“Fue muy duro. Nos atacaron por Internet, hubo gente que sacó en la prensa que si el festival se daba iba a ser una vergüenza para la cultura costarricense”, recuerda el director Norberto Salinas sobre las condiciones en las que organizaron, en el 2001, el primer Festival Internacional de Poesía de Costa Rica (FIPCR).
En esa edición, los poetas –divididos históricamente por sus diferentes estilos, temas e interpretaciones literarias– se acercaron con recelo a la propuesta que fundó Salinas con su colega, el poeta Rodolfo Dada.
Tras 15 años de faena, los actuales organizadores miran atrás y ven cambios. Si bien hay años buenos y años malos para el festival —años con más o menos plata para gestionar el proyecto–, ahora sobran las manos que ayudan.
Los promotores culturales de las comunidades solicitan recibir a poetas extranjeros y ticos para recitar sus obras, conversar de la artesanía de sus oficios y dispersar su amor por las letras.
Este año, el FIPCR activará a 19 sedes a partir de este sábado y hasta el viernes 7 de octubre.
La programación destaca a 20 poetas: 18 de ellos extranjeros, dos son autores costarricenses (el premio Magón Rónald Bonilla y Angélica Murillo).
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No obstante, cada sede organiza sus actividades e involucra a otros escritores a su criterio.
“Uno de los aspectos más importantes es que reúne a poetas de toda Costa Rica, independientemente del grupo al que pertenezcan, la tendencia que sigan o que sean niños, jóvenes, adultos o adultos mayores”, apunta la poetisa Lucía Alfaro.
De hecho, unificar la diversidad de voces nació como el objetivo más ambicioso del festival. La fundación Casa de Poesía –ente organizador– acoge a poetas de todos los rincones.
“A mí me contactó Norberto en el 2002. Llegó a mi casa y me dijo ‘Yo lo que quiero es hacer un festival en el que participen muy diversos grupos’”, cuenta la premiada poetisa Julieta Dobles, quien funge como presidenta de Casa de Poesía. “Eso fue lo que a mí me gustó a mí porque estaban en un puro pleito siempre. Es un mundo de mucha competencia”.
Para que el festival no sea una ocurrencia efímera, todos los años la editorial Casa de Poesía se propone imprimir un libro con poemas de cada invitado.
Este año, además de 20 de esos libros, imprimirán a Sub-30, antología de poesía joven costarricense, con poemas inéditos de escritores menores de 30 años.
Todos los libros de esta edición, y también de las pasadas, estarán a la venta en el festival y en las librerías Lehmann. Los precios varían entre los ¢3.000 que cuestan en los puestos del FIPCR y los ¢4.000 en las tiendas.
Los organizadores coinciden en que esas impresiones tienen valor artístico y de registro.
Durante 15 años, el festival se ha instituido no solo como una tregua para los roces artísticos sino como un vértice de comunión para poetas que continúan formándose en su disciplina.
Un brazo común que está abocado a escribir la historia de la poesía contemporánea.
Pongo la poesía. “¿Para qué sirve la poesía?”, se pregunta Dobles. “Para expresar, comunicar, para hacerse más fuerte y más sensible... Incluso para la autoestima: hemos sacado de pandillas y de la droga a gente que se le dio un taller y se dio cuenta de que tenían talento”.
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La poesía germina fácilmente. Los lectores terminan escribiendo, los escritores se interesan en continuar con talleres un ciclo de retribución social.
“Me enamoró el alcance que tenía en comunidades”, admite Paola Valderde, productora general de la actividad. “Tenía un taller de poesía en La Reforma y los llamé para proponer llevar (el festival) a la cárcel. Para el quinto festival, hicimos una lectura grande en cinco cárceles”.
Los talleres que propició Valverde en centros penitenciarios se convirtieron en otra actividad insigne, de las más emotivas, que tiene el festival. Desde hace siete años, los privados de libertad leen sus poemas fuera de la cárcel.
Valverde y su esposo, el hondureño Dennis Ávila (quien funge como director adjunto y coordinador editorial), han dado continuidad joven a la visión de Norberto Salinas y Rodolfo Dada.
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Salinas piensa en esos legados como una formación necesaria: los veteranos foguean a los jóvenes para que la escritura poética se convierta en una disciplina que crezca en el tiempo.
“Ha sido una misión de internacionalizar y darles una visión que nosotros como generación no tuvimos, estábamos metidos como en charquitos”, dice Dada. “Queríamos acercarnos a los jóvenes poetas para que se vieran cómo se hace la gran poesía”.
El FIPCR patrocina esos acercamientos: más allá de las lecturas, los libros, los organizadores coinciden en que traer escritores de otros rincones del mundo se convierte en un prisma.
La variedad de los invitados y los lugares de presentación propicia absorber las diferencias para que cada persona que participa tenga una experiencia única.
Para más información sobre el festival visite www.festivaldepoesiacr.com
PROGRAMA DEL FIPCR