Justo cuando la literatura latinoamericana se sentía huérfana y buscaba un hogar para poder florecer, la Mamá Grande estaba allí, en España, con tino, buen ojo, férreas opiniones y envidiable intuición. Carmen Balcells, apodada por el relato de Gabriel García Márquez, falleció este lunes a los 85 años.
La agente literaria, una de las más prominentes del mundo editorial, llegó a representar a García Márquez, Mario Vargas Llosa, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, Camilo José Cela, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Alfredo Bryce Echenique e Isabel Allende y muchos más españoles y latinoamericanos.
En el 2014, sacudió al mundo editorial cuando anunció su fusión con el otro agente gigante , Andrew Wylie. Así, entre ambos, la agencia Balcells-Wylie uniría a la lista previa nombres como Italo Calvino, Jorge Luis Borges, Guillermo Cabrera Infante, Vladimir Nabokov y Milan Kundera.
Ese pacto sigue pendiente de concreción, pero, de todos modos, Balcells venía cediendo control desde el 2000 ; en cuenta, no tenía sucesor claro para su agencia, pues su hijo no quería proseguir en el negocio.
Legado. Aunque en las tapas de los libros se lee, en prominentes letras, el nombre del autor, uno pocas veces se pregunta cómo llegó a publicarse. Tras las páginas, se urden tramas de negocios, pulsos y apuestas. Balcells predominó en este juego.
Nacida el 9 de agosto de 1930, se inmiscuyó pronto en el mundo literario español. En 1956, fundó la Agencia Literaria Carmen Balcells, al inicio dedicada a derechos de traducción de autores extranjeros. Luis Goytisolo fue el primer autor español al que firmó.
Durante la década siguiente, en pleno franquismo, tuvo voluntad y poder para atraer a figuras como García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, José Donoso y a quienes constituyeron el llamado boom , la oleada de literatura latinoamericana que significó prestigio y popularidad para los autores del continente.
Les ayudó a conseguir lo que más necesitaban para dedicarse exclusivamente a su oficio: dinero. Agitó el mercado al darle prominencia a los autores en las negociaciones; requerían tiempo, para el cual necesitaban adelantos. Las editoriales aprendieron a hacerle caso –uno de sus títulos triunfales fue Cien años de soledad , al que le consiguió editor–.
Obligaba a sus autores a dejar otros trabajos ; los quería profesionales. “Nos cuidó, nos mimó, nos riñó, nos jaló las orejas y nos llenó de comprensión y de cariño en todo lo que hacíamos, no sólo en aquello que escribíamos”, escribió Vargas Llosa, Nobel peruano, en su carta de despedida , en el diario El País .
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“Para mí son clientes de la agencia. Así de claro. Y luego existen vínculos, cómo no, relaciones entrañables. Pero nunca he olvidado que en esta casa vivimos de los grandes escritores”, le dijo ella a El Mundo en el 2008 . “Y yo me hago querer todo lo que puedo para evitar las deserciones. En esto somos como el ejército”, agregó la agente.
Autodidacta, bromista e implacable, Balcells se forjó una ruta inédita en un mundo tradicionalmente de hombres. “Quería ser independiente, autónoma en una época cuando una mujer sin educación rigurosa, sin familia poderosa, no podía decidir qué hacer por su cuenta”, contó a The New York Times en el 2014, en ocasión de su trato con Wylie.
Esa actitud de guerrera implicó que no siempre se llevara bien con todos en el cuadrilátero editorial. “Es todo un personaje poliédrico, un personaje amado o idolatrado, y con razón, por muchos de sus autores, pero también con una relación complicada con muchos editores”, dice Jorge Herralde, el editor del sello Anagrama.
"Carmen magnífica, exagerada, sentimental y generosa, la mujer que me acogió bajo su ala poderosa cuando yo era una desconocida que venía del fin del mundo. A ella le debo mi carrera, fue la madrina de cada palabra que he escrito. Qué tremenda falta nos hará a todos los escritores que representaba, especialmente a mí, que sin ella me siento a la deriva...", escribió la chilena Isabel Allende en su cuenta de Facebook .
Balcells, aunque son su salud afectada, volvió a la guerra en el 2008. No temía un retroceso del libro en el mundo digital. “La televisión no acabó con la radio, ni con el cine, e Internet no acabará con nada. El mundo del desarrollo tecnológico es fascinante, llegará a las aldeas, hará más lectores, y todo el mundo saldrá beneficiado”, opinaba en El País .
Sus fiestas eran célebres: siempre se extralimitaba para complacer a sus huéspedes, los grandes autores. En parte, fue gracias a ella que pudieron trabajar hasta alcanzar tal grandeza.