Redacción
Hablemos de Bob Dylan, el ganador del Premio Nobel de Literatura del 2016. No de Bob Dylan la caricatura nostálgica, ni el cantautor radical suavizado en el mundo pop por años de cinismo cultural. Robert Allen Zimmerman, el poeta, fue premiado con el más prestigioso galardón literario este jueves 13 de octubre por "crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense".
Naturalmente, el mundo cultural ha quedado dividido en dos (en Facebook y Twitter, si uno tiene amigos afines a las letras, se pueden ir coleccionando insultos y quejas, dardos para usar en otra ocasión). La pregunta de si se merece o no el Nobel lleva implícita la duda de si lo que hace Bob Dylan desde los años 50 es o no literatura.
Dylan no es conocido primordialmente por sus libros, aunque los que ha publicado son notables, y colecciones de sus letras han parecido más objeto de cariño para sus seguidores que textos de estudio literario en sí. Prestemos atención a cuál es el problema, cómo ubicaríamos a Bob Dylan como poeta y cuáles argumentos hay en contra.
El problema
Al inscribir a Dylan en la "gran tradición de la canción estadounidense", el comité del Nobel reconoce que es imposible separar letra y música en la obra de Dylan; sus textos –poemas– están hechos para ser cantados. Es curioso que esta simple descripción de lo que hace resulte controversial; considero que tiene que ver con una cierta amnesia histórica. Poesía y canción están unidas desde su nacimiento, y su separación es muy reciente, pero nunca fue total; simplemente, la poesía "literaria" siguió por caminos distintos, en especial después del modernismo.
"Si miramos para atrás, bien atrás, uno descubre a (los poetas griegos) Homero y Safo, que escribieron textos poéticos o piezas que estaban hechas para ser escuchadas, representadas, a veces acompañadas con música. Y aún hoy leemos a Homero y a Safo y los disfrutamos", dijo Sara Danius, secretaria de la Academia Sueca, este jueves.
"Homero y Safo": la poesía nació para su interpretación; con los siglos, nacen las "canciones" como género aparte. Apenas ayer, en términos históricos, la mayoría de poesía era interpretada, en voz alta, su composición facilitaba y potenciaba la musicalidad. Recordemos que memorizar poemas no es difícil si la rima favorece esta musicalidad y se acompaña de cierta melodía.
Los poemas de Homero y Safo no eran "textuales", sino material literario para ser recitado; peor aún, ni siquiera eran para el disfrute individual y silencioso de hoy, sino que cumplían funciones rituales. Así, se me parece a las sesiones de debate de la época de lucha por los derechos civiles cuando las composiciones de Dylan eran las recitadas y cantadas.
En un análisis sobre el sonido de Safo (2015), el clasicista Daniel Mendelsohn argumenta que Safo era realmente una cantautora. "Como Joni Mitchell o Bob Dylan, ella escribía su música así como sus letras, e interpretaba sus canciones en público. A los autores antiguos les encantaba citar líneas de su trabajo, pero hasta donde sabemos, cuando lo hacían, los lectores escuchaban ciertas melodías famosas en sus cabezas, a la vez que recordaban las palabras".
Es muy reciente el paso de la poesía "de los labios a las páginas", por así decirlo, menos de 150 años. Esto no es nuevo ni poco estudiado. Los textos de Bob Dylan han sido analizados como literatura desde al menos los 60; publicados ampliamente y discutidos como texto y han sido considerados "documentos" textuales-musicales de la época más agitada culturalmente del siglo XX estadounidense.
La discusión es muy rica y no pierde validez, pero no puede aislarse del devenir cultural y pretender ingenuidad ante la historia material. Implicaría obviar, por ejemplo, que varios dramaturgos han sido premiados con el Nobel, y cuestionar por qué, si sus textos no se pensaron necesariamente para leer, sino como guías para interpretar (y al decirlo así suena como un debate anacrónico y obtuso).
Ahora sigue debatir si, como poesía, Bob Dylan ha contribuido "nuevas formas poéticas", como dice el comité del Nobel.
Un poeta americano
"Este Nobel reconoce lo que hemos sentido por largo tiempo que es verdad: que Dylan está entre las voces más auténticas que Estados Unidos ha producido, un hacedor de imágenes tan audaz y resonante como cualquiera en Walt Whitman o Emily Dickinson", escribe Dwight Garner en The New York Times.
Así de tajante. Así de claro les queda a quienes han leído de cerca la poesía que empieza a crecer desde la década más tumultuosa del siglo XX estadounidense. No puedo pensar en palabras que expresen mejor el desconsuelo del American experiment cuando falla, el sueño de libertad y resistencia en la espina dorsal estadounidense cuando se quiebra, que How does it feel / To be on your own / with no direction home. Al menos, no desde Whitman y sus versos democráticos, inundados de esperanza.
Colocar a Dylan en ese hilo poético que se extiende desde el siglo XIX hasta el presente, el Nobel destaca cómo este cantautor de Minesota se entreteje en la Tradición Oral Americana, robando, adaptando, transformando y contradiciendo melodías, imágenes y personajes de una historia compartida.
Lo de "robar" no es gratuito ni contradice su esencia como renovador del folk. El folclorista Charles Seeger llamaba "proceso folk" a esa constante reapropiación de temas y sonidos de las músicas vernáculas. La reconocemos en las canciones de nuestro Guanacaste y nuestro Limón, en las cuales ecos de piezas tradicionales reverberan en composiciones actuales, en rimas, personajes y motivos. No es robo, sino una identidad común, una experiencia vital compartida y recreada en la poesía.
Woody Guthrie y Hank Williams, dos grandes voces del folk, tienden un puente hacia el presente prestándole sus energías a Dylan. El 25 de julio de 1965, como parteaguas, Dylan se sube a la tarima del festival de folk de Newport y agrega el furor descarnado de la guitarra eléctrica a esa mezcla. Rompe con la tradición y, así, justamente, la mantiene viva en su esencia.
Por otra parte, como escribió el crítico y traductor Gustavo Adolfo Chaves en Facebook, en cierto modo se siente como un reconocimiento "póstumo" a la Generación Beat, esos poetas que recuperaron el carácter de interpretación, de performance, de la poesía y la sacaron explícitamente a calle.
"Allen Ginsberg fue su principal valedor en la arena literaria cuando los literatos le consideraban un especimen circense. El premio que hoy le conceden es, también de algún modo, un gesto correctivo de los Nobel que nunca le concedieron al autor de Aullido, a Jack Kerouac, a William Burroughs, a Lawrence Ferlinghetti, a Lucien Carr...", escribe Carlos Reviriego en El Cultural.
Como bien dijo, irritado, todas sus canciones son "canciones de protesta". Resisten. Gritan. Duelen. Surgen de lo popular en el sentido amplio: sus árboles son los de las rimas infantiles, sus lamentos los de las plantaciones y la desolación de las planicies, su pasión amorosa la de las rimas bailadas en salones de campo y ciudad. Pero hay algo más: aquí está la poesía del artista.
"No es como que ves las canciones acercándose y las invitas a pasar", escribe en Chronicles. No es así de sencillo. Quieres escribir canciones que sean más grandes que la vida. Quieres decir algo sobre cosas extrañas que te han ocurrido, cosas extañas que has visto. Tienes que saber y entender algo y luego ir más allá de lo vernáculo".
Ese más allá es lo que la Academia Sueca reconoce con el Nobel. Su trabajo es rico en simbolismo e incluso surrealismo; su fuerza narrativa se comprueba en piezas como Hurricane. Al traspasar esa frontera, Blowin' in the Wind se convirtió en himno de todas las generaciones que, aquí y allá, se sientan estupefactas ante la violencia, la discriminación, el sufrimiento. Todas sus canciones son canciones de protesta. Nuestra humanidad fallida dejó Vietnam para instalarse en Siria.
"Su potencia radica en que esa libertad retrata un mundo que no podemos sino reconocer como el nuestro o, al menos, que no podríamos no reconocer como el nuestro si le hiciésemos más caso a nuestros sueños", escribió el chileno Raúl Zurita en el 2006 –en el mismo artículo que lo llama el Ezra Pound de la segunda mitad del siglo XX–.
¿En contra?
Ahora bien, razones para reclamar contra el Nobel para Dylan también hay varias, tanto literarias como extraliterarias. Sobre la calidad de sus letras, no hay acuerdo. Críticos prominentes, como Michiko Kakutani (The New York Times), han cuestionado la efectividad de los escritos de Dylan impresos como versos, separados de su música. Otros no reconocen grandes aportes en su trabajo lírico.
Tiene algo de populista el gesto de premiar a un cantautor. Así objeta Martín López-Vega desde El Cultural: "Incorporar a Bob Dylan a la nómina de los Nobel como poeta no es romper la barrera entre alta y baja cultura, como he leído por ahí. Es mezclar churras con merinas. Es darle un Oscar a un youtuber, un Grammy a un cantante de ducha. Bob Dylan es un gran escritor de letras de canciones, pero son eso, letras de canciones, y no soportan la comparación con ninguno de los grandes poetas que han escrito su obra a la vez que él miagaba sus letras".
Y se siente algo de nostalgia: baby-boomers premiando a baby-boomers, otra vez, en este, el año más cruel con la música pop de los 60 y los 70. Para una generación como la mía de los años 90, formada en esa cultura, pero desapegada de la nostalgia, se siente un aire sospechoso.
¿Retroceso o un Nobel del futuro? Así se pregunta Jorge Carrión en The New York Times: ¿tal vez el guionista Aaron Sorkin, el maestro del cómic Alan Moore o el diseñador de videojuegos Hideo Kojima puedan ver validados sus trabajos como "otras literaturas" en el futuro? Es riesgoso, es impredecible este futuro. Para los amantes de la literatura, es un precio que pone en peligro a autores de novelas, cuentos y poemas.
Entre las razones extraliterarias, hay que decir que es una pena que el Nobel no cumpla este año un papel que muchos lectores agradecemos, el de foco. El Nobel suele iluminar rincones poco explorados de la literatura del mundo y, aunque podría hacer mucho más en ese sentido, ayuda a mirar a países y literaturas periféricas.
En un contexto de escasas traducciones y poco interés de grandes editoriales en literatura del mundo, el Nobel se convierte en el gran momento anual para beneficiar a traductores, editoriales independientes y arriesgadas, librerías boutique... (el novelista Hari Kunzru expresa este punto de vista con mucha claridad, en Twitter). Esta vez, en cualquier supermercado o tienda de discos se encontrará al nobelizado.
Hay que recordar que el Nobel no se propone premiar la "mejor literatura", ni lo estipuló así Alfred Nobel en su testamento; más bien, el premio aspira a reconocer trabajo sobresaliente de carácter "idealista" (y, ¿quién más que Dylan?). Sin embargo, otra crítica válida a este reconocimiento es que hay muchos otros autores estadounidenses y canadienses cuyo trabajo literario ha tenido amplia resonancia internacional y la solidez habitual en los galardonados con el Nobel.
Philip Roth es la primera opción y la más obvia. Le siguen Margaret Atwood, Don DeLillo, Ursula K. Le Guin, Joyce Carol Oates, Anne Carson y, ya que estamos, Leonard Cohen, otro cantautor. Fuera de Norteamérica, la lista se prolonga y resulta vergonzoso omitir a tantos autores asiáticos y africanos cuyas letras han sacudido los cables que conectan la literatura del mundo.
Así las cosas, el Nobel para Bob Dylan quedará en la memoria, al menos, como un parteaguas más en su carrera. En los años 60, él fue quien llevó la guitarra eléctrica a Newport. Hoy, es alguien más quien le brinda la oportunidad de romper, difuminar y disolver. Lo que hagamos con los escombros tras esta explosión es cosa nuestra. Él seguirá en lo suyo, que, a mis ojos, es la poesía.