de Tokio que se presenta en esa cinta tiene todas las características de un documental.
“Fue una de las primeras películas que mostraban la dramática experiencia de los japoneses durante la II Guerra Mundial”, relata el experto en arte japonés, Claude Esteve, en el mismo diario español.
Por cierto, uno de los atolones de las islas Marshall que servían de escenario de pruebas nucleares le dio su nombre a una de las prendas femeninas más célebres y revolucionarias de todos los tiempos: el biquini.
En esas islas, a todo esto, la vida es imposible dada la cantidad de radiación por las detonaciones de test, realizadas entre 1946 y 1958 por los Estados Unidos.
Pase por la imagen para ver información de cinco películas de referencia con la bomba atómica
Héroes. La era atómica también se apropió de a cultura popular estadounidense.
Como era de esperarse, alertaba de los peligros, aunque de forma diferente: en lugar de monstruos, creó héroes de historietas.
Eso sucedió sobre todo en los primeros años de posguerra, en consonancia con la imagen de guardián del “mundo libre” (más tarde Vietnam le daría un serio revés a esas relaciones públicas).
Uno de los más notables, es el Hombre Araña: Peter Parker obtiene sus superpoderes al ser picado por una araña radiactiva.
Como los infortunados pescadores del Dragón Feliz, el joven fotógrafo resultó contaminado, pero con un destino un tanto más feliz: se convirtió en superhéroe..., aunque era algo que no entraba en sus planes (algo común en el universo de Marvel).
Sin embargo, el “trepamuros” tuvo un mejor destino que Ben Grimm, quien se vio expuesto a unos rayos cósmicos que lo desfiguraron y convirtieron su cuerpo en una serie de rocas.
Ante las circunstancias, escogió el mal menor: se integró a Los 4 Fantásticos como la Mole.
Sus otros tres compañeros también resultaron afectados, aunque no con el dramatismo del “guapo Ben”, ya que todos iban en un cohete, en un esfuerzo por ganarle la carrera espacial a los comunistas.
Recordemos que la Unión Soviética obtuvo su propio artefacto nuclear en 1949, solo cuatro años después de Hiroshima y Nagasaki.
De tal modo, el cómic reflejaba esa competencia de la llamada Guerra Fría entre las dos superpotencias y lo que se conoció como “el equilibrio del terror”: la supervivencia de la Tierra estaba asegurada por la capacidad de destrucción mutua.
Aunque siempre hay tiempo para disfrutar, como en Atomic, canción de 1979 de Blondie, en el que un grupo de mutantes por la radiación bailan tras una guerra atómica.
Apocalipsis. Atónito, un profesor de la Universidad de Kansas observa los misiles que surcan el cielo. Sabe que llevan ojivas nucleares: “Van para Rusia... Tardarán 30 minutos en alcanzar su objetivo”. Un estudiante a su lado, aunque sabe la respuesta, le pregunta: “¿También los de ellos, verdad?”.
La escena es de El día después, una película de 1983, hecha para la televisión, que describía el apocalíptico paisaje de una guerra nuclear en un pueblo de Kansas
Por aquel entonces, Ronald Reagan, a la sazón presidente de Estados Unidos, había acelerado la carrera armamentista.
El filme –dentro de sus modestias– causó un profundo impacto en la sociedad estadounidense, ya que mostraba que un conflicto de esa naturaleza acabaría con la civilización como se le conoce.
Tal es el escenario en el que se desenvuelve el original Mad Max: la hecatombe nuclear le quebró el espinazo a la humanidad –por lo menos a la parte occidental–, que volvió a sistemas de organización primitivos.
Un panorama igual de perturbador se presenta en la segunda película de la saga original de El planeta de los simios.
En ella, un grupo de mutantes adoran la bomba atómica. Se postran ante un misil que será detonado y acabará con la vida, o con lo que quedaba de ella, en el planeta.
Como se acaba en Doctor Strangelove, la gran sátira de Stanley Kubrick acerca de la paranoia por la bomba nuclear y a la estupidez de pretender ganar una guerra atómica.