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Gabriel García Márquez consideraba que su oficio era semejante al de la carpintería, pero es difícil pensar en un taller en el cual quepa una obra tan grande.
Para millones de lectores, se llamaba Gabo . Su nombre no era una firma en una página, sino el de un amigo del que, por 50 años, se esperaron noticias día tras día. Falleció a los 87 años, el Jueves Santo, en su casa en México, a las 2 p. m.
A su paso por la tierra, sembró un legado de obras como Cien años de soledad (1967), El amor en los tiempos del cólera (1985) y Del amor y otros demonios (1994).
Su familia, a través del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) , informó que no se iban a efectuar honras fúnebres y que sus restos fueron incinerados de forma privada.
Mañana se realizará un homenaje en su honor en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana, catedral de la cultura del país, con la presencia de los mandatarios Juan Manuel Santos, de Colombia, y Enrique Peña Nieto, de México.
Genio y figura. La monumental naturaleza de su fama parecía salida de sus novelas. Fue el escritor en lengua española más vendido, más conocido y más querido dentro y fuera de la región en todo el siglo XX.
El colombiano pensó que inventaba nada más una aldea miserable en Macondo, pero terminó contando las alegrías y dolores de toda la América hispana.
Cuando se anunció que Márquez había obtenido el Nobel, en 1982, la Academia sueca declaró que se le entregaba “por sus novelas y cuentos, en los cuales lo fantástico y lo realista se combinan en un mundo imaginativo ricamente compuesto, reflejando la vida y los conflictos de un continente”.
Para la crítica de literatura Amalia Chaverri, en García Márquez se cumple la máxima de que lo local es lo universal. “Él nos ‘literaturizó’. Puso en la literatura al ser latinoamericano. Le dio alma, vida y corazón al ser latinoamericano. Por eso encontramos en sus lecturas algo de nosotros: familias, paisajes y ambientes”, asegura.
Identidad. Alejo Carpentier, Juan Rulfo y Jorge Luis Borges fueron de los primeros en abrir puertas al español en la literatura del resto del mundo. En tiempos del boom , en los años 50 y 60, nombres como Julio Cortázar y Carlos Fuentes acompañaron al del colombiano en este auge literario.
“García Márquez inauguró, junto con los escritores del boom , una nueva visión de lo que era esta América nuestra, mirada, hasta finales de los 50, por encima del hombro por Europa y el mundo. Éramos considerados escritores de una Latinoamérica lejana y exótica”, considera el poeta colombiano Armando Rodríguez Ballesteros.
Fue también un riesgo. Para el escritor Guillermo Fernández, Márquez interpretó al latinoamericano en una coyuntura específica, pero de un modo que a muchos puede parecerles hiperbólico hoy.
¿Cómo logró contar tanto a través de sus desventurados personajes? Gabriel José de la Concordia nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, pueblo del noreste colombiano por el que había pasado la United Fruit Company con sus ferrocarriles y dinero.
Era la historia de múltiples pueblos de la región: la prosperidad del enclave extranjero acababa en la desolación de un terreno lejano. Cien años de soledad es muchas cosas, y una de ellas es el recuento de los crímenes perpetrados por manos propias y ajenas .
Esta batalla perdida la contó en un estilo barroco, delirante y romántico: las penas y alegrías de sus personajes los hicieron saltar a la vida en tramas complejas y salpicadas de fantásticas complicaciones.
Ese poder de transformación convirtió a Úrsula y a Remedios la Bella, en personas reales, viejas conocidas de la comunidad de lectores. Nos leímos en ellas: se parecían a las personas que pueblan las tierras de América y que no terminamos de comprender.
Así inspiró un cariño profundo en sus lectores. “La mayoría de lectores que conocieron no solamente su obra, sino su vida, entendieron que fue un ejemplo de congruencia entre sus principios vitales y su obra. Fue un hombre consecuente con su pensamiento”, destaca Rodríguez Ballesteros.
La etiqueta de “realismo mágico” pesó sobre la obra del colombiano hasta absorberla.
Como todo prócer, una vez convertido en héroe, fue fácil dejar de apreciar sus cualidades y solo repetir elogios.
La violencia fue un hilo común de su obra. La sangre está en el origen, como en Crónica de una muerte anunciada (1981), y también la historia de guerra y poder, como en El otoño del patriarca (1975) y El general en su laberinto (1989).
“Como escritor, me interesa el poder, porque resume toda la grandeza y miseria del ser humano”, declaró a Clarín .
Sueño. Decía Gabo que un novelista puede hacer lo que quiera mientras haga que la gente lo crea. Contaba sus historias en un tono que usaba su abuela, narrándole cosas sobrenaturales o fantásticas con naturalidad absoluta.
Con esa herencia y su profesión de periodista, logró contar la magia como si fuera hecho probado. Encantó con plagas de insomnio, nubes de mariposas, patriarcas de edades bíblicas y amores resistentes al tiempo.
En García Márquez se combina el amor del Caribe con la admiración por William Faulkner y Virginia Woolf; los ecos de la Biblia con la obsesión por el detalle, la soledad y la historia de nuestros pueblos.
La mayor controversia de su vida fue su alineación con la izquierda (y su cercana amistad con Fidel Castro). En ese sentido, anhelaba un gobierno que “hiciera feliz a la gente”: uno en el que la explotación y la violencia no tuviesen cabida.
Lamentaba que no fuésemos capaces de construir lo propio: “Terminamos por ser un laboratorio de ilusiones fallidas. Nuestra virtud mayor es la creatividad, y sin embargo no hemos hecho mucho más que vivir de doctrinas recalentadas y guerras ajenas”, dijo en 1999 .
No en vano, en 1983, declaró a The New Left Review que en América Latina no se podían seguir imitando modelos de otras partes: debíamos buscar “nuestra propia marca de socialismo”.
Su gran sueño fue que América Latina pudiera cambiar y curarse.
Dijo en su momento: “¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social ?”.
Era una batalla necesaria para Gabo. La académica Estrella Cartín trazó, en un discurso, paralelos entre lo quijotesco y los personajes de Márquez, similares “en su locura, en su idealismo, en su lucha por la utopía”.
Así reafirmó al recibir el Nobel, en ese brillante discurso que es “La soledad de América Latina”: “ Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
García Márquez dijo una vez que le hubiera gustado traducir a André Malraux, Joseph Conrad y a Saint-Exupéry, aventureros y soñadores. Se aventuró por el sueño para traducir para los lectores la deslumbrante magia de lo real y sembrar el camino de preguntas.